El temblor de la falsificación

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PRÓLOGO. AQUEL SALTO AL VACÍO

Caramba, ha pasado un año y yo con estas escasas greñas. Rebobino la memoria e intento visualizar donde me encontraba hace exactamente un año. La imagen todavía permanece fresca, hace que los pelos se me pongan de punta. Por mucho que uno especule cómo irá por el sendero de su vida, la muy cafre siempre te sorprende. En ocasiones para mejor y en otras para peor. Lo bueno de llevar una bitácora es que leyendo los textos que por aquel entonces subí, la mayoría de ellos te ofrecen un retrato surrealista del puchero que hierve en mi cabeza.

Hago repaso pues y el asomo de la caprichosa nostalgia logra que incluso mande a callar a Señor Ojo, visiblemente preocupado cuando me ve de esta manera. “Es la habitual”, le comento con la intención de calmarlo. El pobre se pone enfermo. Es buena gente.

EL CANTO DE LOS LIBROS

Esta tarde me di una vuelta por la Casa de la Cultura para rebuscar en el rastro de libros usados que han colocado los de la Fundación Ataretaco –como el año anterior—en los bajos del espacio. Mientras leo títulos y títulos que no me interesan en ese delicioso caos de volúmenes pasados, algunos rotos y otros con firmas de antiguos poseedores, me encuentro como pasa siempre con conocidos rastreadores de libros caducados como quien les escribe.

- ¿Has encontrado algo?- preguntan con esa ansiedad que devora por dentro a todo rastreador que se precie.

- Poca cosa.- les contesto. Lo que es verdad. Aunque he localizado un Salambó de Flaubert editado por la mítica Bruguera que me llama a gritos con el objetivo de que me haga con él. Ya saben, el canto de los libros.

AQUELLOS VIEJOS TIEMPOS

Recuerdo que hace tiempo leí Salambó. Y la leí gracias a la adaptación que hizo al cómic Esteban Maroto no sé si en la revista 1984 o en Zona 84. ¿O quizá fue Comix Internacional? El caso es que con esto quiero decir que los tebeos también han contribuido muy mucho a que llegara a novelas que de otra manera no hubieran pasado por mi vida. Y Salambó sí que cruzó. De hecho, fue la primera novela que leí de Flaubert, mucho tiempo antes de que me adentrara en su Madame Bovary y La educación sentimental, entre otras del honorable escritor. Llegué así a Flaubert de la mano de Maroto y su historieta Salambó así como a través de uno de esos grandes escritores que marcaron mi gusto por la lectura: el insólitamente olvidado Guy de Maupassant, uno de esos creadores que quiso poner fin a su existencia tras vivirla a más de 1.000 kilómetros por hora. Además de sus cuentos, por lo que es ampliamente famoso (casi todos ellos publicados en Alianza Editorial), les recomiendo entre sus novelas Bel Ami, feroz retrato de un periodista arribista en el que muchos compañeros de oficio podrían verse reflejados. Digo esto porque como sé que estos mismos compañeros de oficio no leen libros sino (aseguran) periódicos, no creo que nadie se sienta por aludido. Y si se dan por aludidos: allá ellos.

Pero estaba en el rastro que han montado los de Ataretaco en los bajos de la Casa de la Cultura. Mirando entre las tongas de libros, rebuscando casi como un sediento agua en el desierto.

Hay cositas, pequeños oasis que me llaman en silencio. Encuentro un título de Romain Gary, un tipo que me gusta y a quien envidio francamente –su segunda mujer fue (suspiro, suspiro, suspiro) Jean Seberg– aunque también puso fin a su vida de manera violenta; Luna Park de aquel escritor a quien compararon los idiotas como un nuevo J. D. Salinger, Brett Easton Ellis, y la que considero, junto a esa edición de Bruguera en perfectas condiciones, la joya de la corona de mi rastreo de esta tarde: El grito de la lechuza no de la grande sino de la colosal Patricia Highsmith, una de esas escritoras o escritores que sabes que nunca te fallarán. Toca la fibra, provoca por dentro gracias a su capacidad para radiografiar el temblor de la falsificación: desnudar los instintos asesinos de quienes presumen ser personas normales y corrientes.

EPÍLOGO

Cuando me encuentro con señor Ojo en el kiosco de La Paz para dar un paseo por el renovado tramo de la Rambla de las Asuncionistas, abre si cabe más su ojo al verme con la bolsa y los libros.

- Pero ¿tienes tiempo para leerlos?

Le digo que no con la cabeza, pero así son las cosas. Llevando encima esta carga me siento, ¿cómo decirlo?, mucho mejor.

Es una manera como cualquier otra de soñar que estás en otra parte. Y es que últimamente, y eso lo sabe muy bien señor Ojo, no pienso en otra cosa que estar en otra parte. En otra parte que no sea este infierno del ¡qué bueno es vivir aquí!

Saludos, wow, desde este lado del ordenador.

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