¿Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí?

MICRORELATO. ¿SER O NO SER?

A mi lo de los microrelatos es algo que no me entra en la cabeza por mucho que se esfuercen los amigos en convencerme de todo lo contrario.

Ustedes perdonen, les respondo. Pero nunca he entendido la genialidad del famoso microrelato que, al parecer, dio origen a esta ¿literatura? anoréxica: “cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

¿Allí?

Este fideo es obra del sin embargo más que interesante escritor guatemalteco Augusto Monterroso, pero ni con esas me convence. Y mucho menos la moda que desató a posteriori: esas cápsulas –me justifican que creativas– a las que sigo sin encuentrarle sentido.

Unos me comentan que son muy divertidas y que si el micorrelato es bueno te abre, como si se tratara de un brebaje mágico, nuevas puertas de percepción. Confieso pues, que tras consumir estas mini dosis de presunta ayahuasca prefiero la ciencia de la razón que emana casi siempre de las frase que sirven de apoyo a los jeroglíficos de las revistas de pasatiempos.

Admito, no obstante, que mi inquietud hacia el microrelato puede deberse a que me formé literariamente hablando en la rica y generosa en páginas novela del siglo XIX así como en la voluminosa literatura best seller del siglo XX. Por ello, y salvo honrísimas excepciones como los imaginativos juegos malabares de Frederick Brown, esto del microrelato me sigue sonando a chiste. De hecho, y si se mira bien, un chiste es un microrelato. Un microrelato cómico y oral, de acuerdo, pero microrelato a fin de cuentas.

¿CÓMO LEE USTED LOS LIBROS?

Hace unos días me pasé la tarde conversando con uno de esos escritores que, afortunadamente, no va disfrazado por la vida de escritor. Un tipo normal. Vaya. Sólo que con entretenida inteligencia y gracioso sentido del humor. Entre té y té, nos asaltó la noche temprana hablando de algo que nos gusta como son los libros.

Así que le pregunté al escritor de qué manera los lee. Me refiero a los libros. Es una cuestión que no resolverá el sentido de la vida pero que, dentro de mis habituales preocupaciones, me obsesiona el saber cómo lo hacen otros.

Me respondió que tumbado en la cama aunque de costado. Le contesté que a mi también me encanta leer echado en la cama pero boca arriba mientras aguanto el volumen con las manos. Hay otros que leen tirados en la cama pero boca abajo, así como los que lo hacen sentados o incluso de pie.

Durante el tiempo que pasé en Madrid recuerdo que conocí a un tipo que sólo podía leer en el Metro y rodeado de gente. Le daba igual que fuera sentado o de pie. Así que imité durante un tiempo su estilo.

Y funcionó porque viajando de estación en estación devoré prácticamente en tres días la estupenda biografía que sobre el tenebroso Fouché nos regaló a la humanidad el escritor austriaco Stefan Zweig, autor que hoy ha vuelto a recuperar Acantilado, probablemente una de las mejores editoriales de este país que se sigue llamando España. Cayeron en ese periodo otros títulos mientras cruzaba subterráneamente la capital del Reino pero ninguno de ellos quedó registrado en la memoria salvo el que les cito: Fouché.

QUE SUFRA EL MALDITO LIBRO

Otra manía entre las miles de manías que tengo con los libros es que a medida que los leo me gusta que se le vayan dibujando en su lomo cicatrices. Nunca he forrado un libro. Sostengo, lapídenme se quieren, que un libro estropeado significa algo así como un libro que fue leído con pasión obsesiva. Esta costumbre me ha hecho que mire con sospecha a los que conservan sus libros tal y como los compraron: nuevos. Tan nuevos que da hasta grima tocarlos. En ese momento me asalta la sensación de que su propietario no supo disfrutar con él, o que ni siquiera tuvo agallas para leerlo porque podía estropearse el pobrecito…

Si el libro es lo suficientemente bueno, a mi me pasa que estoy más dentro de él que fuera. Es decir, interpretando el papel que me ha tocado representar en la tragicomedia de la vida.

Cuando descubrí el mundo violento y bronco de James Ellroy salía a la calle pensando que estaba rodeado de cabrones. Es probable que no me equivocara pero le pedía alguna tregua a Ellroy, que es uno de esos potentes narradores que si ya conoces sabes que desconoce el sentido de la palabra tregua. Por eso, al descubrír un día que compensaba tantos malos rollos si combinaba su lectura con una novela de humor, llegué a la conclusión de que había encontrado una especie de apasionante y conciliador ying y yang literario.

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EN BUSCA DEL EQUILIBRIO PERFECTO

Creo, porque creo que existo, que para los que tenemos la manía de leer no sólo uno, sino dos o tres o hasta cuatro libros a la vez, es necesario que esa mezcla de historias o ensayos, descripciones históricas o biográficas, se compensen como los platillos de una balanza.

Si leo una novela también estoy leyendo un ensayo. O un libro de aforismos o uno de filosofía o de cuentos. Si la elección es la adecuada, generalmente finalizo los tres o cuatro a la vez. Es verdad, no obstante, que a veces muchos se quedan por el camino. Que me cansan o bien que mientras los estoy leyendo pienso en el otro que descansa en la mesita de noche. Señal inequívoca de que con ése me estoy aburriendo. Y cuando me aburro cierro el libro o lo tiro al suelo.

Este sano ejercicio no suelo hacerlo en el cine o en concierto, donde por mucho que me parezca que la película o el grupo que toca es lo que se dice un bodriazo me quedo hasta el final viendo con la mente en blanco lo que transcurre en la pantalla o en directo.

En fin, así son las cosas. Eso era más o menos todo.

Saludos, brindando por el maestro Albert Camus, desde este lado del ordenador.

4 Responses to “¿Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí?”

  1. Exiliada Says:

    No estoy de acuerdo con usted en lo de los microrrelatos. Ya Italo Calvino salió hace tiempo en defensa de esa pieza de Monterroso, a quien Ezequiel Pérez Plasencia dedícó en 1997 otro que tituló “La verdad”: “Érase una vez una joven que vio la verdad en rostro de un anciano acodado en la barra de un bar a media tarde”. En fin, para gustos hay colores. En cuanto a la manía de leer los libros, hace tiempo que descubrí las ventajas de leer varios a la vez y en la cama. En estos días he disfrutado con “Las alusiones perdidas” de Carlos Monsiváis y “El desajuste del mundo” de Amin Maalouf. Por lo de el gran Camus, mejor el silencio.

  2. Mario Domínguez Parra Says:

    Hace tiempo (feliz año, antes que nada, Eduardo) que dejé de leer sólo un libro. Tengo muchos en casa y exagerada pasión por leerlos todos. Sobre la posición y el lugar: no puedo leer en casa, en ninguna de las casas en las que he vivido. En bibliotecas, en la calle, en el metro, en el aeropuerto, en el avión, esperando la guagua…, pero me cuesta leer en casa. Ahora estoy con: Marina Tsvietáieva, Confesiones; Nikos Kazantzakis, La última tentación; Yannis Ritsos, La casa muerta; A Book of English Essays; A Literate Passion: Letters of Anaïs Nin & Henry Miller. Los leo a sorbos algunos, otros despacio o febrilmente según la dificultad o el deseo de acabarlo-devorarlo o de que no se acabe nunca.

  3. Un aficionado Says:

    Cuando lo leí… No entendí nada.

  4. editorescobillon Says:

    Tampoco yo, que soy tan poco…

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