Vomitando a los demonios

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EL EXTRAÑO VIAJE

Mi rechazo a Paco Martínez Soria lo generó un descuidado viaje que realicé en guagua rumbo a Madrid. Como todos los asientos estaban ocupados me colocaron en el supletorio que se encuentra situado al lado del chófer y justo encima de la pantalla de televisión que exhibe películas en vídeo para hacer más soportable el trayecto por esas carreteras de España.

No recuerdo bien desde donde partí en aquel viaje que pronto se convertiría en uno de los más angustiosos de mi vida, pero todavía conservo vivo en mi memoria lo largo que se me hizo. Una anécdota existencial en este pedazo de existencia que, paradójicamente, conservo fresco en mi memoria por las sensaciones que me suscitó. Algo que me suele ocurrir con bastante frecuencia cuando rebobino en el cerebro todos los relatos sufribles que he padecido. Historias que se transforman con el paso del tiempo en experiencias que ocupan a partir de entonces un lugar destacado en ese libro de páginas dispersas que son mis recuerdos.

DUERME, DUERME, CRIATURA

Les contaba:

La guagua inicia el viaje. Observo en primera línea el tramo largísimo de carretera mientras siento que siento los ojos de todos los pasajeros en mi nuca. Comienzan las paradas. Bajas, comes algo en la estación, aprovechas para ir al servicio, haces un poco de tiempo y vuelves a subir al vehículo calentándote las manos.

Atraviesas pueblos que desconoces, miras ríos que probablemente no volverás a ver en tu vida y pierdes el tiempo imaginándote montado a caballo recorriendo las colinas que brotan y desaparecen en cuestión de segundos ante tu mirada. El runrún del motor hace que cierres los ojos.

EL INFIERNO

Cuando los abro ya es de noche y detrás de mí escucho carcajadas sonoras y frases de pasajeros adelantándole la jugada al que lleva al lado de lo que va a ocurrir en la pequeña pantalla encendida y que, me permito recordarles, está instalada justo encima de mi cabeza.

Escucho el diálogo que provoca aquellas risas e intento imaginarme de qué película se trata cuando oigo la voz inconfundible de Paco Martínez Soria. Así que no sé a ustedes, pero pasar como unas dos horas largas aguantando al popular actor cómico español con sus cuchufletas me pone los nervios de punta y hace que me revuelva en el estrecho asiento.

Martínez Soria continúa con su voz de paleto (mago que decimos) aragonés resabiado rompiendo mi ya escasa estabilidad emocional. Estabilidad emocional pendiente de un hilo si le añadimos las carcajadas del resto del pasaje. Una carcajada que en ese momento me suena a terrorífica quizá porque la traduzco en mi confusa cabeza como la risotada fantasmal de un pedazo de la España profunda que existe y que, ya ven, me fascina porque es España.

Si sumamos a esa pesadilla que de tanto en tanto me asalta en las peores noches de mi vida, la voz de la actriz (habitual en el cine de Soria y del carpetovetónico país del que me enorgullezco de formar parte) Isabel Garcés, el cóctel que sacude mis ideas resulta casi perfecto para transformarse en uno molotov. De hecho, la combinación resulta tan idónea que me imagino como uno de esos protagonistas de la serie The Twilight Zone. O un tipo perdido en un universo que no entiende.

Lo peor del caso es que no puedo leer un libro para abstraerme de la insufrible voz de Martínez Soria e Isabel Garcés. Ni de las carcajadas que me suena a esa España profunda que sueltan los pasajeros situados a mis espaldas. Así que los dedos del caos se van adueñando de mi cerebro. Aplastándolo con insólita crueldad.

DEPRISA, DEPRISA

Hago entonces un gesto al conductor de la guagua con el objeto de que frene porque percibo que el malestar comienza a surbirse como una serpiente venenosa por el estómago rumbo a la garganta. Pero el buen hombre tiene la vista fija en la carretera y   no se da cuenta de mi señal de alarma desesperada.

Martínez Soria continúa aleccionando encima de mi cabeza con el apoyo de la Garcés. Las risas del pasaje parecen subir de volumen en un crescendo diabólico. No puedo levantarme de mi asiento y necesito tomar aire. Perderme en la noche oscura, desaparecer en la niebla…

Martínez Soria prosigue con su discurso de hombre de campo, humilde pero honrado, y cuyas palabras me llegan en formas de oleadas huracanadas. Necesito aire fresco. Fresco. Fresco.

Muevo las manos para que los pasajeros embobados con aquel paleto me hagan caso. Pero ni caso. Y entonces, entonces… Sucede lo inevitable.

HUMILLADO Y OFENDIDO

Vomito como un niño todo lo que tengo dentro. El chófer me mira de reojo y suelta un taco grueso. Muy español. Conduce la guagua a un arcén y detiene el vehículo. La gente protesta. El chófer abre las puertas y me dice que salga.

El aire frío me da un guantazo en la cara y logra que calme mi revuelto cuerpo y espíritu. Algunos pasajeros aprovechan para estirar las piernas y más de uno se ríe al verme con el suéter manchado con trozos de pan y chorizo. Cuando el conductor comprueba que me siento mejor, ordena que subamos. Unas señoras aprovechan para darme agua, fruta y galletas. Incluso alguien se presta a ocupar mi asiento pero me niego abochornado.

VEO TODAVÍA SUS CARAS

El final de esta historia, porque lo tiene, es que pasado el tiempo y siempre que recuerdo aquella extraña tortura, veo a todos los que se preocuparon por mi tras el vómito fatal con la cara de ¡¡¡Paco Martínez Soria e Isabel Garcés!!!

Y eso que no soporto a Martínez Soria ni a Isabel Garcés. Pero de alguna manera les doy las gracias a todos aquellos que demostraron espontánea preocupación por mi lamentable estado.

Desde ese día, no obstante, confieso que no puedo ver ninguna película de Martínez Soria. De hecho, basta que escuche la voz del actor para que la piel se me ponga de gallina y huya de donde me encuentre como alma que lleva el diablo.

UN DEMONIO LLAMADO LOUIS DE FUNÈS

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Otro actor que me provoca voluntarias arcadas es Louis de Funès.

Hubo un tiempo en el que estuvo muy de moda y en el que sólo parecía que ponían películas de Funès en los cines de esta ciudad. Entre otras, estaban las de aquella espontosa serie donde protagonizaba a un gendarme. Aparecía también en Fantomas pero como secundario lo que lo hacía soportable y también en La gran juerga.

No saben el castigo que suponía para quien les escribe que le llevaran a ver una de sus películas. Y no por mi padre, que siempre tuvo el buen gusto de detestarlo.

Les juro, y no hace falta para ello que me pongan delante ningún libro sagrado para que la verdad sea verdad, que si fuera francés hubiera exigido que lo guillotinaran por cuestión de salud pública.

En fin.

Saludos, a lo nostalgia a veces no es un error, desde este lado del ordenador.

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