¡Locos pobres locos de la tierra!

¿POR QUÉ?

Casi todas las mañanas abro los ojos cuando me despierta una voz desde la calle.

Esa voz declama una serie de palabras que dudo mucho que alguien con dos dedos de frente entienda salvo quien las pronuncia con fuerza semejante a la de Zucchero.

Es tanta su insistencia que ya se ha convertido en costumbre la de que me despierte cuando quien la vocifera atraviesa perezosamente la calle en la que vivo. Hora: las 6.30 de la mañana. 

Su jeroglífico, que me suena a indignado, forma parte así de mi peculiar paisaje cotidiano. O de esa rutina con la que nos acostumbramos a construir nuestra vida mientras esperamos pacientemente a que alguien apague el interruptor de esta tierra de desafectos.

EL ECO DE HAMELIN

Oír a este tipo soltar su discurso que nadie entiende me hace hecho recordar que siendo todavía un niño siempre me fascinó escuchar la extraña flauta que tocaba aquel afilador que de tanto en tanto aparecía por ese Santa Cruz de Tenerife publerino que hoy sigue siendo igual de pequeño y olvidado.

Su sonido –interpretaba por ese entonces– podía ser el mismo que utilizó el flautista de Hamelin para seducir primero a las ratas y más tarde a los niños del cuento infantil. Así que, pienso, es una pena que hoy apenas haya afiladores que bajen a la capital tinerfeña. Y si lo hacen, que no recorran precisamente las calles de mi barrio.

UNA EXTRAÑA OBSESIÓN

De hecho, y como les contaba, la voz del que me despierta con esa cantinela sin armonía en este tiempo de tristezas varias, es un tipo al que un día descubrí porque me asomé a la ventana. Lo vi de espaldas, por lo que su rostro continúa siendo un delicioso misterio para quien les escribe. Mi descripción así refleja lo que vi:  un hombre de unos cuarenta años en bermudas y con camisa de mangas cortas de color naranja. Lleva sobre su cabeza un sombrero de paja.

Algunos dirán que este señor es un loco. O lo que muchos puedan opinar que es un loco. Quiero aclarar, sin embargo, que pese a que su grito no es musical tampoco está teñido de dramatismo. Va el hombre soltando frases sin ton ni son mientras sube mi calle hasta desaparecer doblando la esquina.

No piensen que se trata de un personaje inventado por mi afortunadamente febril imaginación ya que esa misma mañana que les cuento y en la que me asomé por la ventana, descubrí a la vecina que tengo justo enfrente mirándolo con asombro parecido al mío.

 Así que existe.

Por lo que doy por hecho que continuará despertándome casi todas las mañanas de la semana salvo, curiosamente, la de los domingos, en la que no es habitual que se pasee por mi calle pegando gritos.

NOSTALGIA PROBABLEMENTE ENVENENADA

Todo esto me ha hecho pensar que hubo un tiempo en el que en esta capitá de provincias teníamos identificados a nuestros pobres locos. Y que quizá el más popular para los que  han vivido desde tiempo inmemorial en los alrededores de la Plaza de la Paz fuera quien se identificaba como Nacho el gofio.  Un feliz infeliz que se sacaba unas perritas lavando coches y que solía ir acompañado de una jauría de perros.

La leyenda urbana santacrucera asegura que el día en que se lo encontraron muerto en La Rambla el cuerpo de Nacho el gofio apareció rodeado de sus  perros, animales que no paraban de aullar imagino que desesperados por la ausencia de quien habían convertido en un igual.

Así que todavía oigo esos aullidos…

Otro personaje del arrollo santacrucero con el que todavía me tropiezo cuando paseo por la ciudad es el de un pobre loco que lleva un simpático sombrero y tiene unas piernas que de finas parece la de un bailarín. Este pobre loco casi siempre huele a vino barato y no se cansa de mantener conversaciones consigo mismo.

En cierta ocasión lo vi cabreado con un negro pobre y greñudo de mirada perdida vete a saber si en África, que suele sentarse a inicios de la calle del Castillo, justo donde muere la plaza de Weyler.

El viejito con patas de bailarín más que hablar le gruñía al negro de las greñas, quien la verdad no parecía percatarse de la bronca, perdido como estaba en su universo particular. Así que siempre que veo al negro de las greñas me pregunto: ¿qué pensará? ¿Qué ve con esos ojos que no ve que paso ante sus ojos?

Otro personaje con historia literaria entre los pobres locos de mi ciudad es una señora de cabello blanco que siempre va con una gabardina de gastado color marrón. Tiene pelos en la barbilla y su rostro parece el de una extranjera. Se cuenta una extraordinaria leyenda en torno a ella que no voy a revelar por respeto a esa señora de inexplicable y si quieren insólita belleza para quien les escribe. El caso es que no pide nada, sólo que la dejen caminar como un fantasma por las calles y plazas de esta ciudad poblada de fantasmas que es Santa Cruz de Tenerife.

Otra mujer loca y pobre pero que ya no está entre nosotros era La Heidi. Se la llamaba así porque  llevaba  coloretes de tonos rojizos en sus castigadas mejillas…

También había un pobre loco que siempre caminaba con la cabeza baja y que le preguntaba a la gente con la que se cruzaba: “¿Qué hora es?”.  En cierta ocasión uno de mis primos le contestó mientras consultaba su reloj de pulsera que no podía darle la hora de Tenerife sino la de Melilla. El pobre loco que no era tan tonto, tras digerir la información, sacó un palo que llevaba escondido e intentó golpearnos en la cabeza mientras mi primo y yo corríamos calle abajo con esa tonta risa nerviosa que le entra a los que aspiran a ser niños terribles.

FRUTO AMARGO

Les contaba lo de estos pobres que hay, y en cierta ocasión habitaron mi ciudad, porque últimamente en los paseos mañaneros de lunes al sol que me pego voy descubriendo con amargura que cada vez me encuentro con más personas que dicen que no tienen nada en sus calles y plazas. Lo que hace imposible que, como los anteriormente descritos, formen parte del paisaje de pobres locos que una vez caracterizó a esta desastrosa ciudad de provincias.

Esta mañana mismamente, y obviando a las rumanas que se colocan estratégicamente a las puertas de los supermercados y cajeros automáticos, he descubierto que la nueva legión de pobres son pobres pero no locos. Es decir, que exigen a los que tampoco tienen nada unos euros. Los pobres locos de antaño nunca habrían hecho eso. Por ello, me desarma y desanima cuando uno de estos tipos se me pone de frente con la mano extendida.

Probablemente sea una de las situaciones más incómodas con las que tengo que lidiar cuando paseo por esta capitá repleta de cadáveres. Pero de nada sirve razonar con ellos. Ponen la palma y esperan que caigan unas monedas en esa mano extendida…

Sueltas una disculpa. Y no te creen cuando insistes que a tí las cosas no te van muy bien…  En una ocasión hasta uno me gritó  “¡ojalá no te encuentres en mi situación!” Sólo pude responderle encogiéndome de hombros. Quizá no se dio cuenta que yo soy un loco pobre loco. Y si se dio cuenta ¿por qué dijo eso?

Esto me ha hecho meditar. E interpretar que esa voz que me despierta casi todas las mañanas sea la metáfora amarga de un tipo perdido y encerrado en su propio universo.

ENTRE VERDAD Y LEYENDA, PUBLICA SIEMPRE LA LEYENDA

Últimamente he escrito mucho sobre esa novela que casi nadie ha leído pero que casi todo el mundo cita que es el Don Quijote. Y observando a los pobres locos de antes y a los cuerdos pobres de ahora he llegado a la extraña conclusión que ya no son tiempos para caballeros de triste figura.

Me parece, intuyo, que su fiel escudero Sancho Panza le ha ganado la partida a ese pobre loco que un día vio gigantes donde sólo había molinos.

(*) La imagen que ilustra estas líneas corresponde al filme Ordet, de Carl Theodor Dreyer.

Saludos, de un loco pobre loco, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “¡Locos pobres locos de la tierra!”

  1. Una ramblera Says:

    Conmovedor post. Enhorabuena.

  2. admin Says:

    Muchas gracias.

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