Tránsitos vive. Luego vivo

Me encuentro en Tránsitos. Pero no en tránsito de espera sino el que te lleva a otro espacio y a otro momento. Me refiero al Festival de la Movilidad y la Diversidad Cultural que desde hace cuatro años tiñe de otro color el faraónico Auditorio de Tenerife.

Pienso, escuchando los grupos que forman el programa, en la tremenda suerte de contar con un festival de estas características en Canarias, pequeño muestrario de lo que suena en ese mundo confuso y hoy teñido de ceniza volcánica. Y cierro los ojos porque me imagino en tránsito hacia otro mundo. Y viajo sin moverme de la incómoda butaca del Auditorio para todos aquellos que tengan como quien escribe las piernas demasiado largas.

Sigo el ritmo casi primigenio de Oreka TX.

Y flipo, porque esta es la palabreja exacta, con un mongol cuyo voz parece apretarme las entrañas. Pero es que hay más, porque esa voz indescriptible se fusiona como un guante con la txlaparta de Oreka TX y se mezcla con insólita comodidad con sonidos sahararianos para componer una nube de sonidos que te arrastra. Y entiendes, quizá porque este es uno de los objetivos de este festival único en su género en las islas, que eso que llaman diversidad es posible. Y ansiable.

Como bien revela su nombre, en Tránsitos estás sentado en una sala (la Sinfónica) y te levantas para ir a otra sala (la de Cámara) donde Dana Leong hace posible el milgro de que un instrumento tan tradicional como el violoncelo casi suene como la mítica guitarra de Jimmy Hendrix.

Y continuas flipando, y flipas porque te dices a ti mismo “esto no es posible, no es posible que esto esté pasando en Tenerife. Y mucho menos en el Auditorio”.

Pero está pasando. Y entras y sales y sales y entras olvidándote (como es mi caso) de la rutina diaria porque el corazón parece que te sale por la boca. Y miras a tu alrededor y notas que a todos, absolutamente a todos los espectadores les pasa lo mismo mientras compruebas que la música amansa a las fieras porque ahí, en el colosal Auditorio, flota un feeling tan positivo que manda a paseo nuestras habituales paranoias.

Por último, escucho despatarrado en la sala sinfónica el concierto de Nidi D’Arac, y me emociona escuchar canciones tradicionales italianas reinterpretadas por una banda que  funciona y fusiona folclore con acentos tan actuales. Y recuerdo entonces, mientras danza una belleza latina con pies descalzos sobre el escenario, la deuda que tengo con Carlo Buti y su Vivere, otro de esos tantos himnos particulares que componen la peculiar banda sonora de mi existencia.

Salgo del Auditorio con los pelos de punta. Y me encuentro de sopetón con una capital de provincias que languidece una madrugada más en soledad, y miro hacia atrás sin ira y veo la silueta del Auditorio y me pregunto si todo no habrá sido otro sueño. Un sueño amable y bueno, de esos de los que te cuesta despertar para no enfrentarte a la inevitable pesadilla de la vida diaria.

Pero no, sabes que la experiencia ha sido real y por real también física. Así que llegas a casa, buscas en tu discoteca el disco de Buti y pones, pese a la hora, Vivere y sientes –gracias Tránsitos– que efectivamente vives.

Vives.

Vives.

Saludos, aún noqueado, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “Tránsitos vive. Luego vivo”

  1. elmenda Says:

    Sí lo más que me gusto fue ver a los lapones poniendose a gusto…y es que la farlopa lapona o laponesa tiene que ser lo más.

  2. admin Says:

    Elmenda, usted se referirá con gamberra ironía a los mongoles que apareceían en el documental, ¿verdad?

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