¡Viva Italia!

Sí, sé que las comparaciones son odiosas pero eso no evita que me siga preguntando ¿por qué el cine español reciente no despierta mis pasiones y el de otras cinematografías, como es la italiana, es capaz de tocarme ese pedazo de alma que –pensaba– debía encontrarse en estado comatoso?

Creo, y es un juicio muy particular obviamente, que el mejor cine que nos llega de Europa viene del país de la bota. Y no ahora sino también antes.

Que me quede hasta las tantas de la madrugada con los ojos pegados frente al televisor viendo una película cuyo idioma se me escapa pero que me empapa con esa extrañísima sensación que en pocas ocasiones logra el cine para estrujarme el corazón es una de las experiencias intelectuales más placenteras de mi existencia. Que esa película logre encima contarme una historia y hacerme olvidar las estupideces cotidianas que caracterizan mi vida es además un regalo.

Esto, lamentablemente, no me pasa con el cine español. Sí, hay nombres que escapan a esa sensación frustrante, pero pertenecen al pasado y resultan además inimitables: Berlanga, Edgar Neville, algo de Sáenz de Heredia, de José María Forqué. El primer Bardem

En el cine italiano por el contrario siempre he encontrado talento. Y no sólo el que marcan sus iconos más representativos como Vittorio De Sica, Visconti, Pasolini, Rossellini y Fellini, sino esa otra cantera de cineastas que relativamente ocultos por la sombra de estos maestros, a mí me siguen pareciendo igual o superiores que todos ellos. Cito, de memoria y sin orden generacional: Pietro Germi, Mario Monicelli, Dino Risi

Y todo esto con independencia de que el cine italiano fuera capaz en los años sesenta y setenta de crear una industria cinematográfica que tanteó todos los géneros (incluido el western), dando oportunidad a que se sumara a esta nómina extraordinarios directores que fueron capaces de recrear el esplendor de la antigua Roma en cartón piedra o narrarnos historias de terror bajo la fórmula del giallo u otras extravagancias hasta ese momento prácticamente monopolizadas por Hollywood.

Pero es que pasado aquellos fastos, el cine italiano continúa dando gratísimas sorpresas a quien les escribe gracias a una serie de películas capaces de denunciar, por ejemplo, las miserias de su democracia a través de pequeños relatos donde el peso de la Historia no está por encima de sus protagonistas.

Es cine verdadero, que te llega. Que te hace reír y llorar, y que habla de cosas que todos conocemos como la familia, el paso de los años, el amor…

Escribo este post profundamente conmovido tras haber visto las dos partes de una de las mejores películas de este siglo XXI que apenas ha cumplido diez años. Su título es La mejor juventud y la dirige con una poética desarmante Marco Tullio Giordana.

No es una obra redonda pero a mi juicio y por la huella que ha sabido dejar en mi registro como espectador, roza casi la perfección.

No voy a entretenerles contándoles el argumento de esta cinta prodigiosa, que te agarra y te sacude, que te acaricia y que te despierta. Pero sí a recomendárselas a todos aquellos que, como a mí, pensaba que el cine se había convertido en un arte incapaz de hacernos tan tontamente felices. Y sólo por eso, La mejor juventud debe verse a modo de antídoto para pulverizar las mediocridades que te comen el cerebro.

Llego a su fine tras pegarme sus seis horas de duración y aún estoy noqueado. Con el corazón agitado, agradecido porque una obra como esta exista.

Eso era todo. Escribo a una hora prohibitiva de la noche rodeado de una dulce emoción que espero no desaparezca por la mañana cuando abra los ojos.

Saludos, aún bajo sus efectos, desde este lado del ordenador.

One Response to “¡Viva Italia!”

  1. elintenso Says:

    España, entre otras cosas, no está preparada para dar cuenta de sus miserias.

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