Usted puede ser el asesino (III)

I.- PECES SIN ESCONDITE

La banda sonora de Óscar, una pasión surrealista taladraba los oídos de Sam Waldo, atado de pies y manos en una mesa larga de metal instalada en una habitación de azulejos marrones que antaño –supuso– tuvieron que ser de impoluto blanco.

- ¡Noooo, noooo, noooo por favor!.- gritaba Sam Waldo mientras aquella endeomoniada música parecía comerle la cabeza.

- ¡No investigaré más! Entregaré el dinero ganado de este puñetero caso a los miembros del gobierno canario… pero por favor, ¡¡¡quiten esa maldita música!!!

Ni caso.

Continuaban los coros, la sinfonía perversa mientras del techo descendía una pantalla que se detuvo a pocos metros de las narices de Waldo.

La música se calló de repente mientras de los oídos del detective salían hilos de sangre aunque a causa del repentino y misterioso silencio, dentro de los machacados sesos de Waldo se multiplicaron sonidos imaginarios. Ecos fantasmales: ohhhh, ahhhh, ihhhh

La pantalla se encendió.

Y aparecieron ¡Cabras! ¡Miles de cabras! Terminaban las cabras y se volvía a poner aquello de las cabras. Sin sonido. Sólo cabras. Cabras. Cabras y más cabras.

Waldo quedó sin sentido.

II.- EL FACTOR HUMANO

Abrió los ojos y no vio cabras aunque éstas aparecían saltando en una nube de inconsciencia. Un agudo pitido perforaba su tímpano. Comprobó que continuaba atado sobre la superficie de metal pero ya no había pantalla ni monstruosa banda sonora resonando en su pobre cabeza.

“¿Estaré muerto?”.- reflexionó Sam Waldo.- “¿Acaso esto es el infierno?”

Pensó en las enseñanzas del padre Damián, su confesor espiritual cuando estudiaba en los jesuitas: “Waldo, el infierno sólo existe en nuestra mente. Nuestra mente es el paraíso y el infierno. Todo echo un lío, como una bola. Basta con rezar con fe y serás capaz de romper cadenas.”

- Pero padre, ¿que es eso de la fe?

Como respuesta había recibido un doloroso coscorrón en la cabeza.

- Imagina algo parecido.

Sam nunca le había hecho demasiado caso al confesor pero era tal su estado de desorientación que se dijo que por qué no probar. Comenzó a rezar en el único idioma que sabía: el latín.

Tardó dos horas en meterse en aquella letanía hasta que sintió como las pulseras que lo tenía preso cedían.

Crack. Dijo una.

Crack. Dijo otra.

Crack. Dijo la tercera.

Crack. Dijo la cuarta.

III.- MARCADO POR LA SOSPECHA

Sam Waldo se levantó de la mesa de metal mientras se frotaba las manos y los pies. De puntillas se acercó a la puerta y pegó la oreja. Silencio. La empujó ligeramente con el hombro y ésta cedió. Salió a un pasillo sumido en la oscuridad.

Se detuvo ante lo que tenía que ser el comedor del Hospital. Se escondió en una esquina al ver a un grupo de enfermeros y policías que cenaban lo que, le informó su nariz, tenía que ser generosas raciones de carne fiesta. Su estómago soltó una gárgara de entusiasmo. Se llevó las manos a la barriga para taparle la boca.

Arrastrándose llegó hasta otro pasillo, donde primero a gatas y luego de pie siguió su camino buscando una salida.

Bajó unas escaleras y reconoció aquel pasillo. Una de aquellas puertas era donde supuestamente estaba preso Septenionito. Dos más allá quien se hacía llamar Fi-Mu-Ci-Té. Entró en la habitación del compositor loco sin llamar a la puerta. Allí se lo encontró acostado en la cama. Se acercó a ella cerrando los puños.

- Hijo de… .- soltó dispuesto a estampárselos en la cara cuando comprobó que el loco agonizaba.

- Yo… Spielberg, Spielberg…- balbuceaba Fi-Mu-Ci-Té.

Sam Waldo lo cogió por las solapas del pijama a rayas y le espetó: “¡Quién me traicionó, pibe, quién?

- Yo, Spielberg, Jonh Williams, Spielberg…

Waldo comprobó que Fi-Mu… se encontraba en las últimas. Olfateó un vaso de agua que estaba colocado en la mesita de noche junto a la cama y se dijo: ¡veneno!

- Yo… yo… ¡soy John Williams!.- gritaba ido Fi-Mu-Ci-Té.- Cristóbal es el culpable…

Sam Waldo sonrío con crueldad: “O el inteligente. ¡Nos vemos en el infierno, pesadilla!”

Saltó por la ventana y se perdió en la noche.

IV.- POR EL PASADO LLORARÁS

Riano tomaba café mezclado con brandy en su despacho cuando recibió una llamada.

Polino, hombre, tanto tiempo sin saber de ti. ¿Qué es de tu vida?

Lo que escuchó al otro lado del aparato transformó al color de la cera el rostro de Riano.

- ¿Está usted seguro?, señor presidente.

El grito que salió al otro lado del auricular hizo desaparecer la sonrisa de Drácula de la boca de Riano.

V.- EL SEGUNDO MÁS LARGO

Waldo deambulaba por las calles de la ciudad con la ropa pegada al cuerpo. La ola de calor africano lo hacía más pesado de lo que el más que sobrante de grasa le permitían tolerar.

Entró en un bar –La loba ladraba un asmático letrero de neón–  y preguntó al barman, un tipo de barba mal recortada y aspecto cansado que respondía al nombre de Claudio según informaba la etiqueta que llevaba colgada del pecho, si tenía teléfono público.

El barman, tras espantar a una colonia de cucarachas de la bandeja de ensaladilla le indicó sin ganas el final del pasillo.

Waldo introdujo un puñado de monedas en la ranura. Le dio tiempo a mirar a los clientes, cuatro marineros borrachos acompañados de cuatro señoritas no tan borrachas y algo pintarrajeadas y al fondo, oculta en las sombras, unas delicadas piernas de mujer.

- ¿Sí?.- preguntó una voz al otro lado del hilo telefónico.

- Busco a Daniela Bianchi.- respondió Waldo.

Desde Rusia con amor. La chica más Bond de la serie Bond con permiso de Ursula Andress. ¿Dónde está?

- En un bar. La loba.

- Lo conozco. Dentro de media hora estaremos ahí.

- Ok.

- Ok.

Waldo colgó aliviado. Se acercó a la barra y le pidió al camarero una cerveza.

- Vamos a cerrar.- le dijo Claudio en plan gañán.

- Póngale la cerveza.- le exigió la voz aterciopelada y femenina que estaba oculta en la sombra.

- Como usted diga señorita.- respondió Claudio con sonrisa boba.

Waldo miró las sombras y reconoció la voz.

- Usted.

- Yo.

- Lucha canario.

- Como lucharon nuestros padres.

Waldo se acercó a su mesa con la cerveza.

(Continuará…)

NOTA: Como en las entregas anteriores, los títulos corresponden a novelas de James Hadley Chase; una obra maestra de la literatura de espionaje de Graham Greene; otra negro policial del hoy olvidado Charles Williams; y otra del gran Chester Himes, y por último del gigantesco (sin desmerecer a los anteriormente citados) Bill S. Ballinger.

Saludos, a lo Sweet Home Alabama, desde este lado del ordenador.

5 Responses to “Usted puede ser el asesino (III)”

  1. Izaskun Says:

    Buenas tardes, Eduardo, soy Izaskun (de la Librería de Mujeres) perdona que entre por esta vía pero no encuentro otra y quería comentarte que me gustaría enlazar el escobillón en el blog de la librería (http://www.libreriademujeres.com/) si te parece bien.
    Un saludo,
    Izaskun

  2. Mario Domínguez Parra Says:

    Eduardo, la librería está muy bien, la verdad. Es un espacio nuevo y muy necesario.

  3. Mario Domínguez Parra Says:

    Sé que no tiene que ver con el tema, pero por ayudar a que un espacio que merece la pena tenga difusión.

  4. admin Says:

    A Izaskun: Para los escobilloneros será un honor.

  5. Panatela Says:

    Sencillamente estupenda, Eduardo, esta última entrega de Sam Waldo. El cura Damián me recordó a otro que tuve en las Escuelas Pías y nos propinaba unos coscorrones espantosos.

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