¿Un español neutro?

Si llevas toda una vida armándote los sesos con traducciones llega un momento en el que ya sabes detectar las que te convencen y las que te inquietan.

Eso me pasó hace unos días con una novela de espionaje de Len Deighton. Un libro que se desarrolla los últimos años de la Guerra Fría y que enfrenta a soviéticos y norteamericanos en lo que se conoció como el Gran Juego. 

Leer un libro bien traducido es una delicia. Pero leer un libro mal traducido es una tortura y responsable en gran parte que el lector abandone el ejemplar nada más haberlo empezado.

En esos casos y si me gusta el autor, recurro al cansado ejercicio de ir retraduciéndolo en la cabeza. Experiencia que me obliga a no prestar más atención a la trama y a los personajes que en ella se mueven.

Ahora bien, si la traducción es latinoamericana y utiliza sus propios giros y expresiones como identificar saco como una chaqueta o carro como un coche mi descomposición puede llegar a extremos desesperantes. Como desesperante es cuando leo en novelas editadas en los años 40 o 50 esa manía por castellanizar los nombres propios de los personajes.

Un ejemplo cogido al azar en mi desastrada biblioteca: A Richard lo llaman Ricardo. A Elizabeth se la rebautiza como Isabel.

Esta furia desatada me es relativamente reciente, no obstante.

Y es reciente porque recuerdo con un asomo de nostalgia como disfrutaba leyendo las historietas de Superman y Batman que publicaba Novaro, una editorial mexicana. Y disfrutaba más que por la aventura en sí por los diálogos traducidos que salpicaban los globos o bocadillos donde los personajes “conversaban”.

Me tronchaba de la risa cuando aparecía en escena Bruce Wayne y su pupilo Dick Greyson. Y no porque aparecieran en escena disfrazados con sus extravagantes trajes de gente normal sino porque imaginaba al traductor mexicano jarto de mezcal y marihuana rebautizándolos con rocambolesca y también generosa imaginación Bruno Díaz y Ricardo Tapia.

En los colorines de Superman (el hombre de acero) Clark Kent sí que se llamaba Clark Kent pero su novia de toda la vida, Lois Lane, se la conocía como Luisa Lane y a Perry White, el director del Diario El Planeta, como Pedro White. Y a Jimmy Olsen (el fotógrafo) como Jaime Olsen. Nunca entendí porque castellanizaban los nombres de los secundarios pero no sus apellidos. Con lo bien que hubiera quedado: Pedro Blanco ordena a Clark Kent que investigue el robo cometido en el gran banco de Metrópolis…

Cuento todo esto porque no creo que se haya valorado como se merece el trabajo de un buen traductor, que es una persona cuya misión es la de intentar reproducir con la mayor exactitud posible el espíritu de la obra original. Y en el caso de los traductores de la editorial Novaro creo que lo hacían rayando la más excéntrica perfección.

Con esto de la traducción solo alcanzo estados realmente salvajes cuando veo una película. Y no ya por la voz que le pueden  poner a John Wayne en la versión doblada sino porque siendo lo mismo es distinto.

Aviso, sin embargo, que últimamente me calmo viendo series norteamericanas de los 60 y 70 en lo que se conoce como español neutro (¿?).

Escuchar una serie en ese español neutro hace que viaje en  la cápsula del tiempo. Reconozco ese español que me decían procedía de Puerto Rico y que ahora se quiere conocer como  ”neutro”.  

A mi me sigue sonando diferente. Y sobre todo gozosamente llamativo cuando los dobladores pronuncian los nombres de los protagonistas del filme en inglés. O en ese inglés que yo tenía (y debo tener) en el imaginario. Cuando se dice Carolyn Jones te suena a Carolyn Jones con todas sus letras.    

Personalmente, ha sido una delicia volver a escuchar en viejas series de televisión ese doblaje a un español de no sé que procedencia…

Me hace reír y me hace llorar.

También me hace pensar.

Pero sobre todas las cosas me hace recordar. 

¿El qué?

Si te digo la verdad te miento.  

Saludos, navegando, desde este lado del ordenador.

One Response to “¿Un español neutro?”

  1. Mario Domínguez Parra Says:

    Personalmente, no creo en eso que llaman “español neutro”. Creo en las variedades del español, ninguna mejor que otra. Y que me digan que hablo mal por ser canario (en mi caso por haber crecido aquí), me parece un rasgo de la más absoluta estupidez en la mente de quien lo profiere (y me he encontrado varias veces con mentes de ese calado).

    Me hace daño escuchar Ricardo Wagner o Juan Sebastián Bach, por lo aleatoria que es la traducción de algunos nombres propios. ¿Por qué no Francisco Liszt? En Grecia lo llevaron a un extremo genial. A Shakespeare lo llamaban Guglielmos (del italiano, probablemente) Shakespiros (encajando en el apellido el nombre griego Spiros).

    En mi opinión, leer traducciones de literatura de cualquier idioma en versiones latinoamericanas enriquece mi léxico y mi conocimiento del idioma.

    No creo, por tanto, en ese “español neutro”, un engendro pergeñado por unos cuantos elitistas de la capital de España y aledaños.

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