He visto cosa que no creeríais…

“Yo… he visto cosas que vosotros no creeríais… a un hombre vestido de Godzilla aplastar la ciudad de Tokio. A Bud Spencer y Terence Hill liarse a cachetadas con bribones que no tenían nada que ver con Las Teresitas ni con el caso Malaya…

Todos esos momentos se perderán en la noche del tiempo como lágrimas en la lluvia.”

No dejo de pensar en como cambiamos a medida que transcurre el tiempo. Como se transforma nuestra percepción de las cosas. Claro que no sé si por suerte o desgracia el paso de los años –y los consecuentes hachazos que van tallando el edificio de nuestra madurez– hace que veamos de otra manera lo que antaño simple y llanamente nos fascinaba.

En mi no tan extraño caso llegué un maldito día  a la conclusión de que me había hecho mayor cuando me dispuse a ver por enésima vez El hijo de Godzilla (Jun Fukuda, 1967), una cinta cuyas sensaciones infantiles todavía pesaba en mi maltrecha memoria, y asco de adulto ¡me horrorizó!

Intenté encontrar las razones por la que aquella cinta me había robado el corazón y me justifiqué con la reflexión pringosa de que ese filme no dejaba de proyectarse en las sesiones de a las 4 de la tarde en mi época de niñato, y que como cualquier niñato que se precie me ponía del lado del monstruo y no de los humanos. En este caso un puñado de nipones con ojos rasgados.

En esta cinta, no obstante, Godzilla y su bebé se hacían buenos aunque eso no quitaba que los tipos que iban disfrazados con aquellos trajes de goma aplastaran la ciudad de Tokio, obsesión que tenía la bestia.

Pero fue verla pasado el tiempo de la inocencia y preguntarme seriamente qué demonios había visto en ella. O en ellas, porque meto en el mismo paquete a toda la familia de monstruos japoneses que nacieron al calor de Godzilla.

En mis tiempos como espectador de cine para nada mediatizado si había películas que no podía dejar de ir a ver con los amigos estaban también las protagonizadas por Bud Spencer y Terence Hill. No nos perdíamos ni una.

Reconozco que no he vuelto a ver ninguna de ellas por respeto a una relativamente feliz infancia y mocedad. Aunque puede ser eso, precisamente, el por qué suba hoy un comentario sobre las gozosas sensaciones que me asaltaban cuando disfrutaba (porque esta es la palabra: disfrutar) con estas naderías de producción italiana que durante unos años se convirtieron en una especie de largometrajes que todos teníamos que ver.

No me olvido de la primera que ví a esta pareja de cabestros: Le llamaban Trinidad, una curiosa parodia de los por aquel entonces más que populares espaguetis western. En el filme, el apuesto Terence Hill hace de Trinidad, un vaquero vago y dormilón pero rápido como una centella con el gatillo.

Este filme explota las constantes que han hecho grande a este subgénero que reinterpretó a la europea las claves del género por antonomasia del cine americano, solo que destacando el feísmo que el maestro Sergio Leone explotó con sabiduría cinéfila en su trilogía de los dólares. En Le llamaban Trinidad estas claves se acusaban con guasa en una serie de gags altamente tóxicos por escatológicos (lo que generaba la carcajada de la chiquillada en la sala) y los ya célebres mamporros que Bud Spencer y Terence Hill repartían entre los malos monigotes a los que se enfrentaban.

Como todo buen aficionado sabe, Trinidad tuvo una secuela que circuló en nuestro país con el título de Le seguían llamando Trinidad.

Fue tanto el éxito de esta gigantesca tontería que Spencer y Hill continuaron protagonizados juntos películas que no había forma humana que me perdiera. Se me vienen a la loca cabeza Y si no, nos enfadamos (1974) y Dos súper-policías (1976) y su secuela Dos súper-policías en Miami (1985), ambas rodadas en los Estados Unidos y que a su manera son antecedente de las monerías que años más tarde haría Eddie Murphy con su Superdetective en Hollywood pero sin la desarmante estupidez de las interpretadas (porque estaban interpretadas) por Hill y Spencer.

No he vuelto a ver ninguna de estas películas pasado el tiempo. Probablemente porque me he hecho a mi manera mayor y mi sentido de la responsabilidad cinéfila puede más que el de la irresponsabilidad cinéfaga, pero no descarto volver a verlas un día de estos con el temor (afirmo sincero) de que el mundo se me venga al suelo y me pregunte una vez más ¿cómo diablos me podía gustar eso?

Por ello pienso que lo mejor es dejarlas encerradas en ese rincón de mi cerebro donde guardo todos los pedazos de un tiempo que no sé si fue mejor pero a su manera seguro que sí más feliz.

Recuerdo de estos largometrajes el sonido de las cachetadas, los eructos y cuescos en sensurround y los platos de judías que se echaba a la garganta Trinidad/Hill. En definitiva, momentos lúdicos de todo a cien donde la violencia que se mostraba era casi la misma que enfrenta a dos payasos tirándose tartas en el circo.

Veías las películas. Te descojonabas de la risa y salías entusiasmado con los amigotes para contar las mismas tonterías que horas antes habías visto en pantalla grande mientras devorabas un perrito caliente.

Y pienso ahora que será por eso que todas estas películas que vi en mi infancia me sepan a perrito caliente porque el perrito caliente era inevitable que cayera en mi estómago cuando aparecía el FINE con todas sus letras anunciándonos que se acabó lo que se daba.

Y como se acabó lo que se daba…

Saludos, intentando reconocerme en aquel niñato que fui, desde este lado del ordenador.

2 Responses to “He visto cosa que no creeríais…”

  1. Damián Marrero Says:

    Una evocación compartida. Todos tenemos pecadillos de juventud inconfesables… Me pasa lo mismo con los dibujos animados de Hanna Barbera ¿cómo podían hacernos tanta gracia?

  2. admin Says:

    Bueno a mi los dibujos animados de Los Picapiedras y Don Gato todavía me hacen, e imagino que me harán, reír.

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