Sin el talento del ‘gran Vázquez’

Está mal que lo diga pero no soy muy dado al cine español. Debo pertenecer a esa ya larga lista de espectadores que no encuentra en el cine nacional las respuestas que desearía en nuestro cine nacional.

Esta inapetencia por consumir nuestros propios productos se hace extensiva, no obstante, a otras cinematografías. Incluida la estadounidense actual. Cine éste, el norteamericano, que me enseñó a su manera a adorar esto del cine.

Pero hablaba del cine español. Omitiendo los grandes nombres que hoy iluminan su más bien escaso universo de estrellas, continúa costándome un riñón que me gaste los pocos euros que me quedan en la cuenta del banco para pagar una entrada con el fin de ver una película cien por cien española. Son muchas las razones de este recelo, aunque la prioritaria es que desconfío de que un filme celtibérico me convenza. Es decir, que salga de la sala sin la sensación de que me han tomado el pelo.

Hoy, sin embargo, he roto esa regla y he abonado mi escaso dinero para ver una película española. El problema es que una vez en mi mansión he vuelto a darme cuenta que me han vuelto a tomar el poco pelo que me queda. Pero así son las cosas. Conste en acta por lo tanto que esta misma tarde he contribuido con mi pequeño granito de arena a que en España se sigan haciendo películas. La cuestión es si lo haré el mes que viene.

Mucho me temo que no.

Admito que esperaba con entusiasmo El gran Vázquez. Y no por su director, el excelente guionista de tebeos Óscar Aibar, sino por el retrato que suponía iba a ofrecer de Manuel Vázquez, ese gigantesco golfo y artista que por fin ocupa un puesto destacado entre otros grandes dibujantes de historietas que me acompañaron en mi infancia.

En contra de otros chicos/as de mi generación, a mi me gustaban más las aventuras de Anacleto, agente secreto y Angelito que las firmadas por otro coloso de los cómics de humor de aquellos años como Francisco Ibáñez y sus ya inmortales Mortadelo y Filemón, El botones Sacarino, Rompetechos o Pepe Gotera y Otilio. Hubo, claro está, más fauna de creadores y personajes sacados de esa factoría dedicada al tebeo del humor que fue la editorial Bruguera, pero si bien los leía con satisfactorio agrado las aventuras de Zipi y Zape o Carpanta del maestro Escobar o las angelicales tiras de Pitagorín y Gordito Relleno de José Peñarroya, las historietas de Vázquez llegaban más a mi espíritu.

Vamos, que le entraban más a ese niñato cuando cogía los DDT, Tío Vivo o Pulgarcito que mis hermanos mayores dejaban olvidados en el sofá del salón de la casa de mis padres…

Cuando crecí algo más de un palmo, dejé aquellas tiras en favor de la tribu de héroes de la DC y la Marvel, también de los tebeos de terror que Garbo editorial publicaba en revistas con títulos tan atractivos como Vampus, Rufus o Vampirella, aunque de tanto en tanto recuperaba los Anacleto y Mortadelo porque, literalmente, me partía de la risa con ellos.

Fueron unos años hermosos quiero ahora recordar. Ahorraba dinero para comprar mi Vampus con espanto a que el quiosquero del estanco Conchita o los de La Rambla me dijeran que no porque se trataban de historias sólo para adultos, claro que casi siempre me salía con la mía porque los tebeos (independientemente fueran para adultos) se consideraban cosa para niños…

Como debo ser una persona muy rara, nunca comprendí en aquellos años la euforia que le entró a un grupo de amiguitos por los Don Micky ni por los Pumby. Y el acabose, o esa extraña sensación que tienes siendo aún un infante de que tu mundo se autodestruye porque tienes que ser mayor, fue cuando descubrí que los colorines también podían ser cosa para mayores cuando aparecieron a precios imposibles los álbumes de Astérix o Tintín, cuadernos en tapa dura (los de Tintín con lomo de tela) que solían ser regalos para mis hermanos mayores noche de reyes sí, noche de reyes no.

Pero pretendía hablarles de El gran Vázquez, presunto biopic de un artista cuya genialidad ha quedado oculta por la leyenda de sus sablazos. Algunos de ellos, seamos justos, verdaderas obras maestras del timo.

El filme de Óscar Aibar, sin embargo, me ha dejado frío. No sé si se trata de un problema de reparto (aunque Santiago Segura está más contenido que nunca) o de reflejo de unos años, como fueron los sesenta y setenta, que me saben a falso.

Por esa y otras muchas cosas, El gran Vázquez me ha dejado indiferente. También porque no ha sabido conectar  con las experiencias vitales de ese zoquete guasón y viva la vida que fue Manolo Vázquez. Esa especie de Landrú que tuvo un extraordinario talento para sacarle dinero a los demás. Eses canalla –-pienso yo que adelantado a su tiempo–que merecía una película que fuera más allá de sus trampas.

El gran Vázquez se convierte así en un a ratos simpático biopic del artista, pero también en una película que ves con total indiferencia. Ese notable mal, la indiferencia, que al menos a quien les escribe le asalta cuando le toca ver una película cien por cien española. Y ello pese a contar con un personaje tan imposible, tan rematadamente artista, individualista y canalla como el gran Vázquez.

Saludos, enojado porque una vez más me han dado gato por liebre pero sin talento Vázquez, desde este lado del ordenador.

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