Merodeando por Nuestra Señora de África

La mañana la tiñe un cielo plomizo con nubes que amenazan agua. Aunque según uno de los vendedores del Rastro de Santa Cruz de Tenerife “si llueve serán unas gotitas, na más”.

Una mujer le pregunta al vendedor si tiene novelas de Alberto Vázquez Figueroa y el caballero observa los volúmenes usados y le contesta que probablemente habrá alguna. Casualmente detecto Delfines, de Figueroa, y se lo entrego al dependiente que a su vez se lo da a la señora, quien pide ahora que guarde todos los libros que le lleguen del escritor porque “visito el Rastro todos los domingos.”

- ¡Ernesto!.- exclama la señora.- ¡Dame un euro!

“Debe ser el cambio horario”, pienso mientras me confundo en el tránsito humano de los alrededores del mercado Nuestra Señora de África de la capital tinerfeña. Sumergiéndome en los gritos de los gitanos haciendo literatura con sus mercancías mientras suena la versión de Titanic de las flautas de unos indios.   

Así que tengo un sueño del que ya no me acuerdo. 

Camino por el Rastro.

Primero sorpresa. Encuentro en un puesto cantidad de novelas de la colección Reno. 

Y tengo debilidad por esta colección.

Será por sus portadas.

Busco y rebusco: Viaje alucinante, de Isaac Asimov; títulos de Frank Yerby y Frank G. Slaughter, también de Tomás Salvador y Francisco Candel, Morris West y Pearl S. Buck. Y de Vicky Baum y Sven Hassel entre otros. Al final me llevo El día más largo, de Cornelius Ryan, debe ser porque a mi me sigue encantado la colosal película que se rodó del libro.

Tatatachááán….

En otro puesto, sorpresa, una novela de Julian Semionov, El mayor Vijr, de la serie del agente Stirlitz. Ya hablé de ellas. En algún lado me enteré que su autor, Semionov, fue agente de la KGB.

Así que no sé si es por el cambio horario que no vea a otros chacales de cacería pero el merodeo mañanero me está resultando productivo en cuanto a títulos se refiere. En el puesto donde el caballero del tiempo no me da las gracias por encontrarle el Vázquez Figueroa me topo con El secreto de Barba Azul, de Wenceslao Fernández Florez. Y más allá con Freya, la de las siete islas, editado en Destino y que incluye tres relatos de Joseph Conrad y en cuya primera página y escrito a bolígrafo por su anterior comprador puedo leer: “Vivir en soledad, 17/XI/83.”

También me llevo A merced del viento, de Patricia Highsmith y descubro, tras casi toda una vida rastreando por rastros y librerías de viejo La nube púrpura, de M. P. Shiel, el escritor que fue rey de Santa María la Redonda y que daba títulos nobiliarios a gentuza como Henry Miller, Dylan Thomas, Lawrence Durrell y Arthur Machen, entre otros.

Cuando pongo rumbo a casa miro de reojo al cielo. Cada vez más oscuro y con aparentes ganas de vomitar agua. Pero no, compruebo que el caballero del puesto no se equivocaba al vaticinar que no llovería, que en todo caso caerían na más unas gotitas.

Y mientras subo las cuestas de esta sagrada capital de provincias concluyo jadeando y con la lengua fuera que como consumidor de libros no hay mayor aventura que la de navegar –y si apetece bucear– en las nunca tranquilas lagunas negras que son los Rastros.

Saludos, a lo debe ser por el cambio horario, desde este lado del ordenador.

4 Responses to “Merodeando por Nuestra Señora de África”

  1. chito Says:

    Es de noche y está lloviendo. No llovía, creo, aquella noche en El farolito. Suerte.

  2. chito Says:

    esto no funciona

  3. Brausen Says:

    A veces echo de menos el Rastro de Santa Cruz, el mercado de Nuestra Señora de África, ese deambular lento en compañía de un amigo o amiga en busca de una sorpresa literaria, un regalo para un ser querido. La última vez hallé una joya de Marcel Schwob y dos besos de una amiga.

  4. Mario Domínguez Parra Says:

    Una edición de la poesía de Yeats en inglés, la última vez.

Escribe una respuesta