Triste, solitario y final

La vida a veces depara sorpresas.

Sorpresas que te hacen más soportable la existencia.

Cae en mis manos un ejemplar de El último buen beso, novela de James Crumley, y siento la sensación (sensación que hacía tiempo no sentía) de manifestar mi más profundo agradecimiento al autor y a su obra.

Unos comentan que se trata de una novela policíaca pero como las grandes novelas de este género, El último buen beso trasciende las fronteras del género. Va más allá. Se convierte en literatura con nombre propio.

Grábense este nombre: James Crumley.

Unos dicen que esta novela contiene ecos chandlearianos porque se trata de un libro plagado de diálogos ingeniosos y de tipos duros con corazón tierno, pero incluso así, El último buen beso es otra cosa… un título que empapa por lírico, hermoso e incluso por curiosamente gótico americano.

También se puede leer como una novela de carreteras (casi toda la acción se desarrolla en vías secundarias que recorren caminos polvorientos) en torno a unos personajes que buscan desesperadamente pertenecer a una familia, por muy artificial y retorcida que ésta sea.

Mientras, una tal Betty Sue que hechiza tanto a hombres como mujeres se transforma en un fantasma tras el que va (y se obsesiona) C. W. Sughrue, un ex oficial del ejército cínico, alcohólico y mujeriego que es quien cuenta en primera persona este relato teñido de tristezas.

No conocía otros trabajos de Crumley, aunque me he llevado una gran alegría al descubrir en casa una de esas tantas novelas que tienes la oportunidad de comprar a precio de saldo en la Semana Negra de Gijón titulada Uno que marque el paso, título que ahora leo y que no es una nueva incursión de su autor en las geografías de lo negrocriminal sino un relato en el que rememora a través de un grupo de personajes a la deriva sus experiencias en la guerra de Vietnam.

Vietnam.

Vietnam está muy presente –pero también como un espectro– en El último buen beso.

Su protagonista intenta sanar las experiencias sufridas en el sudeste asiático cuando por casualidad y tras dar con el borrachín escritor Abraham Trageharne es contratado por la dueña de un bar perdido en la carretera (siempre la carretera, bares perdidos en la carretera) para que encuentre a su hija desaparecida. A la que no ve desde que se escapó de casa siendo apenas una adolescente.

La trama de El último buen beso se complica, claro está, pero no se lía como otras obras del género. Parece que a James Crumley le interesa más la poesía que destilan todos sus personajes. Personajes que son perdedores por ricos o pobres que sean.

Sughrue recorre en compañía de Trahearne y de un perro bulldog aficionado a la cerveza gran parte de los Estados Unidos tras las huellas de esa mujer que rompe corazones quizá porque es un espectro.

He sonreído en más de una ocasión leyendo El último buen beso, pero también es verdad que esa sonrisa se ha convertido en una mueca al finalizar una historia que como pocas últimamente ha sabido conmoverme y por lo tanto llegar al alma.

Está escrita por un hombre que tras regresar del infierno nunca supo adaptarse a un país donde su gobierno y sus ciudadanos lo evitaban como la peste por haber formado parte de una guerra que ahora todos deseaban olvidar.

Y esa sensación de estar de sobra, de no pertenecer a ningún lado, es uno de los ingredientes que mejor sabe explotar su autor en este título que no debería de faltar en la biblioteca de ningún aficionado al género y mucho menos de los que disfrutan leyendo buena literatura con independencia precisamente de su género.

Pero como siempre les advierto a los que tienen el alma llena de prejuicios: allá ustedes, que se lo pierden.

Saludos, grrrrrrr, desde este lado del ordenador.

One Response to “Triste, solitario y final”

  1. on the road Says:

    Alzo mi vaso de cerveza en honor de Crumley. Y no deje de leer Uno que marca el paso… yo la prefieron a Los desnundos y los muertos de Norman Mailer. Y con eso digo mucho.

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