Argo así siento cuando veo ‘Fantasía’: MIEDO

Por mucho que se rompa la cabeza no sabe como demonios ha terminado en esta pequeña y estrecha celda. De fondo se escuchan ruidos extraños, como si se arrastraran muebles a un lado y al otro. Suena también instrumentos que están ensayando. Ya saben, esa cacofonía sonora que parece que se ordena pero que termina en nada. Se afina el violín, las teclas del piano, truena la trompeta…

El hombre se sienta mientras observa la parpadeante luz de una bombilla clavada en el techo. Intenta recordar el por qué se encuentra en este espacio cerrado pero por su cabeza solo cruzan pájaros volando a mucha velocidad.

Le duelen los tobillos y tras tocarse la cabeza nota humedad en la cabeza.

Observa los dedos y contempla rastros de sangre.

Tiene sed.

Y ganas de fumar.

Rebusca en los bolsillos y encuentra un paquete arrugado de Camel.

Se lleva uno a los labios y, ¡milagro!, lo enciende cuando encuentra en los bolsillos de su chaqueta de pana un BIC forrado de acero. Aspira el veneno y deja pasar el tiempo.

“¡Ciudadano!” grita una voz metálica por un altavoz escondido en algún lado. ¡No se puede fumar!”

El hombre, con el cigarrillo colgando de su boca, hace un corte de mangas a la nada.

“¡Ciudadano!”

La luz de la bombilla se apaga bruscamente y la celda parece que se hace más estrecha cuando se queda a oscuras. Oscuridad que solo rompe la brasa roja de la colilla cuyo humo sigue alimentando veneno a sus gastados pulmones.

Escucha un click y un clack que viene de alguna parte.

Un recuadro se ilumina en la pared que tiene enfrente.

“No, no, no”, musita el hombre que tira el cigarrillo al suelo, donde se consume lentamente.

En la pantalla dibujada en la pared aparecen dibujos abstractos al son de la Tocata y fuga en re menor de Bach.

“No, no, no…” – se alarma cada vez más el hombre.

Ha ha ha ha ha ha”.- ríe la voz que lo llama ciudadano.

“Por todos los santos esto es… Esto es…” -tartamudea el hombre.

Fantasía, ciudadano”.- exclama la voz metálica y mefistofélica.

El hombre se pone de pie en la oscuridad. Se acerca a la pantalla y se da media vuelta.

Ahora suena El cascanueces.

El hombre se esconde en la oscuridad y cierra los ojos. El sudor comienza a resbalar por su frente cuando comienza a oír las primeras notas de El aprendiz de brujo. En la pantalla Mickey Mouse con el gorro de brujo pone a bailar las fregonas.

“Que podrían ser escobillones” piensa el hombre apretándose contra la pared de la celda.

Tachán tachán suena La consagración de la primavera. El violento nacimiento de este planeta. Los dinosaurios…

El hombre aguarda cerrando y abriendo los ojos. Parece que baila pero no es por la música sino por la sombra del miedo que va apoderándose de su cuerpo enfermo.

En la pantalla y bajo los sones de la Sexta sinfonía observa a centauros y centauras, a pequeños faunos asexuados y a un divino Baco obeso junto a un dentudo burrito alado. Zeus, en las nubes, lanza rayos y desata una tormenta.

Nuestro hombre se pone cada vez más inquieto. Y cuenta las horas cuando unas marujonas avestruces bailan la Danza de las horas.

“Oh, oh, oh…”- piensa nuestro hombre… “Por el amor de Dios… no, no, no…”

Y retrocede a su infancia. A cuando vio por primera vez Fantasía. Título que ahora cumple setenta años que no es la edad que tiene nuestro hombre pero casi, casi…

Y recuerda el impacto que sufrió con el segmento que sabe que vendrá a continuación de esa puñetera Danza de las horas.

De hecho… ¿no está sonando ya Una noche en el monte pelado?

Y mira la pantalla fascinado. Y por mucho que intente cerrar los ojos estos permanecen abiertos como si no pudiera bajarlos. Casi siente la fila de invisibles alfileres que hay distribuido en sus párpados.

Y mira.

Y grita mamá.

Grita mamá cuando la cima de la montaña se transforma en el que sigue siendo la mejor representación del diablo en pantalla grande.

Y siente como la orina se resbala por sus pantalones vaqueros.

Y se pone de rodilla sin poder evitar seguir mirando la pantalla.

Y se acuesta en posición fetal en el húmedo suelo de la habitación cuando suena el esperanzador Ave María de Schubert.

Pero el hombre ya no escucha nada. Con el dedo en la boca continúa musitando un desgarrador “mamá mamá” que se expande por la habitación que ahora huele a meados.

FLASH.

Se encienden las luces y la voz metálica grita con sorna:

“¡Ciudadano, ciudadano, bienvenido al infierno!”

Saludos, algo así siento cuando veo Fantasía, desde este lado del ordenador.

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