CINE, CINe, CIne, Cine…

Como espectador cuyas salidas cinematográficas se hacen cada vez más esporádicas porque no le convence lo que le ofrece la cartelera y mucho menos el precio prohibitivo de la localidad cuando reflexiona que, joder, el cine nació como espectáculo para los parias de la tierra, leo una noticia que me ha hecho gracia.

Una gracia misteriosa y de amotinado que se reprime en sacar aún el cuchillo y cantar la Marsellesa al leer esta información en la que se entera que en un cine de Tejas, no Texas, han expulsado de la sala a una señorita porque en plena proyección de la película envió un sms a Dios no se sabe quién.

Partiendo de la base que detesto lo de tolerancia cero porque a mi juicio disfraza fascismo (sea de izquierdas o derechas, que lo mismo da), debo de admitir que por una vez la decisión fascista de los responsables de la sala tejana por expulsar a la señorita de la proyección la asumo como una extraña e inquietante justicia poética.

Quizá porque pienso que tan expeditiva solución tejana de sacar del cine a quien piensa que está en su puta casa debe ser un ejemplo a seguir.

Claro que esto lo escribo porque a lo largo de mi vida cinéfila y cinéfaga he tenido que soportar a garrulos y garrulas en el CINE que confundían ver una película como si estuvieran en el salón de su casa.

Es decir, que como sufrido espectador he tenido que aguantar en más de una ocasión no ya solo la merienda de una parejita de cabestros sentados a mi lado pertrechados de cotufas, papas fritas y refrescos, sino también de conversaciones sentimentales que si bien es verdad que en ocasiones me han parecido más atractivas que lo que estaba viendo en pantalla, creo, sinceramente, que no era lugar donde dirimieran sus diferencias.

Es verdad que pertenezco a esa generación de espectadores que se acostumbró a ver cine cuando los cines eran cines de verdad –los cursis lo llaman de pantalla única, en fin–  pero que aprendió a verlo también en las cada vez más diminutas pantallas de las multisalas.

Multisalas que de alguna manera desacralizaron el hecho de ir al cine.

Como público que disfrutó en esta capital de provincias de cines de verdad, y cuando escribo de verdad es que son de verdad (el Víctor, el Rex, el Greco, el Teatro Baudet, el Cinema Victoria, el Price, el Teatro San Martín, el Fraga, el Delta, el Somosierra, La Paz, entre otros tantos), confieso con el corazón en la mano que nunca he vuelto a sentir la emoción de ver aquel CINE que le envenenó siendo un niño y más tarde un confuso y cotufero adolescente.

De hecho, ver una película en aquellos CINES se convirtió, por una u otra razón, en una aventura. Siempre pasaba argo. Argo que permanecerá para siempre imborrable en mi enfermiza y cavilosa cabeza vacía.

Para los que somos ateos gracias a Dios o a los dioses el CINE se convirtió en argo así como un reducto en el que adorar a santos y santas laicos. Por eso, que alguien  eructara, se tirara pedos o devorara cotufas y sorbiera en sensurround refrescos lo entendía y entiendo como una falta de respeto no solo al filme ni al prosélito sino también a quien inconscientemente hace ruidos masticando o hablando por el móvil.

No voy a negar que en otras ocasiones contribuí a desacralizar la paz de la sala oscura pero –pienso ahora– que sí así lo hice fue porque precisamente la película lo pedía a gritos.

Recuerdo ahora, por ejemplo, cuando con un  puñado de canallas me fui a ver Easy Riders, de Dennis Hooper.

Bebíamos cervezas y fumábamos. También dábamos gritos coreando las canciones de su excelente banda sonora. Pero es que, demonios, aquella película era nuestra. Sentíamos que era nuestra.

Estando en Madrid, y volado la verdad sea escrita, sentí argo parecido cuando descubrí Rumble Fish.

Esa misma sensación de que le película me pertenecía me pasó con Laberinto, cuyos títulos de crédito me dejaron con la boca abierta mientras saltaba en la butaca como si tuviera el mal de San Vito.

O en las numerosas e incontables películas de terror que han quemado mi cerebro mientras gritaba con otros tantos el número de víctimas a las que despedazaban en títulos de los que ahora no me acuerdo.

Solo sé que juntando las voces con otros tantos chillábamos:

UNO

DOS

TRES

CUATRO

Y así hasta no sé cuántos.

Claro que como pasa siempre, siempre hay películas que te recuerdan que el CINE es argo más que espectáculo, que te recuerda que es argo más.

A mi me pasó con muchas.

Freaks, de Tod Browning.

O Lluvia negra, de Shohei Imamura.

Lluvia negra la vi de reestreno en un CINE de barrio de Madrid.

Es una película en blanco y negro.

Me puse a llorar cuando un imbécil a mi lado le comentó a gritos a quien tenía a su lado que esa cinta era un peñazo.

“No pasa nada. No entiendo nada. No la entiendo”.- venía a decir.

Recuerdo entonces que lo llamé imbécil.

El tío me respondió.

Y quiero pensar ahora que dijo que lo respetara.

“Fuera”, le solté. “Lárgate”, quiero pensar ahora que le dije.

El resto es un nubarrón.

Y escribo nubarrón porque sí que recuerdo que cogió mis gafas y las aplastó delante de mis narices.

El resto, como pasa en el cine, se va a  fundido a negro.

Saludos, recordando a ese hijo de la gran puta, desde este lado del ordenador.

3 Responses to “CINE, CINe, CIne, Cine…”

  1. Un amigo Says:

    Grandes películas las que nombras y gran película, de la que has sacado la fotografía para adornar estás reflexiones, Donnie Darko criticada por unos, alabada por otros y adorada por mi. Un saludo querido amigo.

  2. David D. Says:

    Amigo, por “Lluvia negra” yo me hubiera envuelto sin problemas en una guerrra con el primero que me hubiera fastidiado, porque de eso trataba, de la imbecilidad y de la in-humanidad, de la bestialidad. En fin, un abrazo envuelto en “argo”.
    ¡Salud!

  3. admin Says:

    A un amigo… quien le escribe es otro de los adoradores del bueno de Donnie, película que descubrí gracias a un amigo… amigo que ¿no será usted, verdad?
    A David D. Sí, Lluvia negra merece sacar cuchillo y degollar a esos idiotas que si no la entienden lo mejor que pueden hacer es salir educadamente de la sala. Lo digo por argo, conste.

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