Mi excesivo y hueco Ken Russell

Ha muerto Ken Russell, de profesión sus películas. Delirantes y extravagantes en su tiempo. Vistas hoy, la mayoría de ellas deliciosas excentricidades que, pasado los años, se han convertido en ridículas provocaciones más estéticas que éticas.

Entre otras películas, Russell es director de Tommy, la vibrante y excesiva ópera rock de The Who.

La protagoniza su vocalista, un Roger Daltrey pasado de rosca. Lo acompañan otras leyendas del rock británico como Eric Clapton.

Russell vivía en un mundo loco, loco, loco que hoy parece tonto, tonto, tonto. Pero no por ello se le resta encanto.

Tuvo, a mi juicio, lo que los especialistas llaman mirada. Estilo propio. Firma de un cineasta que necesita sobreactuar para que el público se percatara que lo que estaba viendo era una de Russell. Claro que dentro de sus filmes no había nada.

Su cine es un globo que se hinchó y se hinchó hasta que explotó.

Cuenta el cineasta, sin embargo, con una película que en su momento provocó un gran impacto en mi generación: Altared States. Russell parece domesticado, evita los excesos como un borracho su ración diaria de alcohol. El filme va de drogas. El protagonista, suspendido en un tanque de agua y con cables en la cabeza retrocede al estado primario. Un mono. Un personaje que parece Carlos Castaneda intenta ser su chamán.

He vuelto a ver Estados Alterados, y comprobé que, efectivamente, es una película looooca. Tonta, muy de su tiempo.

Contaba con brillantes efectos especiales. De su tiempo.

Más tarde estrena Gothic. Un sueño, una pesadilla sobre la mítica reunión que sostuvieron en la célebre villa Diodati, Suiza, un pasado de vueltas lord Byron que propone a sus invitados en una noche de tormenta escribir una novela gótica. Los presentes se ponen a la tarea aunque solo es la delicada Mary Shelley quien escribe Frankenstein. Byron inicia un relato, El vampiro, que terminará su médico particular, el inquietante doctor Polidori. A Russell no le interesa nada la historia. Se deja llevar por sus excesos y rueda un filme delirante, extraño… tontamente hechizante que, como casi todas sus películas, no supera la prueba del tiempo. Lleva al cine, sin pudor, La madriguera del gusano blanco, una soberbia novela de terror de Bram Stoker y enloquece definitivamente con la chillona La pasión de Chinna Blue.

Atrás quedan otros de sus trabajos. Lo conocerán por sus famosos y retorcidos biopic musicales: The Music Lovers y Lisztomanía.

Firmó también una atractiva película de espías: El cerebro de un billón de dólares, basada en una novela de mi apreciado Len Deighton  y Los demonios, donde descubre al actor británico Oliver Reed, y Women in love. La primera cinta está basada en la novela de Aldous Huxley y la segunda en la obra de D. H. Lawrence.

Me quedo con Los demonios. Por provocadora. Por su ganas de encender polémica.

Aunque hoy, insisto, ni provoca ni polemiza.

El mundo, quizá, se haya vuelto russelliano.

Como un globo, sin nada dentro.

No obstante, es probable que a los que van de políticamente correctos quizá le ofenda.

Allá ellos.

Ken Russell termina los últimos años de su vida como solo un personaje como Ken Russell podía terminar su vida.

Participa en un concurso de celebridades encerrado en una casa con otras celebridades en horas muy bajas. Ya saben, un Gran Hermano de famosos.

Dura exactamente una semana tras una bronca con uno de los concursantes.

Después silencio.

Hasta ayer.

Ha muerto Ken Russell.

Pobre Satán, no sabe quién está entrado en el infierno. 

Saludos, larga vida al rey, desde este lado del ordenador.

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