Sacrificio V (La abominación)

De las profundidades del mar irrumpe una monstruosidad tentacular a la que apenas puedo describir porque me faltan las palabras.

La cabeza se asemeja a la de Paulino Rivero pero su boca es un horroroso bosque de afilados colmillos amarillentos del que se deslizan asquerosas babas. Los tentáculos parecen hombres y mujeres unidos por extraños y surrealistas cordones umbilicales que parecen agentes de la policía canaria. Todos ellos tienen también la boca abierta y gritan algo así como danos de comer mientras Rojas, cogiendo al baifo degollado por una de sus patas traseras lo mueve por encima de su cabeza hasta lanzarlo a las fauces de la abominación que lo mastica al tiempo que se hunde de nuevo bajo el agua del mar agitado.

Inés Rojas se limpia la sangre que corre por su frente y contempla como sale el sol por la línea difusa del horizonte.

- ¿Tú a dónde vas?- pregunta a su ayudante gordito que, de puntillas, hace amago de bajar.

- A buscar otro baifo, mi señora.

- Ya lo harás más tarde…-responde con inquietante amabilidad Rojas– Anda, acuéstate en el altar y cierra los ojos…

- Lo que usted diga, señora.- contesta tragando saliva el gordito.- ¿Hace falta que lleve las gafas?

- Solo cierra los ojos. Oh, mamá, bandera tricolor…

(Continúa)

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