Emociona, conmueve, hace pensar

Robert Redford es un hombre que además de su notable atractivo físico aún conserva un puñado de inquietudes que, cuando logra ordenarlas en su cabeza, genera excelentes trabajos tras las cámaras. Su última película como director, La conspiración, es un buen ejemplo de ello. Y a ello se debe un guión perfectamente alambicado en el que se mezclan géneros como el histórico, el procesal y el político cuyas piezas se unen con una desarmante sencillez –pese a su complejidad– para contarnos a través de imágenes uno de los momentos claves en la historia de los Estados Unidos.

Tengo debilidad confesa por la Guerra de Secesión, ese periodo que dividió en dos violentas mitades a un país que todavía se estaba forjando como nación. El símbolo de ese momento recae en Abraham Lincoln, hombre y político magistralmente retratado en la novela de Gore Vidal y sombra, la de Lincoln, que planea en el filme de Redford porque La conspiración trata, precisamente, del juicio militar que se celebró sobre las personas que intervinieron no solo en el asesinato del presidente sino también en los atentados al vicepresidente y secretario de Estado de su gabinete.

La conspiración es un filme denso. Pero de una densidad que se mastica y digiere con insólita facilidad porque tiene el aroma de los clásicos. Sus lecturas, además, resultan muy de nuestro tiempo y no es equivocado pensar cuando uno la está registrando con su pupila en los presos hacinados en la actualidad en Guantánamo y en cómo el poder explota el miedo para controlarnos.

Afortunadamente, la película de Redford no se queda solo en este discurso. También es un eficaz vehículo de tesis, si quieren, para criticar, sin excesivos subrayados, la maquinaria del poder cuando actúa contra el individuo, en este caso una mujer, al que las circunstancias han colocado en el centro de la vorágine.

De fondo, pero también fusionando en el relato, un personaje que pierde la inocencia ante el sistema que contribuyó a defender en los campos de batalla.

La conspiración es un largometraje con signo político obvio, un alegato contra la pérdida de libertades del individuo ante un Gobierno que en nombre de la paz recurre a toda clase de mecanismos para condenar a la horca aplastando si es necesario la presunción inocencia de sus ciudadanos.

La conspiración enciende así el sentido de alarma de cualquier espectador con dos dedos de frente, y contemplando el indignante juicio al que se sometió a la única mujer acusada de haber formado parte del asesinato a Lincoln, se pregunte si de verdad vivimos en un país libre.

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto viendo una película. Una cinta que me conmoviera y me hiciera saltar las lágrimas. Una de esas películas que cuando sales de la sala aún te sigue devorando por dentro mientras miras a tu alrededor con otros ojos, consciente que no eres nada como célula diminuta que forma parte de un cuerpo, el Estado, para el que prácticamente no existes.

Deambulas como sonámbulo a tu casa. Agradeciendo la enorme capacidad que tiene el cine norteamericano para escarbar en su propia mierda y también el terrible mazazo que te da en la cabeza cuando, cada vez más ocasionalmente, cineastas como Redford nos recuerda que, pese a las circunstancias, merece la pena enfrentarse a un sistema que presume que todos los hombres somos iguales ante la ley.

La conspiración es una película para ver. Uno de esos títulos que brotan como una fuente en medio del desierto del cine actual. Un trabajo que me hace pensar que este arte atontado últimamente aún tiene energía para provocarte.

Buena añada de estrenos la de los meses finales de este 2011 negro. Pienso en lo último de Redford, en lo último de Cronenberg, en lo último de Polanski.

Cine mayúsculo rodeado de tanto cine minúsculo.

Así que no todo está perdido.

Saludos, aún noqueado, desde este lado del ordenador.

Escribe una respuesta