Cuatro días de enero (Y yo que sé…)

DÍA 5 DE ENERO.- Las calles de la ciudad muerta en la que vivo están repletas de gente. Caminar por las aceras se convierte en una carrera de obstáculos. Me meto en un café donde no me hacen caso. En un periódico que cojo al azar de la barra leo que todo va bien. Por alguien a mi lado y rodeado de pequeños caimanes con forma de niños que solo saben ladrar me entero que esta noche vienen unos Reyes. Escucho en la calle los mensajes que registra el buzón de voz. Clara, claro, recita las órdenes con  su tono habitual. Ese que nada entre melodioso y amenazante. Me pregunto como será Clara. Por la voz me la imagino como un cruce entre Mercedes Milá y Belén Esteban. Solo le falta añadir cuando termina su mensaje el “Yo por lo que hago matoooo.” Trago saliva porque no sé por donde empezar.

DÍA 6 DE ENERO.- Me levanto temprano no por el despertador sino por el chillido de entusiasmo que da la niña del quinto. Algo así como “me han taido la bicleta”. Supongo que habrán sido los Reyes esos. Tras desayunar una taza de café –cargado, amargo, fuerte y espeso– salgo a la calle con mi camiseta de Homero Simpson y unos pantalones bermudas que tenía en la pila de ropa medio sucia.

Compruebo tranquilo que la ciudad ha vuelto a su estado habitual: muerta. Si me cruzo con alguien es con cansados padres y madres llevando encima bolsas de churros. La grasa le ha estropeado a un concejal la camisa rosa que lleva. Su mujer mientras le da collejas lo llama Pedazooo de Betaaadine.

Subo una pendiente y otra y otra hasta llegar a la casa de uno que dice es cineasta para ver si me puede dar pistas sobre la persona que busco.

El que dice que es cineasta vive con su mujer y cuatro hijos. Aún con esas, sospecho que es un psicópata y sospecho que él también lo sabe.

Me invita a un zumo de naranja de bote mientras nos sentamos en el salón, cuyas paredes están decoradas con pistolas y revólveres, fusiles y escopetas. Cruza las piernas mientras se hace un porro.

- Usté dirá.- me dice dando una calada al cigarrito.

Saco la foto y se la muestro.

- ¿Dónde está?.-pregunto haciendo énfasis en el dónde y en el está.

- ¿Alberto Delgado?.- se encoge de hombros.- Y yo que sé

El cineasta se levanta dando unos traspiés.

Aprovecho entonces que estoy solo para investigar en su ordenador, que está encendido y leo lo que supongo debe ser una sinopsis para una de esas películas que si se ruedan solo veremos en las islas. Con suerte.

 “La cámara sigue una bolsa de papel que revolotea caprichosamente por el viento. La bolsa se detiene en los pies de Ana, que mira fijamente a la cámara.

ANA (fría): Estoy sola.

La bolsa de papel se levanta de sus pies por una corriente de aire y se traba en los zapatos de Mario.

MARIO (frío y mirando a cámara): Estoy solo.”

Dejo de leer cuando el cineasta regresa. Ahora lleva en las manos un vaso de cerveza. Me quedo mirándolo fijamente.

Del piso de arriba una voz femenina grita:

- ¡¡¡Inútil, haz el desayuno!!!

Me encojo de hombros y más que sonreír hago una mueca.

- Me ha sido de gran ayuda. Hasta la próxima.

- Hey.- exclama el tipo.- ¿No quiere leer mi guión?

Pero cierro la puerta y deambulo por la ciudad muerta.

Llego a casa del poeta.

Éste me abre en bata y con pinta de haber pasado mala noche.

- Pase, pase.- me dice eructando.

Se sirve un vaso de agua en la cocina y deja caer dentro de él una pastilla que se disuelve con un alarmante fssssss. Me siento en una silla y despejo de migas y cucarachas mañaneras la mesa para apoyar los brazos. Saco la foto y hago la pregunta de rigor.

- ¿Alberto?.- pregunta.- Y yo que sé.

El poeta se toma el agua. Eructa sonoramente y aprovecho para escabullirme antes de que me recite su última Oda a… Cierro la puerta cuando parece que concluye con el título de la jodida oda.

Cruzo las calles solitarias bajo un sol del carajo. Las manchas de sudor dibujan manchas bajo mis sobacos.

Toco el timbre en la casa del escultor. Del teatrero y del pintor. También del músico, que me recibe con un timple entre las manos.

Me habla de sus cosas. Del dinero que ha perdido este año y de la decencia. Allá él. Cuando le muestro la foto responde lo mismo que me han respondido todos: y yo que sé. Así que cuando llego a la casa del periodista las piezas comienzan a unirse.

Aunque oh, oh… el periodista no contesta. Me asomo a la ventana porque el tipo vive en un bajo y tras limpiar el cristal de polvo con un pañuelo de papel lo veo sentado mirando la televisión.

Sé que ha muerto porque en la pequeña pantalla parpadea lo que debe ser un partido de tenis.

Me encuentro en una hamburguesería. He pedido dos perritos calientes con todo y una hamburguesa. La que sirve es una chica guapa aunque antipática. Morena, con ojos negros y curvas peligrosas. Intento ser gracioso pero no me sale ninguna tontería de la boca salvo lo de “por favor, no me ponga mayonesa en los perritos y sí mucha cebolla.”

Cuando voy a hincarle el diente a la hamburguesa suena el móvil.

Es Clara.

- Estoy a punto de dar con él.- miento.

Clara suelta algo que no entiendo pero respondo que “seguro, seguro, todo bajo control.”

DÍA 7 DE ENERO.- No he tenido buena noche. Los culpables, razono, los puñeteros perritos y la hamburguesa. Me lavo la boca y me cepillo los dientes que hieden a mostaza dulce y salsa ketchup. Preparo la cafetera y mientras se hace el café me tumbo en la cama y miro la fotografía.

“Alberto sin bigote no parece el mismo”.- pienso.

Luego me pongo a tararear una canción y me visto. Camisa de pana pasada de moda Yves Saint Lauren, pantalones vaqueros Lois etiqueta roja y mis formidables zapatos de piel de cocodrilo. Me pongo la chaqueta y me bebo el café.

Como sé que me la voy a encontrar en el callejón hago que la veo sorprendido.

- Candelaria, mujer, tú por aquí.- digo falsete.

- Trabajo encima.- me responde Candelaria con su mirada de pocos amigos.

Sonrió y la invito a otro cortado. Yo pido un vasito de agua con gas.

Saco la fotografía y le hago la pregunta.

- Hace tiempo que no lo veo. ¿Por qué?.- Responde igual de amable que siempre.

- Vamos a decir que lo hecho de menos.

- ¿Por qué?.- insiste igual de amable que siempre.

- Digamos que, pese a todo, le tengo aprecio.

- Pues pregúntale a él.

- ¿A quién?

- A él.- Y señala con el dedo hacia arriba y luego hacia abajo.

Asiento en silencio y mientras me acaricio la barbilla ella se levanta. Por el rabillo del ojo veo que paga las consumiciones.

Igual de simpática que siempre”, reflexiono.

DÍA 8 DE ENERO.- Paseo por el Rastro hasta los cojones de la versión Titanic que tocan unos indios con sus flautas. Veo cosas interesantes aunque no compro nada. Mis pasos se detienen como por arte de magia frente al búnker de presidencia del Gobierno. Le pregunto al segurita si está Paulino.

- Estar debe de estar. Pero creo que está durmiendo.- me dice el tipo, que lleva un bigote de morsa como el del camarada Stalin.

- Pues levántalo que tengo que hacerle unas preguntas.

El segurita habla por un teléfono y al cabo del rato me dice que pase. Subo en ascensor hasta el piso del presidente, quien me recibe en bata color Burdeos. En la mano lleva una copa. Me pregunta si quiero lo mismo pero le pido un té.

Sentados en un cómodo sillón le muestro la foto y hago la pregunta.

- Ah, Alberto… Alberto…–susurra Paulino agitando la copa.– Qué pesado con la reunión.

- ¿Reunión? – pregunto lamentando no haber pedido lo mismo que toma Paulino.

- Sí hombre, la reunión con los culturetas esos. Ya sabe.

- Ya sé.

Doy un sorbo al té, que me sabe frío y amargo.

- ¿Dónde está?.- vuelvo a preguntar.

Paulino se limpia los cristales de las gafas.

- Y yo que sé.

- Como que yo que sé….- respondo cabreado no por lo que me dice sino por el puñetero té.

- Se fue el muy gañán. Ya no trabaja para la Organización.

- ¿Eh?

Paulino termina la copa y se levanta para servirse otra. Estoy tentado en pedirle que me ponga una a a mí.

- Se fue. Fin de la historia.

Fin de la historia. Fin de la historia me repite la cabeza mientras camino por el Rastro con las flautas de los indios interpretando ahora –es un decir– el tema central de La Misión.

Llamo a Clara para dejar las cuentas claras.

Y cuelgo antes de que me ordene averiguar quién sustituirá a Alberto.

Compro un ramo de margaritas en la entrada del Mercado Nuestra Señora de África y llamo a un taxi.

- ¿A dónde, caballero?

- No se confunda usté y enfile directo a Santa Lastenia.

Saludos, pálido negro criminal, desde este lado del ordenador.

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