El escritor norteamericano Paul Eldridge y sus ‘Cuentos de las islas afortunadas’

Al margen de la abundante literatura de viaje escrita por foráneos sobre las islas Canarias, cohabita un pequeño grupo de escritores que escogieron el archipiélago como fuente de algunos de sus relatos.

El más interesante, a mi juicio, es el escritor y poeta norteamericano Paul Eldridge, quien con sus Cuentos de las islas afortunadas (1959) compuso uno de los más interesantes frescos sobre la realidad de este pueblo chico, infierno grande visto a través de los ojos de un extranjero al que si bien se le puede criticar en algunos de sus relatos cierto folclorismo extremo, en otras de sus historias sí que se aprecia a un escritor de talento con una perversa capacidad para reflejar un cosmos provinciano que puebla una fauna diversa de personajes extravagantes. Comenzando por el propio autor de estos relatos.

Estos cuentos, que en su día fueron editados dentro de la colección Visiones desde fuera de Ediciones Idea (2004), con traducción y notas de Xavier Riesco Riquelme, recuerdan vagamente, como bien apunta Riesco Riquelme en la introducción del volumen, a los formidables e inquietantes relatos que en su día dejó escrito Ambrose Bierce, un narrador por el que en este blog sentimos confesa debilidad.

Quiero pensar que Eldridge –al que imagino como una especie de americano tranquilo vestido de blanco y sombrero de ala ancha sobre la cabeza paseando por las calles y plazas de las islas, mirando asombrado a sus gentes y algo tarumba por el vino y el clima–   y animado por el espíritu de ese extraordinario escritor estadounidense que es Washington Irving, creyó encontrar su peculiar Granada en unas islas donde la aplastante realidad, muy unida a una tenebrosa pobreza y consecuentemente a una falta de cultura de la que todavía no se ha recuperado, despertó su imaginación para contar una serie de historias en la que hombres y mujeres se miran a la cara dominados en algunos casos por el fantasma de los celos y la venganza, haciéndoles confundir realidad con ficción.

Coincido con Xavier Riesco Riquelme en calificar como uno de los mejores  relatos del libro el titulado El millonario, donde un tal Andrew King dilapida literalmente el dinero que le queda mientras pasea por las calles del Puerto de la Cruz y reflexiona: “Sí, un millonario. He probado el dulce néctar de las uvas de la opulencia y nunca más podré soportar el jugo aguado de la moderación. Te ríes. Creo que como he viajado por España, he contraído la locura del Hidalgo Inmortal. En primer lugar, Don Quijote estaba completamente cuerdo, pero ¿cómo podía combatir un mundo enloquecido excepto simulando una locura aún mayor? Lo golpearon y le saltaron los dientes siendo un loco, pero ¿te imaginas lo que le hubiesen hecho al pobre, si hubiesen sospechado que estaba cuerdo? Y en segundo lugar, ¿eres tan ingenua como para creer que la fama es el premio del mérito y la riqueza la recompensa del trabajo? La Fama, Conciencia, es resultado de la audacia y la riqueza de la inmodestia.”

Veinticinco relatos en total, más una Obertura, forman parte de estos aún poco conocidos Cuentos de las islas afortunadas, libro que incluye además de la pieza anteriormente comentada, títulos como el formidable La ramera de Tenerife, una historia con tintes de amor fou bajo la atenta sombra del Teide o el desarmante La última broma del tío Juan.

Muchas de estas historias transcurren en el Puerto de la Cruz y La Orotava, Tenerife, pero también en otras localidades de las islas como Lanzarote en  La anilla en la nariz.

La mayoría de los cuentos recogidos en el libro se mueven, además, entre la ironía, el desparpajo y una cierta inquietud que descoloca al lector. Lector que si bien reconoce algunos de los escenarios donde transcurren estas historias, no termina de componer exactamente su geografía ya que la virtud de Eldridge es la de haber fabulado una Canarias con personajes que viven a la deriva y con secretos inconfesables que hacen que observe este libro como una atractiva rareza. Una rareza que es clave para que, una vez pasado el tiempo, aún me adentre en sus historias con un asombro en el que se mezclan muchas sensaciones.

Transcurrido el paso del tiempo, otra de las características de Cuentos de las islas afortunadas es que se trata de un libro escrito desde dentro por un escritor que por esos caprichosos juegos del destino no goza en la actualidad de la fama que, a mi juicio, debería de merecer.

Esta y otras circunstancias son las que me animan a rescatar un volumen que si bien no se redondea y en ocasiones se hace pesado por adobarlas su autor con una serie de reflexiones que, en estos días de crisis miserable reducen su intención aleccionadora, el libro sí que cuenta con un puñado de historias en las que se aprecia literatura de la de verdad.

Es decir, ese tipo de relato que penetra en tus ideas y secuestra tu corazón; esas historias, en definitiva, que cambian algo que creías incambiable dentro de tu cabeza.

Y mi visión de Canarias –tras leer este libro– ya no fue ni es la misma desde  entonces.

Y yo por eso defiendo y sostengo que  ese peculiar fenómeno solo lo hace la literatura de verdad.

Saludos, buscando en el baúl de los recuerdos, desde este lado del ordenador.

Escribe una respuesta