“¡Mi brazo, mi brazo!”.- Gritó Nelson

Cuentan que fue Domingo Pérez Minik quien dijo en cierta ocasión que dos de los grandes errores de Canarias fue no dejar entrar a Horatio Nelson en 1797 y dejar escapar a Francisco Franco en 1936.

Ambos momentos, curiosamente, se produjeron en julio, época estival en la que el calor, entiendo, contribuyó posiblemente a multiplicar el tradicional carácter aplatanado que, opinan unos, caracteriza a los habitantes de este territorio.

Se han escrito algunas historias sobre la conjura que un grupo de hombres y mujeres planificaron para que Franco abandonara el suelo de Canarias pero en posición horizontal aquellos días de julio de 1936. Me viene ahora a la cabeza El fulgor del barranco, de Juan Ignacio Royo, así como La lista, primera novela de Juan Bosco. Respecto a lo que se conoce como la Gesta del 25 de julio, y a la espera de que Ángel Luis Marrero Delgado termine de escribir su relato sobre estos mismos acontecimientos, el aficionado puede recrearse literariamente en los mismos en dos novelones muy ajustado a los hechos tal y como lo registran las crónicas de la época como son El fuego de bronce y Entre piratas. El contralmirante Nelson y el general Gutiérrez en las islas Canarias, de Jesús Villanueva y Miguel Ángel Díaz Palarea, respectivamente.

El escritor David Galloway también hace referencia de aquellos días en La cueva de las mil momias y de manera tangecial en Los apuros de don César, una de las tantas novelas que pertenecen a la serie de El Coyote de José Mallorquí, y en la que se recuerda que uno de los antepasados del ya legendario personaje se encontró en alta mar a los navíos de Nelson cuando regresaban derrotados del ataque a Tenerife.

Es muy probable que haya otras historias cuya acción se desarrolle en esos días de julio, aunque la verdad es que tras mucho rastreo en la red y consultas en unos pocos archivos no hemos encontrado otros títulos salvo los estrictamente históricos: cartas y diarios de algunos de los protagonistas, así como artículos en prensa entre los que destaca la referencia que el escritor Ángel Guerra escribe sobre Santa Cruz de Tenerife en el número del 7 de diciembre de 1919 de Blanco y Negro: “bastaría a su gloria la heroica defensa que hizo el 25 de julio de 1797.”

Por ello me resulta cuanto menos extraño descubrir que literariamente apenas se haya explotado este momento de la historia tan trascendente para una isla que, desde ese entonces, custodia en su pequeño pero interesante Museo Militar las dos únicas  banderas del Imperio Británico capturadas en combate a su armada, aunque como lamenta Villanueva en una reseña publicada en El Cultural, no tiene nada de extraño cuando la capital de la isla donde desembarcaron sus tropas dedica una de las calles con más solera al contralmirante que perdió aquí, precisamente aquí, su brazo por la metralla de un cañonazo y una “callejuela de treinta metros” al general español, Antonio Gutiérrez Otero y Santayana, cuyas fuerzas –compuesta de soldados y milicias– terminaron por vencer a quien años más tarde se convertiría en el león de los mares británicos.

Estos hechos, que cuenta además con un final de presuntos caballeros con la entrega de regalos entre vencedores y vencidos y una carta en la que se conmina al contralmirante mutilado a no intentar de nuevo la aventura, probablemente hubiera resultado otra cosa en el universo de la ficción si quien lo hubiera narrado fuera inglés. Claro que a los anglosajones no les gusta, precisamente, recrear en sus historias derrotas por muy caballeresco que resulte su final.

Pienso, déjenme ustedes especular, en el patriótico Bernard Cornwell o en el historiador hispanista Hugh Thomas con su novela Habana. George McDonald Fraser es otra cosa, un infiltrado que dedicó su mejor serie, los papeles Harry Flashman, a desmitificar la grandeza de aquel Imperio en el que también no se puso el sol.

Al margen de otras consideraciones, sí que se puede entender y leer entonces El fuego de bronce como una de las primeras novelas sobre aquellos días de julio que vivió Santa Cruz de Tenerife en 1797. Días, cabría señalar, que aún están empañados por la leyenda. Una leyenda en la que se dan cita los elementos necesarios para escribir una buena novela histórica como es, entre otros, la derrota que sufre quien más tarde sería hidalgo de los mares británicos así como la enconada y épica resistencia que los habitantes de la plaza realizaron para no entregarla.

Villanueva aprovecha estos y otros elementos en El fuego de bronce, obra que pese a su volumen de páginas no deja de resultar entretenida. En especial porque el lector iniciado, con cierta idea de lo que pasó, espera los capítulos finales para vivir desde dentro la batalla que se desató no solo frente a las costas santacruceras sino también en sus calles y plazas.

Y en este aspecto está muy bien descrito la atmósfera, el olor de la pólvora, los muertos que caían como moscas ante las balas de mosquetes y cañones, los gritos desgarrados de los heridos… Lástima que su extensión — setecientas páginas– haga demorar ese momento. Más si tenemos en cuenta que el argumento de ficción que propone su autor entre Fermín, un joven grancanario que llega al que será el escenario del combate, y Damián y Pilar, no termina de estar bien casado, lo que a juicio de quien ahora escribe estas líneas terminó por aburrirle bastante y hacerle incluso titánica la lectura completa del libro.

No obstante, y pese a este desequilibrio que a fin de cuentas es la columna a través del cual Villanueva sostiene su relato, El fuego de bronce se convierte en la novela histórica y bélica que tuvo que haber sido en sus últimas páginas. Páginas que, como apunté con anterioridad, están escritas con pasión y a tenor de lo que cuentan los especialistas sobre este hecho de armas, muy ajustadas a lo que se cree que  fue.

Miguel Ángel Díaz Palarea mantiene esta misma línea en Entre piratas. El contralmirante Nelson y el general Gutiérrez en las islas Canarias, aunque su novela más que novela hay que leerla y entenderla como una lección de historia narrada a través de sus protagonistas.

Palarea coincide con Villanueva en destacar el protagonismo que tuvo en aquellos hechos los habitantes de la isla y logra además un relato preciso en cuanto a su cronología, todos ellos encabezados por citas de la época o por reflexiones de historiadores que se ocuparon del hecho con posterioridad.

La diferencia más destacable que separa sin embargo a ambas novelas es que la obra de Palarea se preocupa más por los hombres de a pie, los héroes y también cobardes que tomaron parte en la batalla. Pero son retratos que apenas cincela el autor porque los acontecimientos reales terminan por devorarlo.

Como lector, lo más atractivo de esta novela basada en hechos reales es su espíritu por reivindicar a un grupo de personas que siendo anónimas se lanzaron a la batalla porque así tenían que hacerse las cosas.

Se agradece también su ánimo provocador.

Su empeño en desmontar el aura de batalla bella o gesta a la derrota que sufrió Nelson en esta tierra. Más si tenemos en cuenta cuando escribe:

“- Pero amigos, no seamos rebenques que todos conocemos las prácticas del contrabando con esos desalmados; muchos acaudalados que todos conocemos tienen repletas las alforjas de negociar con el enemigo.

- Pero bobomierda, el inglés no viene precisamente a negociar. Busca las riquezas de los barcos fondeados en la dársena de Santa Cruz de La Laguna y el oro y joyas atesoradas en nuestros templos y conventos. Pero no debemos olvidar la hermosura de nuestras mujeres. Les podría contar cómo en uno de esos ataques no quedó sin tocar una sola hembra.”

Esto me hace concluir que El fuego de bronce y Entre piratas son dos títulos, pese a sus muchos defectos, recomendables y con carne para sumergirse en un periodo de la Historia que para los habitantes no solo de Tenerife sino también de Canarias así como de España y Gran Bretaña forma parte de ese enorme casillero donde las grandes potencias de aquel entonces libraron una formidable partida de ajedrez en la que peones, torres, alfiles, caballos, reinas y reyes ganaban o perdían partidas.

Vista así las cosas, nada ha cambiado desde ese entonces.

Esperando un Trafalgar al estilo Benito Pérez Galdós sobre aquellos hechos…

Saludos, y buena lectura, desde este lado del ordenador.

6 Responses to ““¡Mi brazo, mi brazo!”.- Gritó Nelson”

  1. javier hernández-velázquez Says:

    Los hijos de la Gran Bretaña (vulgarmente conocida como la pérfida Albión) siempre han tenido problemas con las extremidades superiores, Nelson con su brazo y la selección de fútbol en Méx(j)ico 86 con la mano de Dios (léase, Maradona). Afortunadamente no nos enviaron a Tenerife a los Gurkhas, ni siquiera Miguel Concepción los hubiera podido detener.
    Como consecuencia del conflicto de las islas Malvinas, se publicó en Argentina un libro en que se narraban las experiencias personales de los jóvenes soldados de reemplazo que habían participado. En él se vertían graves acusaciones contra los hombres del I Batallón 7º Regimiento Fusileros Gurkhas del Duque de Edimburgh. En sus páginas podían leerse frases como “Los Gurkhas llegaron hasta nosotros como enloquecidos, totalmente drogados”, o “Un Gurkha pisó una mina y voló por los aires, pero el que seguía no se inmutó y siguió avanzando por el mismo camino”.
    Pdata.- Saludos leyendo a Parker (el parker de Westlake no el de Connolly).
    Por cierto, Royo tiene una interesante novela de próxima aparición llamada Puerto Santo.

  2. admin Says:

    Una curiosidad, ¿qué novela de Parker firmada por Richard Stark alias Westelake estás leyendo? ¿A quemarropa?

  3. javier hernández velázquez Says:

    Yesssssssssssssssssssssssssss! Esta Semana Santa he podido leerla junto con Mi pistola es veloz de Mickey Spillane (ésta la tenía en el formato pulp del Club del Crimen). RBA editores está haciendo una colección terriblemente buena de novela negra en los últimos años. Al menos, me ha permitido encontrar y descubrir a una de mis debilidades: Harlan Coben.

  4. admin Says:

    Te informo que Stark/Westlake dedicó más novelas a Parker (varias de ellas encontrables aún en castellano en la legendaria colección Etiqueta Negra de Júcar). Y sí, confieso que yo también tuve mi temporada Spillane… Aprovecha, además, la reedición en RBA de esa obra maestra del género que es Retrato de humo de Bill S. Ballinger, a quien le dedicamos un post no hace mucho con motivo del centenario de su nacimiento.
    ¡Buenas lecturas!

  5. AR Says:

    He leído hoy el artículo en el periódico. La verdad es que “El fuego de plomo” es bastante difícil de digerir

  6. El enano Says:

    A mi me pasó lo mismo que a AR… A la novela le sobra más de la mitad de las páginas.

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