‘No es la noche’, una novela de Carlos Cruz

Pero la soledad es sagrada, sobre todo, la que se implora con la mirada, la que se exige a estas horas de la noche, donde existe la posibilidad del individuo de ser eso. Uno. Hundo la mano en el bolsillo. Sigo caminando. En dirección contraria. A favor de la brisa que ahora se levanta más vigorosa, un poco más fría.”

(Él, No es la noche, Carlos Cruz)

 “Dile que le quiero. Y si pregunta por mí, que no me he ido, que tú eres yo, y que yo estoy en él y que solo tiene que cerrar los ojos para verme todo el rato. Todo el rato. Todo el tiempo. Siempre. Díselo. Se lo diré. No lloro. No quiero.”

(Ella, No es la noche, Carlos Cruz)

Carlos Cruz irrumpió hace dos años en el panorama literario con su novela h. Un título que todavía desarma y que me reveló a un escritor con una insólita y notable capacidad para fabular el otro lado de la cosas.

Protagonizada por un niño que inicia un viaje sin retorno junto a su padre por carreteras de los Estados Unidos, h. además de conmoverme logró despertar mi atención por futuros trabajos que pudieran salir de la imaginación de su autor.

Era consciente entonces de la compleja tarea que le venía encima: demostrar que aquella primera experiencia, escrita desde el corazón y desde las tripas si se me permite, era solo el inicio de una producción narrativa que ahora, tras la aparición de No es la noche (colección G21 Narrativa Canaria Actual. Ediciones Aguere/Ediciones Idea) tenía que superar un examen para consolidar el trabajo de un escritor que, independientemente de la estructura, siente lo que escribe. Y por sentirlo sabe materializarlo.

Sin trampas ni cartón.

Detecto no obstante un defecto en No es la noche con respecto a su debut, h. Y ese defecto es la sensación de que Carlos Cruz pretende explicarnos algo que, a mi juicio, ya es obvio: soy escritor.

Es decir, que las ambiciones que como narrador se ha impuesto lo encajonan en un relato que pese a su libertad resulta un tanto oscuro y confuso, casi como si  no supiera como poner el punto y final a la balada del café triste que nos cuenta en dos historia que son, a su manera, paralelas.

Narrada a través de dos personajes: una mujer (Ella) y un hombre (Él) al que les une más o menos un mismo sentimiento de derrota, No es la noche está escrita en una primera persona que abruma por su carácter sincopado. En el que apenas hay comas y sí demasiados puntos y seguidos.

Paradójicamente, y a mi entender como lector, las partes que me han resultado más atractivas de la novela –que apenas supera las ciento treinta páginas– son las que nos cuentan la vida de la mujer. Una mujer policía que viene a vivir y a trabajar  junto a su hijo pequeño en una ciudad turística del sur de Tenerife.

Me creo ese largo e intenso monólogo interior que propone.

Su desarraigo y su lucha constante por hacerse un hueco en un mundo cerrado masculino. También las frustraciones que ha ido empañando su proyecto de vida y la difícil tarea que tiene para lograr emparejar ser madre con su trabajo.

Pese a sus debilidades, Eva es un personaje fuerte.

Todo lo contrario del protagonista masculino de la novela, Juan. Un hombre que ha terminado convirtiendo su existencia en una (in)cómoda rutina.

Ambos personajes –Eva y Juan– viven en la misma ciudad turística del sur de Tenerife y ambos personajes, es inevitable, terminarán encontrándose en los capítulos finales de un relato que muestra dos vidas no tan distantes porque las une, si no la misma frustración, la sensación de que sus sueños nunca serán los que una vez imaginaron.

Así, entiendo No es la noche como un interesante y demoledor retrato sobre la madurez. La madurez que encarna con resignación Eva y la (in)madurez que caracteriza la existencia de Juan. Casi como si fueran las dos caras de una misma moneda.

Si en h. Carlos Cruz hablaba sobre la infancia y de manera brutal sobre el fin de la infancia, en No es la noche el discurso gira ahora en torno a la madurez, la conciencia de que nos hemos transformado en sujetos que no tienen nada que ver con lo que una vez creímos que íbamos a ser.

En este aspecto, No es la noche es una novela tremendamente rompedora. Y muy atractiva por la manera en que está contada. Carlos Cruz nos mete en la cabeza de sus protagonistas. Estamos dentro de la cabeza de sus personajes y logra que a veces tenga la sensación que lo que cuenta si no me ha pasado, al menos sí que lo haya pensado.

Y esta capacidad, que logra al menos en mi caso la complicidad con lo que sienten Eva y Juan, hace que me identifique con algunas de sus acciones. Que entienda la necesidad de aire libre que busca Juan y que comprenda la resignada y auto impuesta soledad que siente Eva.

No sé si es consciente el escritor, Carlos Cruz, de la crueldad que destila en No es la noche. Pero sea o no consciente de ello –y prefiero pensar que no–  su relato obliga a que sigamos leyéndolo, casi como si con ello quisiéramos liberarnos de esos demonios que nacen y se reproducen en nuestras cabezas para ponernos piedras en este camino que transitamos y que llamamos vida.

No es la noche es una novela que conmueve. Y que agita ideas en la cabeza. Y si bien es cierto que no termina por cerrarse con la exigencia que le pedía, respira.

Y golpea –en ocasiones con bastante crudeza– el corazón de un lector que no sale de su asombro ante la calidad pero en especial las intenciones de una literatura escrita en y desde Canarias con unas miras que van más allá –afortunadamente– de en y desde Canarias. 

Saludos, ya es de noche, desde este lado del ordenador.

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