Edipo en Stalingrado

INTRO

Ahora rara vez peroraba en la mesa, como había sido su costumbre. Prefería comer solo. Guderian lo encontró muy cambiado: “Su mano izquierda temblaba, su espalda estaba encorvada, tenía la mirada fija y los ojos salidos, pero les faltaba su antiguo brillo; sus mejillas tenían pecas rojas.”

(Adolf Hitler tras conocer la victoria del ejércio rojo en Stalingrado. Stalingrado, de Anthony Beevor).

El pasado 2 de febrero se cumplió el setenta aniversario del final de una de las batallas más feroces y sangrientas de las II Guerra Mundial, Stalingrado, capítulo que supuso el desmoronamiento del hasta ese entonces invencible ejército alemán, que prácticamente había ocupado –y contaminado– el suelo de Europa bajo la sombra de la cruz gamada.

El cine ha prestado notable atención a esta batalla crucial en las que las fuerzas soviéticas y germanas se vieron las caras en la derruida ciudad, hoy Volvogrado.

Una advertencia, sin embargo, ya que solo repasaré en este post cinco títulos –ninguno de ellos perteneciente a la cinematografía soviética por franco desconocimiento– en el que con mejor o peor fortuna se intentó reflejar una batalla que hizo que un frente, como fue el del Este, pusiera la carne de gallina a las hasta ese entonces invictas tropas alemanas.

Eso explotó que, propagandísticamente, la batalla de Stalingrado se interpretase como el primer y colosal enfrentamiento entre las dos grandes ideologías nacidas en el convulso siglo XX: el nazismo y el comunismo. Combate cuyos ecos aún resuenan, creo entender, en la conciencia de Europa.  

NOCHE AMARGA (Falk Harnak, 1958)

La película se desarrolla en vísperas a la batalla de Stalingrado, frente en el que un soldado alemán hastiado de la guerra decide desertar junto a su joven amante ucraniana siendo detenido por sus camaradas. A partir de este momento, la cinta se convierte en una atractiva aunque lenta y demasiado moralina película procesal en la que gran parte de la acción la ocupa el diálogo que mantiene el detenido con un sacerdote militar. Como es natural, en ningún momento se explica las barbaridades que cometió el ejército alemán en la castigada población civil, pero sí en explicar que no todos los jóvenes combatientes de la Wehrmacht eran rabiosamente nazis. Que eso fue cosa solo de las SS. Con todo, es un título recomendable para los aficionados al cine alemán que pretendió reinterpretar la historia en aquellos años con películas como Almirante Canaris (Alfred Weidnmann, 1954), El general del diablo (Helmut Käutner, 1954); La estrella de África (Alfred Weidnmann, 1957), cuyos exteriores se rodaron en la isla de Gran Canaria, concretamente en la dunas de Maspalomas; y U-47, comandante Prien (Harald Rein, 1958), entre otras. 

EL MÉDICO DE STALINGRADO (Géza von Radványi, 1958)

Si Noche amarga mostraba –siempre desde el punto de vista alemán de la postguerra– el día antes de la batalla, El médico de Stalingrado indaga en cómo sufrieron cautiverio miles de estos hombres en los campos de concentración soviéticos una vez se rindieron. El filme está basado en una novela del reivindicable escritor Heinz G. Konsalik, y en ella se plantea el dilema ético al que se enfrenta un médico entre su deber de salvar vidas humanas sean de la ideología que sean. Entre los actores destaca una bellísima Eva Bartok y Mario Adorf. De los filmes alemanes rodados a finales de los años cincuenta con el único fin de perdonarse a sí mismo, quizá sea de lo mejor que se rodó en aquellos años. No es, en todo caso, un filme estrictamente bélico y sí más carcelario vertiente campo de concentración, pero tiene su visionado y puede incluso plantear encendidos debates. 

STALINGRADO (Frank Wisbar, 1959)

Basada en la novela Perros, ¿queréis vivir eternamente?, del escritor alemán Fritz Wöss, Stalingrado es una de esas habituales producciones bélicas que el cine germano rodó en la década de los años cincuenta para depurar la conciencia y lanzar el mensaje de que no todo el pueblo alemán fue abducido por el ideario hitleriano. El filme es una pequeña producción que cuenta con buenas escenas bélicas, aunque lo más interesante del filme resulte, a mi juicio, el papel que interpreta su protagonista como oficial que hace de enlace con las fuerzas rumanas que combatieron en esta batalla del lado alemán. Con todo, Stalingrado continúa siendo una curiosidad para aficionados al cine bélico, aunque su empeño de no todos los alemanes fuimos culpables pesa como una losa en un largometraje en el que no resulta para nada creíble la historia de amor que vive el honesto oficial con una rusa, soldado del ejército rojo. 

STALINGRADO (Joseph Vilsmaier, 1993)

La película se estrenó en 1993 coincidiendo con el cincuenta aniversario de la batalla que decidió la II Guerra Mundial en Europa, y a mí su primera mitad me sigue pareciendo de las más vibrantes y extremadamente relistas cintas bélicas de los últimos tiempos. Mucho, mucho tiempo antes de que Steven Spielberg nos metiera sin trampas ni cartón en el escenario de la guerra en Salvar al soldado Ryan (1998). El filme de Vilsmaier comienza a desmoronarse, sin embargo, cuando tras la ventolera bélica, los enardecidos combates que tanto alemanes como rusos libran en las calles de la ciudad, se decanta por un discurso pacifista que parece metido con forzado calzador. Nada que objetar al trabajo de sus actores, todos ellos broncos, encallecidos, perfectamente creíbles como soldados que luchan por un Reich que iba a durar mil años. Uno de ellos, en un tren que atraviesa la estepa, se lo dice al camarada que tiene al lado: “toda esta tierra será para que la trabajen los alemanes.” La férrea disciplina prusiana de la Wehrmacht, que varios de los protagonistas del filme terminen en un batallón de castigo y el desesperado intento de escapar al sitio al que finalmente sometió el ejército soviético al VI Ejército al mando del mariscal Von Paulus son otros elementos que confieren de peculiar y siniestro atractivo a una película que, lamentablemente, se pierde cuando aparece en escena un sádico oficial nazi que tiene escondido en el sótano de uno de los derruidos edificios de la ciudad a una atractiva combatiente rusa.

ENEMIGO A LAS PUERTAS (Jean-Jacques Annaud, 2001)

El director de las interesantes En busca del fuego, El nombre de la rosa y El oso sorprendió a propios y extraños con Enemigo a las puertas, una de las mejores películas de Annaud. El filme es además una inteligente mezcla entre cine bélico y western y está inspirado en la vida del francotirador soviético Vasili Záitsev. Somos todavía muchos los que recordamos las primeras e impresionantes escenas de este largometraje, así como aquellas en las que son empujados a la muerte los soldados del ejército rojo que, azuzados por comisarios políticos, les obligan atacar desarmados las líneas alemanas. El filme cuenta además con una atractiva historia de amor que no desentona con la historia. Un triángulo que forman el francotirador (Jude Law) y un oficial de propaganda (Joseph Fiennes) enamorados de la misma mujer, Tania Chernova (Rachel Weisz). Muestra, además, la apuesta que asumió Nikita Jruschov, que interpreta Bob Hoskins, para organizar aquel caos. Hoskins, diez años antes, se había caracterizado como el siniestro Lavrenti Beria en la reivindicable El círculo de poder (Andrei Konchalovsky). Entre otros grandes momentos, Enemigo a las puertas cuenta con el enfrentamiento final entre el francotirador alemán, el mayor König (Ed Harris), contra Záitsev, así como momentos de una épica encendida en la que se rinde sobre todo homenaje a los hombres, como individuos, que formaron parte del ejército rojo. Ese mismo ejército que dos años después de la sangrienta batalla de Stalingrado tomaron con sangre y fuego Berlín.

Es probable que haya más títulos, sin contar los soviéticos, pero si los hay, no me acuerdo. 

Saludos, en la trinchera, desde este lado del ordenador.

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