La piel de la lefaa, una novela de Juan R. Tramunt

En su país este término es una obscenidad. En la tierra de mis abuelos es la muerte silenciosa. Nadie la ve, pero se sabe que existe porque existen los cadáveres de sus víctimas. Nos podemos imaginar cómo es porque, a veces, encontramos algunos restos de piel que sugieren su forma, su tamaño, su color… su existencia a fin  de cuentas, pero nadie la ve hasta que es demasiado tarde, y después… no lo cuenta.”

(La piel de la lefaa, Juan R. Tramunt, Ediciones Aguere/Idea)

Absorbente e inquietante me ha parecido la lectura de la última novela de Juan R. Tramunt, La piel de la lefaa, porque se trata de un libro en el que se dan cita varios géneros que su autor maneja con pericia.

En cierto sentido, La piel de la lefaa resulta un buen thriller, pero también una interesante novela de política no tan de ficción con aliento policíaco y, sobre todas las cosas, un libro de viaje por el sur de Marruecos, en concreto al agitado territorio del Sahara Occidental que tantas pasiones levanta a un lado y al otro de la frontera.

En este escenario, Tramunt ubica a Víctor Fargas, de la comisaría central en Canarias, y la fotógrafa de nacionalidad francesa Claire Blanchard. Al fondo, como si de un fantasma se tratara, un terrorista internacional que bajo el nombre de lefaa, víbora, pretende incendiar el sur marroquí coincidiendo con la visita del rey Mohámed VI.

Tiene La piel de la Lefaa ecos de Graham Greene, un autor al que el mismo Tramunt cita en su relato, aunque bien es cierto que la novela carece de la profundidad moral que caracterizó la mayoría de los personajes que protagonizan las historias de quien es, a mi juicio, uno de los mejores escritores británicos del pasado siglo XX.

Casi parece, en este sentido, que a Tramunt lo que le interesa de Greene es captar el aroma del autor de El revés de la trama, más que sus contradicciones, lo que no deja de resultar atractivo a un lector iniciado, ya que pese a su tributo, Juan R. Tramunt apuesta por otros derroteros sin perder el sentido de la aventura con el que dota a su relato.

Una aventura, como las que escribió Graham Greene, en la que el viaje significa también un radical proceso de transformación en el espíritu de sus personajes. Algo así como que todo itinerario genera cambios, nos convierte en individuos diferentes.

Juan R. Tramunt describe así, y muy bien, la belleza de un país, Marruecos, que parece incapaz de modernizarse al estar anclado en un pasado que no ha resuelto sus enigmas, así como con la de ambientar su historia en un escenario presente en el que intenta mantener en todo momento un equilibrio sobre el conflicto que en la actualidad marca las relaciones entre Marruecos con ese pueblo condenado a la diáspora que es el saharaui.

Los mejores momentos de La piel de la lefaa los encuentro así en su inicio, cuando nos presenta a sus dos protagonistas aunque no desmerece la construcción argumental de una acción que hace del conjunto un libro en el que se ve que detrás se esconde un escritor vigoroso, que controla los mecanismos aunque el motivo que desencadena el misterio quede un tanto opaco por la capacidad por unos paisajes que, se aprecia, conoce muy bien.

Al margen de la historia que desencadena la aventura, esa búsqueda de un terrorista sin rostro que opera por nihilismo sin sumarse a ninguna causa, lo que hace más estremecedor su retrato; La piel de la lefaa tiene ecos, aunque lejanos, con El chacal de Frederick Forsyth, quien ideó un personaje inspirado en Carlos, profesional del terror cuya vida ha sido llevada recientemente a la televisión en una miniserie que nadie debería perderse en estos tiempos confusos, extraños, y de ir hacia atrás que nos ha tocado vivir.

Tramunt hace coincidir a sus dos protagonistas al comienzo de la novela mientras viajan en avión a Marrakech, una ciudad que parece quemada por el sol. Y los separa para  dividir el relato en dos partes.

Por un lado, propone que sigamos las complejas peripecias con las que se tropieza el policía español en la ciudad marroquí, quien en un momento de la novela empieza “a sentirse como un condenado a muerte con todos los gastos pagados.” Y por el otro, la aventura que inicia una fotógrafa parisina, Claire, que tras reunirse con su compañero, comienza a sentirse atraída por un país que no tiene nada que ver con el suyo.

De alguna manera, en este territorio, Claire Blanchard se despoja de su disfraz de europea consentida y bien alimentada para fusionarse en la medida que sus prejuicios culturales se lo permiten, en un mundo que aún permanece atado a una forma de entender la vida que no tiene nada que ver con la que ha conocido hasta ahora.

Claire era consciente de que las características de Marrakech le estaban facilitando su cambio de actitud hacia aquel entorno y aquellas gentes, ya que se trataba de una ciudad claramente residencial, de una belleza insólita, que sabía combinar su historia, permanentemente expuesta a algunos elementos arquitectónicos como la gran muralla que delimita la medina, con sus tradiciones ancestrales en los miles de comercios t pequeños tenderetes que trufaban la Kabbah y, sobre todo, en los zocos, esencialmente en el de Semmarine, colindante con la plaza que de una forma inimaginable la había seducido. Por eso tenía cada vez más claro que su visión era absolutamente parcial, limitada a un escaparate turístico hábilmente mantenido por los gobernantes.”

Quizá sea por ello, por lo que significa de aventura no solo exterior sino interior a la que somete a Claire Blanchard, la parte más interesante y atractiva de una novela que va más allá del thriller, género que en manos de Tramunt parece más una excusa para reflexionar en torno no ya un conflicto político, sino sobre los sentimientos, el cambio de mentalidad, que padece una mujer en una geografía que, pese a su belleza, no deja de resultarle hostil al no poder fusionarse con ella.

Hay más elementos que transcienden en esta novela que apenas supera las 250 páginas, claves que proponen otras reflexiones, así como una acerada crítica al aparato represor marroquí y al orgullo saharaui, pero lo que de verdad es importante en este relato es –como en algunas de las novelas de Graham Greene– la aventura que viven más por dentro que por fuera sus dos personajes protagonistas.

Un hombre y a una mujer a los que la mano del escritor coloca en un espacio cuya telúrica luz pero también sombras terminan por devorarlos por dentro.

Saludos, en algún lugar del mundo, desde este lado del ordenador.

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