Franco ha muerto

“Para mí el cine es la vida. No un modo de vida, sino un pedazo mío. Jean Renoir decía que el cine es una cuestión de amor. Una película es redonda cuando no se queda en una historia vista desde fuera, sino cuando el director se implica y cuenta sus esperanzas y fracasos. El cine y Lina son lo más importante de mi vida.” (“Mis recuerdos caben en una maleta”, entrevista con Jesús Franco, Óskar Belategui, ABC, 2-4-2013)

Tras el fallecimiento de quien fue su mujer y también musa, la actriz Lina Romay, Jesús Franco, Jess Franco, Rosa María Almirall, Clifford Brawn y otros tantos seudónimos tras los que se ocultó para rodar películas con dos euros, ya no fue el mismo.

La edad, la soledad, una abundante filmografía en la que no destacan buenas películas pero sí una pasión loca por la aventura de rodar, hizo mella en un hombre que antes de decantarse por el cine de explotación más barato, se codeó con algunos de los grandes del cine a quienes trató siempre de tú a tú.

Cuentan así que se ganó la estima de Orson Welles cuando el director de Ciudadano Kane se buscaba la vida en las tierras de España con títulos como Campanadas a medianoche y el frustrado Don Quijote. También la de compañeros de generación a los que siempre que se les preguntaba por Franco abrían los ojos y dibujaban una ancha sonrisa en su boca.

¿Por qué?

Porque el tío Jess como lo conocen sus incondicionales era capaz de rodar películas con muy poco presupuesto. La mayoría de ellas títulos que tienen el inconfundible sello Franco.

El cineasta tanteó en casi todos los géneros –terror, erótico, comedia, suspense,  aventuras–, y trabajó con grandes estrellas del cine europeo como el excelente secundario Howard Vernon, Jack Taylor, el mismísimo Christopher Lee a quien embarcó en una versión de Drácula que estaría inspirada al cien por cien en la novela de Bram Stoker que al final solo toma del original que el rey de los vampiros luzca un hermoso bigote debajo de su nariz; Fernando Fernán Gómez, Diana Lorys, Soledad Miranda y, como no, siempre Lina Romay.

Tuve la oportunidad de hablar con Franco en una de sus estancias en Tenerife aunque de esa conversación más que de cine acabamos charlando de jazz, música por la que sentía mística devoción.

Lina Romay participó bastante en ese diálogo a tres bandas, y debo de confesar que más que escuchar a Franco, escuchaba a su mujer. Su voz transmitía una paz sensual que no he vuelto a encontrar en otras personas con el paso de los años.

En la producción del director, más de un centenar de títulos y que comienza desde los años sesenta hasta ¡el año pasado!, hay un título por el que siento mucho aprecio: Noventa y nueve mujeres, protagonizada por, entre otros, Mercedes McCambridge y Herbert Lom.

No es una obra redonda, pero sí que se trata de una película muy pesimista y digamos que canalla. Podríamos ubicarla en el subgénero carcelario femenino, que tanto furor hizo en los años setenta, y como rareza no deja de ser un diamante en bruto entre tantos largometrajes que prometían pero que dejaban de prometer una vez vistos.

El cineasta cuenta con más títulos, la mayoría de ellos improvisaciones que casi parecen jazzísticas aunque no hayan sabido resistir el paso de los años.

Muchos de estos trabajos los rodó en Gran Canaria, aunque se nos fue a la tumba sin hacerlo en Tenerife, isla en la que le apetecía mucho hacerlo porque tiene más variedad de paisajes, me comentó en esa entrevista sin darse cuenta que podría herir sensibilidades por aquello del dichoso pleito insular.

Entre otros filmes que filmó en Canarias, cito Ópalo de fuego, El cementerio de los muertos vivientes, La noche de los sexos vivientes, Un capitán de quince años, La chica de las bragas transparentes, La sombra del judoka contra el doctor Wong y Bangkok, cita con la muerte. Hay muchas más, aunque las películas por las que será recordado entre sus muchos fans que hoy lloran su ausencia continúan siendo Miss Muerte (1965), sus dos Fu-Manchú (Fu-Manchú y el beso de la muerte y El castillo de Fu-Manchú) y las estrafalarias Necronomicón y Marqués de Sade: Justine, entre otras cintas de quita y pon que forjaron a generaciones de espectadores en aquellas hoy inolvidables –y por ello irrecuperables– sesiones en cine de barrio.

En una entrevista digital con los lectores de El País, comentaba el mismo Franco acerca de sus películas: “Yo orgulloso no estoy de ninguna. Mis películas a mí no me gustan porque las conozco mejor que nadie y también sus defectos. Pero hay algunas que me repugnan menos que otras: Necronomicón; una que hice en EEUU y parte en Italia, Black Angel; La Condesa Negra, una película francesa; y luego hay una de las últimas que he hecho, La Cripta de las mujeres malditas y que la hice siguiendo una especie de decálogo que ha sacado Tarantino para hacer películas a bajo coste y con unidades más largas de proyección que las del cine.”

¿Provocador?, ¿cineasta de culto?, ¿obrero del cine? Son muchas las preguntas que suscita su larga carrera como director, y todas ellas serán respondidas a partir de ahora por quienes lo conocieron y lo hicieron miembro incluso de su círculo familiar.

Yo creo que a él todas estas cuestiones se las traerían frescas, y que incluso soltaría la risa ante tanta devoción desatada. En especial porque muchos de quienes formaron parte de sus adoradores apenas habían visto dos o tres de sus películas.

El caso es que Franco ha muerto y hoy, quiero pensar, ha vuelto a reunirse con el segundo gran amor de su vida, Lina Romay.

(*) En la imagen Jesús Franco junto a Lina Romay.

Saludos, releyendo Memorias del tío Jess (Editorial Aguilar), desde este lado del ordenador.

One Response to “Franco ha muerto”

  1. georgeIII Says:

    http://www.fanguitoestudio.com/odio-records/

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