Érase una vez en el oeste…

Mientras rebusco en la pila de libros usados, algunos incluso maltratados, el tipo de rostro barbado que atiende el puesto me dice, cuando comienzo a dar media vuelta, que hoy es un día malo.

- ¿Un día malo?- respondo con la camiseta bañada en sudor.

 - Pocos clientes.- informa el tipo que atiende el puesto mientras se frota la frente con un pañuelo de papel.- Debe ser que están en lo de Expolsados…

Expolsados reproduce mi cerebro achicharrado.

Ni puta idea de que es eso del Expolsados.

Pero asiento con la cabeza y me confundo entre el gentío que sube y baja por el Rastro de la capital tinerfeña un poco como a la deriva, como pez que se deja llevar por la corriente.

Bajo el arco de las puertas del Mercado de Nuestra Señora de África me encuentro con un amigo que me comunica nada más verme:

- Ha muerto Darth Vader.

- ¿Darh Vader?- Pregunto en un día que parece va estar plagado de preguntas.

- Sí, el que le ponía voz.

- ¿James Earl Jones?

- ¿Cuálo?

- James Earl Jones.

- No, no, el que presentaba concursos.

- No jodas, el gran Constantino Romero.

- Ese tiene que ser.- dice el amigo no muy convencido.

- Puso la voz a Terminator, a Clint Eastwood, a Rutger Hauer en Blade Runner, a…

- Ese, ese mismo.- dice el amigo desapareciendo entre la gente que entra y sale del Mercado de Nuestra Señora de África.

Algo conmocionado porque esta semana que termina está repleta de nombres de ausentes me detengo en puestos atiborrados de libros y encuentro la acariciada edición que Planas de Poesía publicó en 1981 de los cuentos de Antonio Bermejo, el escritor que ha recuperado y reivindica un grupo de narradores canarios y el mismo escritor que inspira la que será la próxima novela de Javier Hernández Velázquez.

El librito, que apenas llega a las cincuenta páginas, está prologado por Víctor Ramírez e incluye una imagen de Bermejo que esa tarde, cuando se lo muestro a mi madre y a uno de mis hermanos reconocerán.

De hecho, yo mismo creo reconocerlo si doy marcha atrás en mi memoria, cruzando la calle de Salamanca y a mi padre señalándomelo.

Cae un sol de justicia sobre Santa Cruz de Tenerife.

Y hay un cielo sin rastro de nubes. Un día perfecto, no malo, para quien les escribe.

Tras dejar el mercadillo y su sinfonía de colores y aromas, enfilo a la parada del tranvía donde leo los relatos de Bermejo. Hay uno en concreto que me desconcierta, La busca.

No había aprendido a odiar. Para encontrar lo que anhelaba era condición previa odiar ferozmente. Odiar a todos y amarse a sí mismo con la adoración de un dios. Encendería su lamparilla en el templo de su persona y el odio respondería. El odio y el amor.”

Así lo escribe Bermejo, un autor que apenas dejó textos escritos y cuya errática existencia casi parece devorar al hombre que, ahora que observo su fotografía, tiene unos ojos inconfundiblemente tristes.

Es un domingo de un día cualquiera en una pequeña capital de provincias que a lo largo del día de hoy se me antoja un pueblecito del lejano oeste. No solo por el calor que se desparrama por su caprichosa geografía sino también porque respiro un aire que siendo el mismo de todos los días me resulta diferente.

¿Un mal día?

Un domingo distinto en todo caso, reflexiono mientras le doy al pedal de la Dakota rumbo a Las Teresitas…

El viento caliente estampándose contra mi rostro y haciendo equilibrio sobre dos ruedas que se deslizan sobre la carretera mientras en mi cabeza, como a latigazos, se repite un fragmento de La huida de Antonio Bermejo pero a toda velocidad, lo que hace que resuene en mi cabeza con la vocecilla de un Pitufo:

Era preciso huir. Aquella noche marcaría el punto de partida. Salir del castigo de vivir entre unos hombres que remueven torturados oleadas de inmundicia. Apartarse, con la mansedumbre del elegido, de entre unos hombres que chillan como simios, que sienten como simios y que no creen ni en ellos mismos. Huir del contagio poderoso que apaga o anula el pensamiento y la voluntad.”

¿Un mal día?

¿Un mal día un día de revelaciones?

- ¡¡¡Alabado sea el Señor!!!- grita el grupo de Evangelistas que se reúnen en el templo que han montado frente a mi casa. 

- Alabado sea.- murmuró observándolos desde la ventana.

(*) La imagen corresponde a The Crowd, Y el mundo marcha (King Vidor, 1928)

Saludos, érase una vez en el oeste…, desde este lado del ordenador.

One Response to “Érase una vez en el oeste…”

  1. iván Says:

    Un cuentista muy interesante Bermejo, no con la calidad y la intensidad de Isaac de Vega; pero muy digno de tener en cuenta. Como prosista, y quitando a Isaac, era el mejor del grupo, por encima de José Antonio Padrón y Arozarena.

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