Recordando a Bob

Es probable que alguno todavía tararee sus canciones pero también es probable que desconozca que lo que le sale de su boca es un tema de Bob Marley. Un caballero, el señor Marley, que contó con numerosos seguidores en esta isla en la que vivo. Vamos, que cuando comenzaba a declinarme por el lado mods de las cosas muchos compañeros de generación se decantaron por el rastra.

Llevar la melena trenzada, collarines y pulseras con la colorida bandera de Jamaica y un porro de hierba en la mano mientras intentaba comunicarse con ese cosmos que no iba más allá de las sensaciones que le provocaba la maría, eran algunas de sus gloriosas señas de identidad.

Pese a que fuera por la vida con parca verde y un peinadito resultón calcado de la portada de un disco de los Small Faces, y sin vespa a la que despeñar por los acantilados de Dover, tuve muchos amigos que iban de rastafaris con notable acento canario. Buena gente, aunque a veces sospechara que la mayoría de ellos le había declarado la guerra al agua y el jabón, aunque cuando se ponían a hablar, te liaban y te liaban de verdad.

El más auténtico de aquellos rastras vivía en una de las ciudadelas que se distribuían por esta capital de provincias. En concreto la situada en una de la calles paralelas al cine Víctor y hoy cerrada a cal y canto en la que ocupaba una habitación que hacía vecindad con otras habitaciones en la que residían familias con escasos recursos económicos.

Todos ellos hacían una vida en común cuya metáfora más objetiva era el retrete que se encontraba al final de aquel estrecho callejón, un agujero de forma cónica por el que cuando ibas a orinar solías tropezarte con cucarachas del tamaño de un escarabajo.

Pero regresabas a la habitación y te sentabas en el suelo y se te iba el miedoo y el tiempo charlando con ese tipo mezcla de rastra y hippie que no paraba de escuchar música reggae a todo volumen en un transistor de fabricación japonesa.

Bob, voy a llamarlo así en homenaje a su dios Marley, nos desentrañaba entre calada y calada de porro de maría la filosofía de ese movimiento.

Nos hablaba de que el mundo de aquel entonces era la nueva Babilonia y que solo el espíritu de Haile Selassie nos liberaría del caos.

Como es natural, Bob había adaptado a su planeta nebular las creencias rastras, pero resultaba atractivo escucharlo en su largo monólogo porque el tipo transmitía una paz y una serenidad que desde ese entonces he encontrado en muy pocas personas.

Se trataba además de un individuo desprendido, de los que apenas acumulaba cosas. Su equipaje lo formaba un solo libro, el I-Ching, que consultaba –nos dijo– cada mañana; dos camisetas, un pantalón vaquero y su ración de maría y papelillos para liarse unos cigarrillos que fumaba no con adicción sino desconcertante filosofía.

Cuando lo dejaba en su habitación de la ciudadela y regresaba a casa pensaba que Bob era demasiado transparente para resistir el paso implacable del tiempo.

Un día, en el que junto a dos amigos fuimos a visitarlo, la señora que vivía al lado nos comunicó que se había ido.

- ¿A dónde?, le preguntamos.

La señora se encogió de hombros y volvió a lo que estaba haciendo, un poco harta de aquellos tres chavales. Uno vestido con parca verde olivo, el otro con una chupa de cuero y peinado rockero y el tercero como un modernillo que ya entonces empezaba a ponerse de moda.

No he vuelto a ver desde ese día a Bob. Pero cada vez que escucho a Bob Marley o me hablan de reggae e incluso de las acotadas y vigiladas playas jamaicanas solo para disfrute del turismo extranjero, recuerdo a Bob sentado en la habitación de la ciudadela mientras lo ilumina la luz amarilla de la bombilla que cuelga del techo y desgrana con voz serena su discurso sobre la nueva Babilonia.

El humo de la hierba desdibuja su cara y nosotros, los que lo escuchamos, reímos como discípulos traviesos y algo colocados.

No sé cuanto tiempo transcurrió desde que Bob se fue sin decir nada cuando otra noche me tropecé con otros dos rastras chicharreros que se empeñaron en contarme que vivimos en “la nueva Babilonia, tío…” y en la esperada llegada de Haile Selassie para poner orden ante tanto desorden.

Pero ya conocía la historia, y la velada se interrumpió abruptamente cuando una pareja de policías nacionales nos exigió –no solicitó– nuestros respectivos carnés de identidad.

La verdad es que no sé porqué escribo todo esto, pero digamos que es una forma a través de la cual liberar recuerdos que creía dormidos y que hoy se han despertado al conocer que este mismo día, pero en 1981, falleció el original Bob Marley.

Un músico que no forma parte de mi lista de favoritos pero por el que siento simpatía. No tanto por sus canciones sino por lo que influyó en aquellos tres personajes que conocí en unos años donde salir a la calle significaba tropezarte con gente así.

Sin malos rollos. Solo ganas de hablar y soltar su discurso sin pretender convencer a nadie.

Es inevitable por eso que lo compare ahora con estos tiempos en lo que lo más inteligente que me cuenta un conocido es el dinero que está ganando y otro, mientras pega chillidos como si pretendiera hacerse oír –no que lo oigan– defienda la reencarnación de los cangrejos como verdad suprema.  

Arrugo el ceño y pienso entonces que Bob tenía razón.

Solo que se adelantó en el tiempo mientras viajaba en la alfombra mágica de la maría: Ya habitamos la nueva Babilonia, solo que no me creo que el espíritu de Haile Selassie descienda sobre la tierra para poner orden entre tanto desorden organizado.

Sea como sea, recibe amigo Bob –esté entre los vivos o entre los muertos– un invisible pero fortísimo abrazo desde este lado del ordenador.

3 Responses to “Recordando a Bob”

  1. javier hernandez velazquez Says:

    Lamentablemente el unico espiritu Bob es el de Bob Esponja.

  2. admin Says:

    ¿Quién es ese Bob?

  3. iván Says:

    Un tío con el que sueñan todas las mujeres: cuadrado, rubio y de ojos azules… El conocimiento y la escucha de Marley me vino del lado paterno, porque ¿quién no tuvo un padre hippie entre los de mi generación?

Escribe una respuesta