Julia y la guillotina, novela de Jonathan Allen

No creo que a estas alturas nadie discuta la aportación que la colección G21: Narrativa Canaria Actual está realizando en favor de las letras escritas en este archipiélago. Diez son ya los títulos que ha publicado esta iniciativa nacida del entusiasmo, el desarmante empuje de su editor, Ánghel Morales, y diez son ya lo libros en el que se ofrece un variado retrato a través del cual diagnosticar el meridiano estado de salud en el que se encuentra esta narrativa tras largos años de vacío con algún que otro afortunado disparo a modo de  francotirador.

Tras la presentación de la antología G21: Nuevos Novelistas Canarios, en el que se recogía doce relatos escrito por una docena de voces no tan nuevas en el panorama literario de las islas, la colección que dirige Morales si se caracteriza por algo es por la constancia y también la apuesta que su responsable lleva a cabo desde que puso en marcha esta feliz, y a su manera revolucionaria, iniciativa.

Por un lado, al mezclar autores con una obra ya consolidada con otros que ahora mismo están dando sus primeros y aún tímidos pasos. También por la de confiar en cualquier tipo de literaturas y géneros, lo que hace que en conjunto y visto ya con la obligada perspectiva que permite el tiempo, este reto se haya convertido hoy en uno de los pocos escaparates en los que se puede tomar el pulso a un grupo de narradores a los que si algo une no es, precisamente, un criterio generacional sino una misma vocación como escritores.

Tras la antología, que sirvió de mecha para detonar y dar unidad a una bomba que estimo ya de racimo por el fenómeno suscitado, en las novelas publicadas por G21 el lector interesado puede encontrar de todo un poco.

Es decir, desde curiosas aproximaciones a lo que podría definir como ironía con señas netamente canarias, Biografía reciclada de Manolito el Camborio, de Cristo Hernández a un realismo mágico con espíritu thriller, Murmullo de hojarasca, de José Luis Correa.

Desde la novela de autor con destellos experimentales en Malpaís, de Víctor Conde a una feroz crítica radical y con ánimo provocador en Cucarachas con Chanel, de Dr R (Jramallo).

También un envite al publicar una reflexión sobre la soledad y la complejidad que entrañan las relaciones en No es la noche, de Carlos Cruz al críptico universo personal de Merodeadores de orilla, de María Teresa de Vega. 

O incluyendo en su irregular, pero atractivo catálogo, un policíaco con aroma a refrescante pulp pop, El sueño de Goslar, de Javier Hernández Velázquez, a la fantasía pop de Noa y los dioses del tiempo, de Ana Joyanes Romo así como a la desarmante y multigenérica El centro del gran desconocido, de Eduardo Delgado Montelongo.

A esta lista títulos y autores se suma Julia y la guillotina, de Jonathan Allen, novela como ya viene siendo habitual dentro de esta colección, que no tiene nada que ver con las anteriores salvo que está escrita por un autor que vive en este archipiélago y que abraza, con distanciada rigidez intelectual, lo que el especialista Jesús Palacios denomina como “historia de fantasmas.”

Julia y la guillotina es, de hecho, una historia de fantasmas aunque el libro de Allen va un poco más lejos de lo que nos tiene acostumbrado este tipo de literatura, ya que también tantea otros ámbitos.

Lo primero que llama la atención de esta novela es que se aprecia que Allen conoce muy bien los resortes a través de los cuales se mueve este tipo de historias y tiene algo. Algo en el sentido de que como lector terminas por integrar el vínculo que establece su protagonista con naturalidad, generando más que terror, una agradecida inquietud que te obliga a continuar leyendo sus páginas.

Contiene este relato, además, una extraña celebración de la vida así como un sereno discurso que desmonta las claves que apuestan por la racionalidad. Este subtexto, muy velado, quizá sea lo más llamativo, a mi juicio, de esta novela que sabe moverse muy bien entre pasado y presente, y en la que confluyen los fantasmas de ese mismo pasado con los de ese mismo presente.

Otro rasgo a destacar en Julia y guillotina es que Jonathan Allen apuesta por un género poco cultivado no solo en Canarias, territorio escasamente proclive a literaturas con sabor fantástico, sino en un país como España donde la tendencia última es la de imitar lo que hacen los anglosajones: continuar explotando el filón de muertos vivientes o bien construir otros mundos que, al modo de Juego de tronos, reinventan con espíritu de nuestros desgraciados tiempos lo que en su día creó J. R. R. Tolkien con su épica El señor de los anillos.

En este aspecto, Jonathan Allen explora otras vías, otros senderos del fantástico, y reflexiona en una novela que discurre con anormal normalidad por el relato de fantasmas, un tipo de historia que, en su caso, asocia a un romanticismo con atractivas referencias necrófilas.

No sé así si es consciente o no el escritor de lo que ha hecho, pero Julia y la guillotina está mucho más próxima al espíritu que alimentó las pequeñas pero grandes producciones de la Hammer Films en su revisión romántica y sexual de los mitos clásicos, que el que nutre ese cine y esa literatura empapada hoy por la sangre y las vísceras.

Es decir, que Allen se decanta por la inquietante lírica del género –en este caso ocupado por espectros– que por explotar unos estereotipos que a base de repetirse han terminado por acartonarse al ser más sus defectos que efectos.

Confieso no obstante que me costó en un principio arrancar con esta novela. No sé si debido al estado de desconcierto que arrastro. Es probable.

El caso que leyéndola en un lugar tranquilo y con distancia, Julia y la guillotina consiguió que mandara a dar una vuelta los miedos irreales que a veces te confunden para que los tomes como reales.

Julia y la guillotina es un relato interesante. Aunque exige del lector cierto conocimiento de una tradición literaria que hizo posible lo imposible. Su visión decadente, su retrato de personajes, y ese París mágico por donde aún corre la sangre de los ajusticiados durante la Revolución Francesa son elementos que robustecen un título que además de entretener y emocionar, suscita preguntas más que miedo, así como provoca una dulce inquietud que va inseminándose lentamente por las venas que ha forjado tu conciencia como lector.

Saludos, otra vuelta de tuerca, desde este lado del ordenador.

One Response to “Julia y la guillotina, novela de Jonathan Allen”

  1. iván Says:

    Sí, justamente yo creo que es Jonathan Allen, con mucho, el mejor escritor al que ha editado la colección G21 hasta el momento. Tras él, me quedo con Delgado Montelongo. Hace unas semanas me divertí mucho leyendo su “Cuaderno afortunado”, exhibicionista, pero entretenido; aunque con errores gramaticales y sintácticos graves, empezando por el leísmo. Lástima, también, las muchas y molestas erratas con las que fue editado el libro, que hubiese exigido un mayor cuidado y más trabajo para ser algo más que un diario gamberro y nihilista del regreso.

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