Bruce Lee ¡solo ante el peligro!

A los freaks de aquellos tiempos nos daba vergüenza reconocerlo, pero nos gustaban las películas de karatekas. El historiador Román Gubern acuñó sin poca fortuna el término de soja western para englobar todas aquellas producciones que nos venían del lejano y misterioso Oriente. Escribo lo de poca fortuna porque no trascendió –como sí trascendió el despectivo espagueti western– para etiquetar a un puñado de cintas cuya influencia todavía se detecta en el cine de acción que se rueda en estos tiempos vacíos, sin atisbo de imaginación, en los que vivimos.

Pese a la ceguera de los entendidos, el cine de artes marciales se expandió entonces como un fantasma que recorría Occidente.

Se abrieron gimnasios y pequeños saltamontes que hasta ese momento ignoraban que había otro mundo y otras culturas más allá de la Gran Muralla descubrieron una filosofía que hacía de la lucha, siempre como autodefensa, algo así como argo trascendente.

Contaba con un grupo de amigos que no se perdía ninguna de estas películas. Más que un subgénero, un género en toda regla cuya primera estrella rutilante tuvo nombre y apellido: Bruce Lee. Un tipo, el Lee, del que supe por primera vez por uno de esos colegas entusiastas que practicaba kárate –el judo ya no molaba– y coleccionaba, como quien colecciona colorines, todo tipo de armas orientales.

Me acuerdo de unos nunchakus que me ponían bastante nervioso cuando jugaba con ellos dando grititos imitando a Bruce Lee.

- Aiiiiii, iiiiii.

Este colega, que aún anda colgado con esas historias, se pasó más tarde a los ninjas, pero eso es otra historia, como historia es que este sábado, 20 de julio, se cumple cuarenta años de la muerte de Bruce Lee. Actor, luchador, filósofo que falleció inesperadamente apenas pasado los treinta en circunstancias que todavía genera todo tipo de especulaciones.

El caso es que, cuando su carrera cinematográfica comenzaba a instalarlo como estrella, la muerte, que no deja de sorprenderme por su siniestro sentido del humor, se lo llevó como se llevó a ese pequeño bastardo llamado James Dean.

Aunque fue precisamente su vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver lo que elevó a la categoría de leyenda a Bruce Lee. A que muchos pensaran, entre ellos mi colega, que tras su desaparición este tipo de cine ya no volvería a ser el mismo.

Yo, que nunca he practicado artes marciales, pero que como Amory Blaine me emociono con cosas sencillas, terminé por aceptar a Bruce Lee porque no fallaba en aquellas sesiones de cine en las que me refugiaba en una adolescencia y primera juventud de la que guardo muchos, demasiados recuerdos.

No he vuelto, sin embargo, a revisar esas películas.

Pero la experiencia me dice que tuvo que ser positiva cuando Furia Oriental, El furor del dragón y Operación dragón se mantienen aún frescas en la memoria.

Tanto, que cuando veo al injustamente castigado Chuck Norris por esa misma gente que me colocaba la letra escarlata por ver estas películas no sabe que se midió a pecho descubierto contra Lee en el Coliseo de Roma en El Furor del Dragón.

Un combate de colosos que consiguió, además, que el público occidental estuviera del lado del chino, del tipo bajito y con ojos rasgados.

- ¡¡¡Pártele la cara!!!- gritábamos en el cine.

Y Lee le partía la cara y las piernas, y los brazos al Norris.

Bruce Lee, que había nacido en la ciudad de San Francisco, ciudad desnuda, se transformó en leyenda.

Sé agua…

Pero antes de ser agua fue hielo.

Intelectual y físicamente.

Una vez reconocido como experto en artes marciales y frustrado de que se escogiera a un blanco para encarnar al Pequeño Saltamontes de la serie Kung Fu porque “resultaba demasiado chino”, Bruce Lee hizo de Kato en la serie Green Hornet y de secundario en Marlowe, detective muy privado (Paul Bogart, 1969), una simpática versión de la novela La hermana pequeña de Raymond Chandler y en la que James Garner hacía de Philip Marlowe.

Claro que fue entonces, tras ser entrenador y maestro de artes marciales de Steve McQueen, James Coburn o Kareem Abdul Jabbar, cuando Lee decide firmar un contrato en Hong Kong con, para algunos aficionados, el diablo: Raymond Chow.

Pero a Chow le debemos Kárate a muerte en Bangkok y Furia oriental.

También a que Lee se creyera, nada más comenzado los setenta, que era más un océano que agua al escribir y dirigir El furor del Dragón, la que es sin duda su obra maestra.

Después vino Operación Dragón (Robert Clouse, 1973), cinta que no llegó a ver. La muerte, esa bromista siniestra, había llamado a su puerta.

Lo demás es caos.

Culto a la muerte.

Especulación sobre su pronta desaparición.

- Se lo cargaron los chinos comunistas.

- Lo mataron los maestros del Kung Fu porque estaba revelando secretos…

- Bruce Lee es mi maestro.- me dijo mi colega veinte años después de que descansara bajo tierra, no dejaba de mover los dichosos nunchakus.

- Aiiiiii, iiiiii.- recitaba.

Ahora entiendo que como un mantra.

Saludos, sé agua, desde este lado del ordenador.

3 Responses to “Bruce Lee ¡solo ante el peligro!”

  1. iván cabrera Says:

    Recuerdo que, por ver esas películas, Bruce Lee se convirtió en mi ídolo de pequeño, tanto que hice que mi padre me apuntara a kárate cuando lo que quería era enrolarme en un equipo de fútbol, que me comprara una pequeña katana y las revistas donde Lee era, una y otra vez, motivo de portada, como “Dojo”, de la que tenía una gran colección. Recuerdo que el rostro de Bruce Lee también decoró durante algunos años las paredes de mi cuarto mientras yo veía, entusiasmado, sus películas una y otra vez…

  2. upyr Says:

    Todavía colecciono armas. Un gran abrazo viejo amigo y que la diosa Amiretsu te de fuerzas,karate a muerte en Bankok empezó a rodarla antes que operación dragón, murió y se contrató un doble, el auténtico Bruce sólo rodó los 25 últimos de metraje y es uuuuuuoooooo.

  3. upyr Says:

    rectifico, es juego con la muerte,en la que sólo sale 25 minutos

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