Fucik y Brasillach ¡Muera la inteligencia!

LA CARA

Tiene Reportaje al pie de la horca, del escritor y periodista checo Julius Fucik, ecos trágicos que todavía resuenan cuando lees sus páginas. Hojas que fueron sacadas de la cárcel donde esperaba la muerte por pertenecer al partido comunista checoeslovaco y agitar culturalmente el espíritu quebrado de un país en aquel entonces ocupado por el ejército nazi.

Leer Reportaje al pie de la horca adquiere dobles sentidos. En mi caso, además, una clarificadora visión de quien espera, consciente, la muerte. El libro es así una crónica despiadada de la cuenta atrás.

Recuerda Fucik en la primera página del libro lo que siente, lo que observa tras ser detenido por la Gestapo: “Estar sentado en la posición de firme, con el cuerpo rígido, las manos pegadas a las rodillas, los ojos clavados hasta enceguecer en la amarillenta pared de esta cárcel del Palacio Petschek no es, en verdad, la postura más adecuada para reflexionar. Pero, ¿quién puede forzar al pensamiento a permanecer sentado en posición de firme?

En su último reportaje, Fucik escribe con admirable frialdad periodística sobre lo que siente, también sobre lo que contempla.

Resulta en este aspecto muy interesante el retrato que hace de tres agentes de la Gestapo, uno de los cuales “no consideraba el palo y el hierro como los únicos medios para interrogar. Le gustaba más la forma confidencial o las amenazas, según los casos, según valorara a “su” hombre. A mi no me torturó jamás, salvo quizás la primera noche. Pero cuando le interesaba, me entregaba a los demás con ese objeto.

Decididamente, era más interesante y complicado que los otros. Tenía una imaginación más rica y sabía utilizarla. Fuimos juntos a una cita inventada en Branik. Allí nos sentamos en una taberna al aire libre, mirando cómo la gente pasaba a nuestro lado.

- Te hemos detenido –me decía– y mira: ¿ha cambiado algo por eso? La gente pasea como antes, ríe, tiene sus preocupaciones igual que antes. El mundo marcha como si tú jamás hubieras existido. Seguramente entre ellos hay más de uno de tus lectores. ¿Y crees que por ti tendrán una arruga más?

La lectura de Reportaje al pie de la horca resulta inquietante.

Inquietante porque como lector intuyes el proceso de degradación –físico y psicológico– al que fue sometido Fucik antes de ser ejecutado.

Inquietante por las relaciones que se tejen entre detenido y sus captores.

E inquietante porque eres consciente que estás leyendo su última historia.

Una historia que apenas abandona la aparente gelidez que se exige a todo reportaje periodístico que se precie.

Un estilo parco en palabras que reviste si cabe de mayor dramatismo a esta crónica de una muerte anunciada.

Palabras escritas por un hombre que hace testamento –sin dramatismos, solo aportando crudos hechos– con ellas.

Reportaje al pie de la horca está salpicado de retratos y momentos que hacen pensar que hombres así estaban forjados de otra pasta.

La resignación del protagonista se transforma en dignidad: “El vigilante con uniforme de SS que me conducía a la celda hizo un ademán de registrarme los bolsillos.

- ¿Qué le pasa a usted?- me preguntó en voz baja.

- No sé. Me han dicho que mañana seré fusilado.

- ¿Le ha impresionado eso?

- Contaba con ello.

Durante un rato rozó mecánicamente las solapas de mi chaqueta.

Es posible que lo hagan. Si no mañana, más tarde. O quizás no. Pero en los tiempos actuales… es bueno estar preparado…

- …Pero, por si acaso… si quiere usted enviar un recado para alguien… o si quiere escribir… No para ahora, ¿comprende?, sino para el futuro: cómo ha llegado aquí, si alguien le ha traicionado, qué conducta observaba éste o aquél… Para que todo lo que usted sabe se marche con usted…

¿Si quiero escribir? Como si hubiera adivinado mi más ferviente deseo.

Después de un momento me trajo papel y lápiz. Los oculté cuidadosamente para que en ningún registro pudieran ser encontrados.

Y no los toqué jamás.

Era demasiado hermoso, no podía tener confianza”.

Los últimos fragmentos de Reportaje al pie de la horca resultan dramáticos. Un dramatismo que no tiene nada con ver con la realidad carcelaria que describe Fucik sino por el cambio profundo que transmiten sus últimas reflexiones.

La conclusión amarga “de que mi juego se aproxima a su fin”.

Aunque es consciente de que ya no se trata de un juego: “Es la vida”.

Trasladado a Berlín, Julius Fucik es fusilado el 8 de septiembre de 1943.

LA CRUZ

En el otro extremo de la balanza ideológica ubico a dos escritores franceses que pusieron su talento al servicio de algo en lo que creían, aunque la Historia no les diera la razón.

De Pierre Drieu de la Rochelle ya hablamos en su momento.

Antes de que fuera capturado por las fuerzas de liberación prefirió pegarse un tiro.

Esa muerte trágica que ya presagia en sus novelas y cuentos.

El fuego fatuo resulta así un título premonitorio, tráfico, fatal.

Refugiado en Suiza Louis-Ferdinand Céline, Robert Brasillach es sentenciado a muerte por orden directa del general Charles de Gaulle.

Brasillach se esconde, o lo esconden.

Nadie sabe donde está hasta que se entrega cuando su madre y hermana son detenidas por las fuerzas de liberación.

Comienza así un juicio “simbólico” en palabras de Simone de Beauvoir mientras intelectuales y escritores como Albert Camus, el católico y conservador Françoise Mauriac, entre otros, solicitan clemencia.

Pero la suerte está echada.

Brasillach escribe en la cárcel: “La vida es una broma de mal gusto. Para vivir hoy hay que saber reírse de la estúpida realidad”.

Entre su obra destaca una Historia del cine que firmó en colaboración con su cuñado Maurice Bardèche.

Robert Brasillach perdió la vida, tras ser fusilado, el 6 de febrero de 1945.

Saludos, ¡muera la inteligencia!, desde este lado del ordenador.

5 Responses to “Fucik y Brasillach ¡Muera la inteligencia!”

  1. Iván Cabrera Cartaya Says:

    “¡Muera la inteligencia!”, terrible y atroz consigna, lo único que pudo decir el fatídico y nefasto Millán Astray ante la superioridad dialéctica y moral de Unamuno. Tomo nota del libro y del autor, a quienes no conocía. Con mi agradecimiento por la referencia y la reflexión desde este lado.

  2. Juan Royo Says:

    Al hilo: Antes de que fusilen al cine Price-Renoir, hay que ver la película sobre Hanna Arendt, La banalidad del mal. Sólo el bien es radical. Los fusilamientos pueden ser variados, estúpidos y banales.

  3. admin Says:

    Pero ¿el bien de quién?

  4. Juan Royo Says:

    El bien como categoría, imperativa y filosófica. La película habla de eso. Y de las ideas preconcebidas.

  5. admin Says:

    Leí de la señora Arendt su historia sobre el juicio a Eichmann en Israel, también sus escritos sobre la violencia… Tardo en ver la película…. Gracias y un abrazo.

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