Érase una vez… ‘Centauros del desierto’

Es probable que fuera una reacción poco madura ante lo que me enseñaban pero también, y esto no lo pongo en duda, de posicionamiento ante las escasas virtudes como enseñantes de muchos profesores que a lo largo de mi vida intentaron meterme por obligación –y porque tocaba en examen– libros a los que llegué en ese instante con el alma partida, alimentando un rencor que solo con el paso de los años logré superar cuando me volví a reencontrar con algunos de ellos sin la presión de la obligación ni de la puñetera evaluación.

El Quijote lo leímos a trozos en clase; la novela picaresca nos la metieron a cucharadas pero con aceite de ricino; de Ramón J. Sender nos vendieron La tesis de Nancy y más tarde Réquiem por un campesino español. También tocó en aquellos años tempranos Mararía, de Rafael Arozarena, casi porque no quedaba más remedio…

La lista de nombres y novelas es larga, lo que explica la distancia y el rechazo inevitable que alimentó a las criaturas de mi generación que, en ese momento, descubrían el placer que provoca la lectura por distintos caminos, ninguno de ellos el que marcaba una educación que, salvo honrosas excepciones, dirigía una cuadrilla de profesores que le hacían asco a la palabra maestro.

Escribo todo esto porque el otro día, mientras conversaba con Alba Sabina Pérez, la escritora del curioso y desinquieto libro de relatos ¿Quién cuidará de mis guardianes? comentaba que odiaba una película, Centauros del desiert (1956), por razones bastante similares a las que generaron mis distancias con voces literarias que, afortunadamente, recuperé años más tarde, libre de presiones y de exámenes.

Creo que John Ford hubiera disparado sin dudar sus Colt contra el psicópata profesor que le obligó a ver su película plano a plano.

Imagino a ese aspirante de doctor Lecter explicando a la clase, mientras pulsa el stop, “esto, damas y caballeros, es un primer plano; esto un plano general y un plano medio y un fundido encadenado y…” Para más tarde ampliar en grados la tortura china detallando que con ese plano lo que el cineasta propuso es subrayar la soledad del personaje protagonista.

Agradezco a los dioses que no me tropezara con ese profesor, y que descubriera Centauros del desierto (el título en español me parece infinitamente mejor que el original, The Searches) a mi peculiar manera. Con mis peculiares emociones y con mis peculiares cinco sentidos alerta.

El poder de fascinación que siento por esta película no se ha minimizado con el paso del tiempo sino que se crece a medida que la reviso porque como pasa con otros filmes que te llegaron adentro en una etapa de la vida donde todavía seleccionabas tus prejuicios, Centauros del desierto es de esas películas en las que me he acostumbrado a refugiar.

Y si bien te la sabes de memoria, y si bien se te encoge el corazón ante lo que piensas fue el mejor trabajo como actor de ese gigante que se llamó John Wayne, aún te sorprende lo viva que permanece y las lecciones, muchas de ellas nuevas, que te regala mientras el protagonista se pasa la mano por el brazo.

Casi parece querer decir con ese gesto, uno de esos pequeños detalles que no pasan desapercibidos, que Centauros del desierto no morirá nunca.

Espero que Alba Sabina se reencuentre con esta película, y que entienda que si la odia no es por la película sino por la forma en cómo se la mostró el psicópata profesor.

Claro que, casi al final de la película, Ethan Edwards no dispara a su sobrina…

Saludos, abrimos y cerramos puertas, desde este lado del ordenador.

Escribe una respuesta