Mientras Lou Reed suena en un Toyota Blanco

Hay discos que te deprimen y Berlín, de Lou Reed, es uno de esos discos.

Lo habré escuchado no-sé-cuántas-veces y siempre me pone fatal. Me pasa lo mismo con el trompetista Chet Baker cuando se pone a cantar, y con Billie Holliday, me hacen llorar. Mi santa madre diría que parece que tengo un grifo abierto en el ojo cuando me derrumbo si los escucho.

Probablemente saque lo peor y lo mejor que llevo dentro para dejarlo tirado en el suelo. La idea es que las tristezas y alegrías se sequen al sol.

La noticia de su muerte revoluciona las redes sociales. Frases lapidarias, comentarios breves que intenta resumir el impacto de uno de esos tipos que te acompañaron por dentro y por fuera desde que tienes uso de razón por si alguna vez tuviste uso de razón.

Sunday morning, un día en el que parece que llueve pero que no llueve aunque sí que llueve un poco. Y se cuela algo de frío y te quiebras porque lo que más quieres desaparece. Es ley de vida…

Recuerdo a Lou Reed sonando en un Toyota blanco que recorre las calles fantasmas de una capital de provincias que se llama Santa Cruz de Tenerife. De aquella pandilla que íbamos en el Toyota blanco –ya disgregada y con sus muertos– me queda un puñado de recuerdos aunque todos coinciden en una especie de rutinario eterno retorno callejero.

El Toyota blanco da vueltas y vueltas por las calles mientras escuchamos los que vamos dentro y en un estado de extravagante nirvana una cinta gastada de Lou Reed. El disco, el puñetero Berlín, que me hace poner más triste de lo que estoy mientras las calles se repiten y tras las ventanas veo las mismas caras, la misma gente, el mismo infierno de todos los días.

Lou Reed suena.

La heroína es el demonio, dicen.

Él, como otros, le cantó al caballo de los sueños.

A William Burroughs se le iba la pinza. O hacía que se le iba la pinza. Dejó escuela, de hecho, casi implantó involuntariamente una forma de vida en unos tiempos donde casi todos éramos jóvenes y artificialmente felices por el don de la ebriedad.

Lou Reed coge el tren donde no existe la primera clase.

Es probable que esté sentado junto a Manolo Escobar y que tararee Mi carro me lo robaron mientras Amparo Soler Leal hace que dirige a ese dúo imposible.

Uno canta en español macarrónico y el otro en un inglés de garrafón.

¿Próxima estación?

Berlín.

Saludos, a mis muertos, desde este lado del ordenador.

One Response to “Mientras Lou Reed suena en un Toyota Blanco”

  1. Iván Cabrera Cartaya Says:

    Uf, muy grande Lou Reed, y su Perfect day sonando de fondo mientras a uno le pasan por la cabeza las imágenes de Trainspotting y el indomable Mark Renton. Sí que produce tristeza, al menos melancolía, su música, como la de Chet Baker, la de Billie Holiday… Tanto como pueda producírmelo un fado, Caetano Veloso, Chavela Vargas escuchada ahora, Edith Piaf o The Doors mientras vas hacia el sur de noche por una calle oscura y Jim Morrison dice: This is the end… Suerte que Lou, antes de irse, nos dejó eso puñado de buenas canciones y su voz de perdedor para una escena dura.

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