La gran desilusión

Una mala noticia. Va directa y a la cara.

Fundido encadenado a…

A partir de mañana, martes, 26 de noviembre, se apagarán las seis pantallas de los Multicines Renoir Price en Santa Cruz de Tenerife. Lo confirma el gerente de las salas, Enrique González Kuhn en el Diario de Avisos.

La capital tinerfeña se queda así sin uno de sus cines más emblemáticos, situado en lo que podría considerarse antaño como la milla de oro de las salas de exhibición cinematográfica en la ciudad junto al Teatro Baudet, el Cinema Victoria, los Minicines Charlot y el hoy, felizmente recuperado, Cine Víctor. Más allá, pero por la misma zona: el Greco, luego multicines, los Oscars…

Todos ellos muertos y enterrados.

El cierre de los Multicines Renoir Price terminó por convertirse en los últimos meses en la crónica de una muerte anunciada tras la mala situación en la que se encuentra la cadena en toda España. Si a ello sumamos efectos demoledores como la crisis y el elevado precio de las entradas, así como una programación que intentó apostar por otro cine, quizá explique el final de unas salas que ya formaban parte del mobiliario de una ciudad que hoy vive, si cabe, más en soledad.

Enrique González Kuhn explica en la nota que publica Diario de Avisos que el cierre se barajaba para finales de año aunque “el proceso se ha adelantado porque las pérdidas aumentaban día a día por la falta de espectadores”. Añade también que la inversión necesaria para adaptarse a los nuevos tiempos resultaba “muy alta”.

El Cine Price comenzó a funcionar como sala de pantalla única en los años cincuenta por una iniciativa del empresario Antonio Saavedra Carballo, quien contrató los servicios del arquitecto Tomás Machado y Méndez Fernández de Lugo.

Reconvertido en multicines en los noventa –seis salas y con un aforo de 1.289 localidades, obra del arquitecto Gilbert López Atalaya Mañosa–, durante unos años lo dirigió Francisco Melo Junior, uno de los espíritus más visionarios de estas tierras, testigo que recogió en 2005 la cadena Renoir para convertirlo en Renoir Price con un aforo de mil butacas.

Nueve años mostrando, y en algunos casos revelando, otras miradas, otras cinematografías cuyo labor queda hoy reducida a TEA Tenerife Espacio de las Artes como fuente a la que recurrir para estar al tanto de lo que se rueda en la actualidad sin bandera norteamericana.

Solo sé que la capital tinerfeña se queda sin uno de sus cines de referencia y hace viajar en la máquina del tiempo a quien ahora escribe estas líneas.

Por mi cabeza desfilan largometrajes, ciclos organizados por la Filmoteca Canaria y colectivos privados –gracias a uno de ellos pude ver Cabeza borradora de un por aquel entonces desconocido David Lynch, ¿David qué?, Lynch, David Lynch–y, en los últimos años, una serie de películas con escasa cabida en los grandes multicines que se encuentran en los centros comerciales y que revela en lo que ha terminado por convertirse este negocio.

Esto me hace concluir que vender ilusiones ya no es lo era.

E ir al cine, mucho menos.

Claro que, afortunadamente, todavía nos queda a los habitantes de esta capital de provincias grandes clásicos como el Víctor. El último dinosaurio, el último palacio de cine que se resiste a morir en este archipiélago cada día más abandonado de la mano de los dioses.

(*) Los datos están sacados del volumen El templo oscuro. La arquitectura del cine. Tenerife 1897/1992, del profesor Álvaro Ruiz Rodríguez.

La imagen es de La Opinión de Tenerife y está firmada por José Luis González.

Saludos, fundido a negro, desde este lado del ordenador.

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