9 horas para morir, una novela de Ángel Vallecillo

Quien prohibió la entrada a los suicidas en el reino de los cielos, no tuvo piedad del hombre, no reconoció sus debilidades ni padeció su sufrimiento. ¿No se suicidó Jesucristo? ¿No fue un suicidio no defenderse? ¿Se condenó con un tú lo has dicho o como Bartleby: preferiría no hacerlo? ¿Qué he hecho yo sino dejarme morir lentamente?

(9 horas para morir, Ángel Vallecillo, colección: G21 Narrativa Canaria Actual. Ediciones Aguere/Idea)

La colección G21: Narrativa Canaria Actual dejó hace tiempo de ser un tímido fogonazo en el panorama editorial del archipiélago. Ahora, unos quince títulos avalan una trayectoria en la que se presenta, y en ocasiones se recupera, voces de autores que han contribuido a afianzar lo que, a mi juicio, es el producto más arriesgado pero también más interesante y atractivo de cuantos maneja su editor, Ánghel Morales.

La última novela de la colección que cae en mis manos, 9 horas para morir y que firma Ángel Vallecillo, supone a mi juicio uno de los mejores relatos que se han publicado hasta este momento en G21 Narrativa Canaria Actual no ya porque su lectura atrape nada más iniciado el libro sino también porque Vallecillo ofrece otra cosa, un texto radical y en ocasiones rabioso que resulta novedoso en la república de las letras que, actualmente, se publica a este lado siempre inconstante del océano Atlántico.

9 horas para morir me sabe así a una cuidada y calculada mezcla de géneros. También, a una curiosa e inquietante lectura que me hace evocar El fuego fatuo, la mejor novela de ese escritor iracundo y maldito que fue Pierre Drieu de La Rochelle, y texto en el que el escritor francés, que fue acusado de colaborar con los nazis, narra una historia bastante similar a la que propone Vallecillo: las últimas horas de un hombre antes de suicidarse.

Hay, como es natural, sobresalientes diferencias y objetivos que distinguen El fuego fatuo y 9 horas para morir aunque también encuentro semejanzas. Una de ellas es el largo monólogo que plantean ambos protagonistas pero si bien en Drieu de la Rochelle las últimas horas del personaje le sirve para narrar una búsqueda frustrada que evite que ponga fin a su vida; en la novela de Vallecillo su protagonista, Rodríguez, desea abandonar la existencia porque todo cuanto gira a su alrededor degenera y agrade. Carece de valores, explica.

No obstante, su Rodríguez es un personaje que carece de ubicación. Un tipo raro que se da cuenta que es incapaz de evadirse de la realidad que le circunscribe. Un personaje aparentemente débil y muy cansado de tantas mentiras y falsedades. La ciudad en la que vive, además, contribuye a acelerar su proceso de renuncia existencial.

En este sentido, Santa Cruz de Tenerife juega un papel revelador y protagónico en la historia. Una capital de provincias por la que deambula “como un kamikaze por las calles desiertas” y una ciudad, destaca, “a la que odio, a la que nunca he amado y que me ha llenado la vida de desgracias. ¡Qué suerte vivir aquí! Pues yo clamo: ¡Qué suerte matarme en ella!

O:

Santa Cruz es una ciudad sin estímulos, salpicada por dos decenas de edificios arquitectónicamente válidos pero el paroxismo del dinero ha generado aberraciones urbanísticas, como el conjunto de Cabo Llanos: fachadas sosas, repetitivas y baratas, volúmenes chatos y frustrados, un barrio nuevo cuya única emoción es la prepotencia del nuevo rascacielos y la silueta frágil e incómoda del auditorio, al que me resisto a recordar”.

Rodríguez es un hombre marcado, y parece recriminarle a esa geografía urbana y humana sus desgracias. Justifica así su pusilanimidad, que arrastra por un pasado terrible, así como por desempeñar un trabajo en el que todos sus compañeros de oficina parecen que conspiran para ver quién puede resultar peor persona.

Una pequeña jungla de cemento que en 9 horas para morir se transforma en una especie de antesala del infierno. Siempre según Rodríguez, un hombre demasiado cerebral y perdido dentro de sí mismo. Un aprendiz de Bartleby y su prefería no hacerlo cuando concluye que no le gusta nada lo que le rodea.

Ni siquiera, me temo, él mismo.

Tiene mucho de crónica existencial esta novela. De círculo inevitablemente cerrado. Ángel Vallecillo explica en su blog que la “musicalidad de sus repeticiones obsesivas” tiene eco de Thomas Bernhard. Y creo que con ello intenta explicar las motivaciones que mueven a un personaje que define como “agente naranja de la sociabilidad”, y razones no le faltan para calificarlo de esta manera, pero es que hay más de esa aparente misantropía en la que se refugia Rodríguez. Un hombre que solo cuenta con el devoto amor de su perro, Rothko, y libros y más libros amontonados por todos los rincones de su casa.

9 horas para morir es una novela cruel pero por cruel honesta. Cuenta con momentos que me saben a literatura de verdad y que son esos instantes en los que como lector siento que me quiebran el alma. Que lo leído conmueve por dentro y por fuera. Que te identificas con su grito desesperado y silencioso. Su protagonista, Rodríguez, resulta así humano, demasiado humano cuando asume sus flaquezas e incluso algunas paranoias porque todo cuanto vemos a veces no es tan distinto.

Junto a la inclasificable Cucarachas con Chanel, de Dr R (Jramallo), 9 horas para morir es uno de los títulos más reveladores de la colección G21 Narrativa Canaria Actual. Ambos coinciden en su demoledora y resignada descripción del fracaso. Torres que se desvanecen. En 9 horas para morir con un suicidio espectacular en el que se agradece la macabra ironía.

Como piensa el protagonista “no voy a salir de ésta sino es con la verdad” por muchos pájaros que tengan en la cabeza.

Una última anotación: leánla.

O lo que es mejor, ni se les ocurra perdérsela.

Saludos, nadando para alcanzar la orilla, desde este lado del ordenador.

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