La torre de los siete jorobados ¿setenta años?

Edgar Neville fue aristócrata, artista, vividor y un genial humorista. Por ello es una pena que  por ser de derechas y apoyar a la causa rebelde en la Guerra Civil, su nombre no se  haya reivindicado con la justicia que se merece. Ahí queda su obra de todas formas para sacarlo del fango del olvido. Una obra en la que se mezcla una notable producción literaria y una sobresaliente producción cinematográfica.

Neville, IV conde de Berlanga del Duero, cuenta entre otras con una insólita cinta en el panorama del cine español, La torre de los siete jorobados, título del que celebramos los iniciados su setenta aniversario.

La película está basada en la novela del mismo título de Emilio Carrere, escritor al que se asocia a un modernismo decadente y en horas bajas. La novelita que dio origen al filme se publicó en los años veinte aunque el libro que obra en mi poder es una reedeción de los años cincuenta, en Ediciones Dólar, con portada truculenta.

¿Qué no ha visto la versión cinematográfica de Neville no confundir con Melville?

Se puede descargar en la red, circula también en dvd… Así que háganme caso, y tras verla ríndale el homenaje que se merece…

Fue la primera película que vi de Edgar Neville y fue la película que me convenció a que tenía que ver otras películas firmadas por Neville. Cito de memoria: Domingo de Carnaval (1945); La vida en un hilo (1945); El crimen de la calle Bordadores (1946); El último caballo (1950) y Mi calle (1960). Me faltan otros pero estos son los que forman parte de mi caótica videoteca, todos ellos grabados en cintas de VHS.

Hizo amistad con Chaplin, Douglas Fairbanks y Mary Pickford cuando, así lo relata en una entrevista (1), llega a Hollywood “de vacaciones”. El ambiente, explica, lo seduce y pide excedencia como diplomático para conocer de cerca eso del cine.

Algo debió de aprender porque lo más llamativo de Neville, una vez continúa su carrera en España tras finalizar la Guerra Civil, es la de rodar películas muy alejadas de la pompa y circunstancia que en aquellos años caracterizaba al cine español.

En este sentido, hay mucho de fantástico en La torre de los siete jorobados y de policíaco en Domingo de Carnaval y El crimen de la calle Bordadores, solo que visto con humor castizo y ligero esperpento. Planea también en estas cintas mucho humor negro aunque esto del humor negro es la manera que tenían entonces los españoles de reírse de las cosas que querían tomarse en serio.

La torre de los siete jorobados transcurre en un Madrid alegre y juvenil de finales del siglo XIX. Una ciudad que parece, y mucho me temo que siempre fue, capital de provincias.

Por sus calles, plazas, corrales y tabernas, apenas iluminados, se mueve un hombre que ve –”es usted un hombre sensible a las sensaciones ultraterrenas“–un espectro con parche en el ojo y sombrero de copa encima de la cabeza. Estamos en un casino, donde el protagonista juega a la ruleta mientras el fantasma de don Robinsón de Mantua le da aviso de los números ganadores a cambio de que proteja a su sobrina y que resuelva un misterio.

¡Misterio!

Debe de proteger a la sobrina y adentrarse en una ciudadela subterránea en la que hace tiempo se refugiaron los judíos que no abandonaron España cuando la expulsión de los Reyes Católicos, y que ahora sirve de guarida para una banda de jorobados que dirige el siniestro doctor Sabatino.

La película de Neville muestra un Madrid pobre y desnudo, cubierto por tinieblas y poblado de personajes excéntricos, aunque tratados con cariñosa ingenuidad, la misma que transmite Carerre en su novelita.

La cámara recorre un Madrid tenebroso con puertas secretas que dan a pasadizos siniestros. No pierde la película en ningún momento su amable tono de comedia, que adobada con elementos fantásticos que dan al largometraje atmósfera expresionista.

Setenta años después, La torre de los siete jorobados continúa siendo un clásico –por raro– del cine español.

Una película que fue a la contra de su tiempo y que todavía hoy continúa yendo a la contra del nuestro.

Nada que ver pues con el cine oficial y oficialista de entonces y mucho menos con ese cine que ha perdido señas de identidad como es el de la actualidad.

Cuenta La torre de los siete jorobados además con una lectura no ya sobre Madrid sino sobre España que aún permanece legible pese al paso de los años y pese a las transformaciones que han modificado el carácter de sus habitantes.

Hay un poco de todo en esta película doblemente fantástica: una crítica a la burguesía y a las clases populares que aún vende, pese a que alguno le pueda resultar anticuado y manido. A mi, personalmente, su crítica amable sobre la cursilería y la doble moral de los que por aquel entonces comenzaban a ser trabajadores de cuello blanco, me vale porque como panolis no hemos cambiado tanto.

La torre de los siete jorobados, la novela y la película, reúne así el encanto de la novela barata –pulp– norteamericana pero en versión española y sin subtítulos. Una versión española que le quita el barniz de tomarse las historias en serio en favor de una ironía que todavía sabe quitarme el sueño.

Deberían tomar nota y perder el poco tiempo que les queda en verla.

Un clásico, digo y redigo, de un cine como es el español tan acostumbrada a viajar a ninguna parte.

(1) Los que pasason por Hollywood, Florentino Hernández Girbal, Verdoux, 1992.

Saludos, vuelvo a visitar La torre de los siete jorobados, desde este lado del ordenador.

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