Réquiem habanero por Fidel, una novela de J. J. Armas Marcelo

Estaba profundamente dormido, o tal vez no tanto, pero descansaba en el silencio absoluto cuando la perra del vecino empezó a llorar, me despertó de un golpe y me llevó de nuevo a pensar en la muerte. No en la muerte del Comandante en Jefe, sino en mi propia muerte, porque de tanto cavilar sobre la muerte de los demás uno no se da cuenta de cómo se acerca la Matona a decirnos que nos toca. ¿Tengo suerte? ¿Diría que tuve suerte hasta hoy? Diría que sí. Fui y sigo siendo un funcionario que cumplió con su misión por la patria y por la Revolución.”

(Réquiem habanero por Fidel, J. J. Armas Marcelo, Alfaguara, 2014)

El escritor y periodista J. J. Armas Marcelo regresa a territorio cubano con su última novela, Réquiem habanero por Fidel, una historia bien escrita en la que mimetiza el habla peculiar de esa tierra del Caribe pero que, mucho me temo, resulta irregular en su fondo, como suele suceder con otras historias firmadas por este autor.

Planteada como un largo monólogo –el que emprende el coronel retirado de la Seguridad del Estado Walter Cepeda–, el libro de Armas Marcelo no resultará redondo para los lectores iniciados en los complejos vericuetos de la historia reciente de Cuba porque apenas aporta nada nuevo bajo el sol salvo el insistente mensaje de las otras Cubas. Las que por circunstancias económicas y políticas viven en el exilio y se han empañado en ventilar sobre el régimen que instauró Fidel Castro en lo que ya casi parece la noche de los tiempos.

Armas Marcelo emplea para ello la voz interior de un hombre cuyas convicciones se cimentaron en un sistema que hoy, resalta el escritor a través de su personaje, agoniza en soledad.

Por la novela desfilan algunos de los hitos más tristes de la revolución cubana. Su peligrosa inclinación a un estalinismo de guayabera que condujo al caso Heberto Padilla, al fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, a la guerra de Angola y a los tanteos con el narcotráfico. También a la supervivencia del castrismo y sus consignas cuando se abrazó el turismo como fuente de ingresos tras los dolorosos y durísimos años del Período Especial, y que tuvo su director, su hombre de acción, en el chileno Max Marambio.

Hay otros momentos oscuros que recuerda el protagonista de esta historia que quiere ser la crónica de la muerte anunciada de Fidel Castro, pero se pasa de puntillas, o a los que ni siquiera se alude sospecho que por una cuestión de no engordar demasiado sus páginas.

La novela quiere ser, en todo caso, un relato sobre el fanatismo. Aunque ese fanatismo resulte cansado, un clavo ardiendo al que se aferra Cepeda pese a que su fe ciega en Castro haya provocado la disolución de su familia –su hija triunfa presuntamente como cabaretera en Barcelona y su ex mujer no deja de humillarlo en largas conversaciones telefónicas mientras ladra y llora un perro del vecindario que responde al nombre de María Callas– y que ha multiplicado sus dudas como revolucionario.

Todo esto mientras crece el rumor en la novela de que Fidel ha muerto, lo que dispara esta especie de examen de conciencia de un agente que ha colaborado con una revolución demasiado acostumbrada a devorar a sus hijos.

No cuenta Réquiem habanero por Fidel con elementos suficientes para despertar la atención del lector, ya digo, conocedor de las luces y sombras de ese proceso que algunos llaman revolución cubana. La revolución, viene a decir Armas Marcelo, ha terminado por transformarse en involución, en una siniestra gerontocracia que, probablemente, perderá sus papeles cuando Fidel abandone este mundo…

En contra de lo que se supone, y hay que reconocer la habilidad del escritor para evitarlo, la novela no plantea qué pasará en Cuba cuando el Jefe no esté entre nosotros, sino cómo podría afectar su desaparición a quienes contribuyeron a la supervivencia de un régimen cuyo sistema resulta esquizofrénico.

Lo más atractivo de lo que parecía una prometedora nueva novela sobre Cuba escrita por alguien que no es cubano pero que ha sido mordido más que por el veneno cubano por el tónico habanero, la capital bullanguera que retrató Guillermo Cabrera Infante en sus novelas y escritor que escogió el exilio cuando comprobó que “el comunismo es el fascismo de los pobres”, es la forma en cómo está escrito el libro. La capacidad que tiene Armas Marcelo para mimetizar el habla habanera y darle color a un relato que sabe demasiado a un ajuste de cuentas que a otra cosa.

El resto son páginas y páginas en las que se intenta aniquilar la fe de su anciano protagonista en esa revolución que hoy solo se aguanta por los viejos, pero poco más.

Al final, cuando se cierra las tapas de Réquiem habanero por Fidel, uno se queda con una agria sensación.

Por un lado entiende y asume el final de un proceso como tiene que haberlo entendido y asumido Armas Marcelo, pero no termina de explicarse –y más en el caso de un escritor y periodista que conoce profundamente las idas y venidas de la historia reciente cubana– la endeble consistencia con la que sustenta históricamente el relato. Más un paseíllo por los tópicos siniestros de la revolución que dejó de serlo cuando el bloque soviético se desplomó; que por el descreimiento que supone su fin para alguien que trabajó con fe ciega en un proyecto que buscaba, presuntamente, el nacimiento de un hombre nuevo.

No, no me ha funcionado en este sentido los ladridos de María Callas a modo de conciencia. Ni los de su Mami, ni la hija, ni las perversas orientaciones que recibe el protagonista de Raúl Castro, entre otros personajes reales y ficticios que pueblan esta novela que, como otros títulos de J. J. Armas Marcelo, pudo haber sido y sin embargo no fue.

Saludo, no es tarea fácil, desde este lado del ordenador. 

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