La huida, una novela de George Simenon

Las lágrimas brotaban de sus párpados cerrados, que cada vez se hinchaban más a su paso. No eran lágrimas corrientes. Brotaban sin fin, tibias y perfectamente fluidas, de un profundo manatial, se agolpaban en la reja de  pestañas y rodaban por fin, liberadas, a lo largo de las mejillas, no en gotas aisladas sino en arroyos zigzagueantes, como se ve en las ventanas los días en que llueve a cántaros; y la mancha húmeda junto a la barbilla seguía  extendiéndose por la almohada.”

(La huida, George Simenon. Traducción: Javier Albiñana,  Colección Andanzas, Tusquets Editores, 2005)

Conocido sobre todo por las novelas que dedicó al comisario Maigret, muchos lectores ignoran que George Simenon cuenta con un puñado de historias que nada tienen que ver con su sagaz, pero siempre tranquilo policía.

De hecho, la mayoría de estos títulos han quedado relegados a territorios marginales, desechando una producción que se caracteriza por consistente, sólida y sobre todas las cosas, por su aguda penetración psicológica.

Aguda penetración psicológica es la que viste y corona La huida, a mi juicio una de las más sobresalientes novelas de Simenon, un relato aparentemente lineal que gira en torno a un hombre que tras cumplir su 48 aniversario decide desaparecer de su casa y de la vida que ha construido obedeciendo a un impulso netamente existencial.

La huida, como la mayoría de los libros de Simenon, es una pequeña gran novela que está escrita con un estilo aparentemente sencillo, que usa el escritor para diseminar por el texto y con delicada sutilidad elementos perturbadores.

La novela resulta así un retrato con profundo calado intimista y crítico. Una historia que, narrada en tercera persona, permite a Simenon describir una serie de hechos que muestra sin pudor, siempre desde la distancia del observador.

Narración pulcra y directa, la extraña aventura vital  que emprende su protagonista, un burgués que responde al nombre de Norbert Monde, se cuenta con serenidad y, sin superar las doscientas páginas, el autor logra dotar de entidad a un personaje, un hombre antipático, frío y pusilánime que no deja de ser uno más de ese montón en el que se ha empeñado –unos y otros– enterrarse en vida.

Su evasión, porque se trata a fin de cuentas de una evasión, se nos narra con sosegado aliento tragicómico. El drama, y la presunta victoria, de un hombre que se siente ridículo.

La huida supone, entre otras lecturas, una escapada. Una marcha hacia delante en la que su protagonista, paradójicamente, se reencontrará con un pasado frustrado pero que forma parte de su mitología personal. Ese pasado no deja de resultar grisáceo, pero lo pueblan algunos recuerdos de besos y abrazos que entonces y ahora le parecen de verdad.

Para contar la historia de Monde, George Simenon no se separa jamás de su personaje, y revela con pequeñas y delicadas pinceladas sus reacciones con natural desapego, sin salirse nunca –y ésta fue una de las características más notables del inimitable estilo de Simenon– del camino por el que transita su relato.

Su Norbert Monde es un hombre que puede ser cualquiera. Y por eso tan cercano. El lector asume, y hasta exige, su huida porque mastica el mismo desencanto. Ese hartazgo ante el miserable entorno que le rodea y sus gentes.

El retrato que ofrece de la clase media no deja de ser refinadamente realista. Y hace entender y padecer unas relaciones prácticamente ausentes que sobreviven, sin embargo, por rutina: el desayuno, el trabajo, una mujer y unos hijos que reconoce pero que le son prácticamente desconocidos…

Él mismo, y mientras se observa en el espejo, intenta encontrar a ese otro yo mientras su imagen le devuelve un rostro transformado, distinto… Casi como si fuera el de otra persona.

¿Se eleva Monde cuando huye de esa realidad que parece narcótica?

Simenon, siempre desde discreta distancia, parece sugerir lo contrario ya que bajo otra identidad y en otra ciudad, Monde continúa siendo el mismo hombre gris de siempre. Aunque germina un cambio, un paulatino proceso de transformación cuando llegamos a las últimas páginas de una novela que obliga a la reflexión y a mirarte en el espejo.

¿Reconoces a esa persona?

¿Es la misma de veinte años atrás?

¿No es momento de hacer la maleta?

Saludos, estupefacto, desde este lado del ordenador.

Escribe una respuesta