Marc Behm, la mirada del observador

Luego vieron a la chica andando por el blanco camino, apresurándose probablemente por ir al encuentro de algún zagal en un establo. Cora la siguió lentamente, deslizándose justo a sus espaldas, pisando en el aire, ligera y dotada de alas con el arrebato de la caza. Y cuando la muchacha se dio la vuelta y vio aquella cosa horripilante que se abalanzaba sobre ella, se puso a gritar. ¡Ah, que chillido! ¡Wagneriano! Cora lo distinguía entre sus recuerdos como algo conmovedor, un crescendo de trompetas y címbalos, que la empapaban con su dulzura. Se apoderó de la muchacha y la arrojó a la fría hierba; desgarró el vestido y devoró sus hombros y su pecho. No sabía como iba a enfrentarse a aquello, pero hasta su propia torpeza resultó sublime; la hizo incluso sentir punzadas de placer.”

(La doncella de hielo, Marc Behm, colección Etiqueta Rota, Ediciones Júcar, 1988. Traducción: Jorge de Lorbar)

En la república de las letras Marc Behm continúa siendo un injusto desconocido aunque existe un puñado de seguidores que aún lo recuerda con agrado y que de tanto en tanto relee sus novelas para partirse de la risa porque Behm diseminó con habilidad un notable sentido del humor en algunas de sus historias.

Casi parece que Behm, que fue también guionista de deliciosas extravagancias como Help! (Richard Lester, 1965) y Charada (Stanley Donen, 1963), observa la vida a través de sus relatos con gruesa ironía, aunque sus dos primeras novelas, La reina de la noche y La mirada del observador, augurara otro destino a una literatura que tras la publicación de La doncella de hielo apostó por el humor.

Un humor salvaje, loco, desmadrado, aunque respetara muchas de las constantes y tropelías que ya había reflejado en sus dos primeros títulos: personajes femeninos conscientes de su sexo, casi retratados como deliciosas y excitantes mantis religiosas. Radicales vampiresas que no tienen mucho que ver con la tradicional mujer fatal porque sus protagonistas se mueven más por el instinto de la vida, aunque sean no muertos como sucede en La doncella de hielo, y una festiva y culta exaltación de los placeres.

El problema, el grave problema de Marc Behm para quienes nos sentimos miembros de la gran hermandad que configuró a su alrededor, es que dejó muy pocas novelas tras sus espaldas, seis y un puñado de relatos que publicó en su momento la Semana Negra de Gijón bajo el nombre de Aullidos. Un empeño personal de su ex director, Paco Ignacio Taibo II, confeso admirador de su obra.

Una obra rara, difícil de ubicar en un género porque Behm se servía de ellos para contar sus propias historias. Relatos que transitan casi experimentalmente por la novela de carácter negra y criminal (La mirada del observador, Un hombre al margen); la comedia, La doncella de hielo, y el erostimo travestido de nazismo en La reina de la noche, entre otras.

Es una lástima, sin embargo, que Behm no fuera traducido con el esfuerzo que se merecía al español, aunque aún con esas, se aprecia un estilo travieso que volcó en historias aparentemente excéntricas donde los hombres resultan de usar y tirar y sus mujeres personajes, la mayoría de ellos coherentes en su necesidad de caminar siempre hacia delante, aunque sus pasos solo dejen como rastro huellas con manchas de sangre.

Creo, de todas formas, que Behm se sentía particularmente cómodo con sus novelas escritas en clave de humor. En sus comedias corales pese a que vibra, ¡y cómo vibra!, en sus historias pesimistas como La mirada del observador, el relato de una fascinación. La fascinación que siente un detective, Ojo, por una mujer que está dejando tras de sí un reguero de cadáveres masculinos mientras el investigador se dedica a eliminar las pruebas del escenario del crimen, al modo de un rendido protector. De un ángel de la guardia.

Paco Ignacio Taibo II describe a Behm como un tipo simpático, tranquilo y de sonrisa triste. Otros como un  hombre extremadamente tímido, quizá porque no se acostumbró a tomarse en serio. Todos coinciden en que fue un innovador acostumbrado a romper los géneros. Una excusa, los géneros, en las novelas que dejó escrita.

El caso es que yo solo sé que no sé nada, aunque gracias a sus novelas y en particular a  La doncella de hielo, se despejan las tristezas que no son cretinismos elevado al cubo, y suelto intermitentemente la carcajada mientras la sonrisa no abandona mis labios a medida que avanzo en su ahora relectura.

Una relectura voraz, muy divertida y desinquieta, que vuelve a seguir las aventuras de tres vampiros, Brand, Tony y Cora, que planifican el gran robo de su no vida con el fin de estar en paz todas las noches que tienen por delante. Noches que serán eternas fiestas caracterizadas por un enérgico y desenfrenado hedonismo.

Es inevitable sentirse identificados con los tres protagonistas de La doncella de hielo, en especial con Cora, la doncella de hielo del título y nombre con el que la bautizó Francis Scott Fitzgerald en una de aquellas locas jaranas de los años veinte. Es una lástima, sin embargo, que Cora no vampirizara al autor de El gran Gatsby, pero hay que tener en cuenta que los tres vampiros de la novela son gente que respeta demasiado a los grandes artistas que a través de los siglos tuvieron la oportunidad de conocer mientras escondían su condición de no muertos. Unos no muerto que solo beben la sangre de aquellos a los que desprecian porque se lo merecen.

La doncella de hielo es una novela construida como una comedia en la que todo está permitido, y uno se pregunta mientras la lee cómo es que nadie se ha preocupado en llevarla al cine, porque resulta extremadamente cinematográfica, sobre todo a medida que vamos llegando a su final. Imagino a Blake Edwards, el maestro de la payada cinematográfica con películas como El guateque o la serie La pantera rosa, llevando al cine este clásico del humor grueso y negro.

No se confabularon los dioses para que esto fuera posible pero nos quedan sus novelas y un volumen de relatos cortos, Aullidos, que editó la Semana Negra de Gijón en 2008 y volumen por el que estuve detrás hasta hace apenas cuatro años, cuando charlando con el librero Paco Camarasa le pregunté cómo podía hacerme con un ejemplar. Camarasa tuvo que leer mi devoto entusiasmo porque me lo envío generosamente a casa tras regresas a su librería Negra y Criminal de Barcelona.

No pretendo saber más de Marc Behm. Me doy por satisfecho con sus historias. El mundo está hoy lo suficientemente loco, loco, loco, como para perder el tiempo esforzándote en fingir que estoy lo suficientemente bien informado. Lecciones como éstas son las que saco tras leer a un escritor de este calibre, sea o no una criatura de la noche.

Saludos, de un hombre discretamente al margen, desde este lado del ordenador.

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