Nicolás Estévanez según Secundino Delgado

El pasado 19 de agosto se cumplió el centenario del fallecimiento de Nicolás Estévanez, entre otros oficios poeta y militar que, retratado por Secundino Delgado, fue el único en una tierra, las Canarias, que solo produce “entecos, esclavos y eunucos al nacer.”

Se trata pues del retrato emocionado de un paisano que cumplía por aquel entonces pena de prisión, experiencia que recoge Delgado en Vacaguaré (Vía-crucis), un texto que pese a sus licencias y olvidos, resulta aún poderosamente atractivo por su desconcertante cercanía.

“¿Quién podía ser? Forzosamente había que ir. Bajé de mala gana dispuesto a despachar pronto al curioso que violentaba mi paz a tanta cosa adquirida.

Lo vi y lo amé. Es un anciano corpulento, nervudo, de mirada franca; revela una voluntad poderosa, como poderosa es su naturaleza física, tiene grandes bigotes blancos y retorcidos, una perilla larga exuberante y también muy blanca. De ademanes desenvueltos, como los de un gran jefe; noble a veces y fiero a ratos. Viste de negro y cubre su traje un abrigo oscuro.

Me espera en el interior de la reja. Sus palabras penetran dulce y amorosamente en mi corazón sediento de cariño. Es canario: el más grande de la época; el único. Mi tierra hoy solo produce entecos, esclavos y eunucos al nacer. El que me habla no es de éstos, tiene la arrogancia de los grandes de antaño. Y si no lleva la sangre de aquéllos se ve que mamó en el mismo ambiente.

Antes que me diga su nombre lo adivino; es Nicolás Estévanez. Los canarios de hoy somos ¡tan pequeños!…No hablemos de esto…

Me pregunta por sus peñas, por mi familia, por mi prisión.

Me cuenta, riendo buenamente, que Millán Astray trata de asustarlo, y le contesta siempre riendo, que sus recuerdos más gratos son los procesos y persecuciones del gobierno español; y añade:

- Estaría aquí, contigo, todo el día, hablando de allá… de mi hermano Patricio, de mis amigos, de mis almendros… pero están ahí detrás; no nos dejaron solo; nos están oyendo.

Se despidió. Me dio un mazo de cigarros, me aprieta la mano fuerte y nerviosamente, con su gran manaza blanca, musculada y carnosa.”

Saludos, érase una vez en…, desde este lado del ordenador.

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