Hasta que la muerte los separe

No recibe el trato que se merece una película como Perdida, el último trabajo hasta la fecha de su director, David Fincher, probablemente uno de los cineastas más personales del cine norteamericano de los últimos tiempos, por razones que aún se me escapan.

El filme adapta la novela del mismo título de Gillian Flynn, guión del que se ocupa la misma escritora y libro que nada más aparecer en librerías se convirtió en todo un éxito de ventas por lo que resultaba inevitable su versión cinematográfica. Lo que quizá no imaginó casi nadie es que un cineasta que siente tanto atractivo hacia lo oscuro como Fincher fuera el encargado de su correspondiente traducción en imágenes. Claro que, probablemente, muchos olvidaran que David Fincher fue quien asumió la tarea de dirigir la versión norteamericana de otra novela de mucho éxito, El hombre que no amaba a las mujeres y de su gusto por, más que mostrar, analizar lo perverso, el monstruo que todos llevamos dentro.

Si se estudia la filmografía de este cineasta se detecta la atracción que siente hacia el mal. Una obsesión, nos atreveríamos a decir, que roza incluso con los religioso. Este discurso forma parte en la todavía desconcertante Alien 3 y vuelve a explotarse en Seven y Zodiac, dos excelentes películas en las que se radiografía con una mirada sucia pero a la vez poética lo demoniaco, personificado en la liturgia de dos asesinos seriales (uno real y el otro de ficción) y cómo afecta sus crímenes a los protagonistas aparentemente corrientes de ambos largometrajes.

Esta misma temática da una violenta vuelta de tuerca en su todavía polémica y provocadora El club de la lucha, en la que el mal es el monstruo que todos llevamos dentro y ahora, con Perdida, insiste en el mismo asunto pero en un espacio tan rutinario como es el del matrimonio que encarnan un convicente Ben Affleck y una turbadora Rosamund Pike.

Se le puede criticar a Perdida las trampas que pueblan el guión, la mayoría de ellas escandalosamente chirriantes por su vocación de sorprender continuamente al espectador, pero creemos que va en función de la virulenta crítica que el cineasta propone ante tan sagrada institución, al tiempo que machaca todo el circo mediático que se desarrolla a su alrededor. En este aspecto, Perdida resulta un filme inquietantemente actual para los tiempos que vivimos por cómo refleja el tratamiento de los medios la primero desaparición y más tarde supuesto crimen de la atractiva protagonista de la cinta.

Hacía tiempo que no seguía con tanta atención una película con calado tan explosivo en un cine, así como la conmoción y el deseo de compartirlo con amigas y amigos con los que tuve la suerte de pasar rato tan desasosegante. Tan alejado del convencional cine que últimamente nos llega de Hollywood.

Perdida es una película con muchas trampas pero todas ellas están al servicio de un fin que descontrolará a más de uno. Por eso el regusto amargo que deja en la boca cuando se termina de verla, gusto que no desaparece incluso cuando uno intenta recuperarse de tanta calculada mentira mientras regresa a casa.

Es un error, en este sentido, observar esta película como un thriller más porque siendo un thriller va más allá al contagiar desconfianza y recelo con todos sus personajes. La sensación de que ninguno de ellos, y me refiero no solo a los protagonistas, merece salir bien librado de esta historia que a ratos parece un panfleto feminista y al otro sencillamente machista.

Los cachetones que el filme proporciona al espectador forman parte del juego (y Fincher es un cineasta al que le gustan los juegos, ver si no The Game) que da un insólito brío a una película en la que no es que nadie sea lo que parece sino que explora con turbia mirada las entrañas de la pareja. En este caso de una pareja aparentemente feliz.

Al final se agradece, concluye un espectador cansado de tanto infantilismo hecho cine, que un cineasta se atreva a meter el dedo en la llaga y hurgar en la herida. Que muestre que el monstruo no es tu compañera/o de cama sino esa persona que observas cada mañana y antes de desayunar frente al espejo.

Y que le reconozcas.

Y le sonrías.

Saludos, de juerga en Bada Bing, desde este lado del ordenador.

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