Dos hombres y un destino: Boileau-Narcejac

Ya dedicamos en su momento un comentario a los escritores que han hecho pareja literariamente. Es decir, a todos esos autores que firmaron, y generalmente con otro nombre, novelas escritas a cuatro manos.

Hay bastantes, y entre otros recordamos a Erckmann-Chatrian, uno de cuyos libros, Waterloo (continuación de Un quinto de 1813), fue traducido al español por Manuel Azaña; y los policíacos Wade Miller (también conocidos como Whit Masterson) y Boileau-Narcejac, quizá los autores más populares en la república de las letras si no añadimos a la lista a Douglas Preston y Lincoln Child y otros tantos que han apostado recientemente por la creación literaria como un trabajo de dos.

Vamos a ceñirnos en este comentario, sin embargo, al trabajo que resultó fruto de la unión de los talentos de Pierre Ayraud y Pierre Boileau, quienes ocupan un lugar destacado en la literatura de suspense como Boileau-Narcejac porque, a nuestro juicio,  son maestros del género policíaco por su inteligente combinación entre la novela  enigma y la negra gracias a una serie de truculentas historias que bordean lo fantástico y en la que se combina notablemente el miedo a uno mismo y también al otro. Ese otro no es otro que la pareja, la familia, los amigos que a veces no son lo que parecen.

Las novelas de Boileau-Narcejac transcurren generalmente en ambientes provincianos donde sus protagonistas están marcados por problemas emocionales. Víctimas, aunque al final se revele que era el asesino, de las circunstancias y de los personajes que los rodean.

Historias profundamente psicológicas que dan su interpretación sobre las debilidades humanas, los relatos de Boileau-Narcejac han envejecido muy bien con el paso de los años por lo que aún emocionan y capturan sin demasiadas complicaciones la atención del lector, un lector abrumado por una trama muy bien armada y con los pies sobre la tierra.

Boileau-Narcejac cultivó con cabeza la literatura de género y no se les caían los anillos de los dedos por publicar en colecciones de bolsillo, esa que tanto desprecian algunos y que esconde en numerosas ocasiones joyas que aún relumbran pese a estos tiempos de oscuridad en los que vivimos.

El cine sí que supo calibrar el talento que se escondía en muchas de las obras que firmaron. Baste recordar que, entre otras, se encuentra Entre los muertos, que inspiró Vértigo, de Alfred Hitchcock;  Las diabólicas de H. G. Clouzot y Los ojos sin rostro de Georges Franju, cintas que todavía sorprenden y, lo que es mejor, inquietan porque no dejan de tratarse de productos extraños y enfermizos. Retratos retorcidos y algo morbosos sobre la locura. Una locura atada a las pasiones humanas.

En mi biblioteca cuento con una provisión de Boileau-Narcejac para pasar el invierno. Soy consciente que leyendo sus historias uno se olvida de la realidad que le rodea mientras más que leer, devora unas historias donde lo que importa no es ya el hecho criminal sino las motivaciones que conducen al hecho criminal. Son novelas, además, que exploran con agudo olfato las relaciones que existen entre los habitantes de  pueblos y ciudades pequeñas, un retrato eficaz y nada saludable de esa aparente y apacible vida en provincias en la que la mayoría de la gente guarda demasiados cadáveres en los armarios.

Por todo esto y más, mucho más, ya es hora de reivindicar con la voz bien alta la producción literaria de unos autores cuyo trabajo se centra en la paranoia de sus protagonistas. En su acerado retrato sobre los fantasmas que alimentamos nosotros mismos y que en sus historias muchas veces termina por confundirse con la realidad.

Escritores que no renunciaron al carácter popular de su literatura y en concreto al folletín que fue su traducción en Francia, Boileau-Narcejac rescataron del olvido a un antihéroe tan exquisitamente francés como Arséne Lupin, ladrón de guante blanco y personaje creado por Maurice Leblanc como respuesta al materialismo policíaco del Sherlock Holmes de sir Arthur Conan Doyle e igual de apuesto y encantador que el Raffles de E. W. Hornung, cuñado, curiosamente del mismo Doyle, aunque Lupin resulte, a título personal, mucho más exquisito y oscuro.

Algún día y si el tiempo y las ganas están de nuestro lado, escribiremos un comentario sobre la fabulosa literatura policial y popular francesa, esa que debe su origen a la tradición del folletín solo que más elaborado y directo.

De momento, recomendamos las siniestras novelas de Boileau-Narcejac. Un paso adelante en un género que hoy, lamentablemente en Europa, no observa ni estudia como debiera la sobresaliente tradición que arrastra.

Error fatal.

Y autores y lectores, ya ven, con ojos sin rostro.

Saludos, ¿la nostalgia es un error?, anda ya, desde este lado del ordenador.

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