“La fatalidad ha querido que yo sea escritor”

“La fatalidad ha querido que yo sea escritor, y escribo sobre la ausencia de raíces. Este es mi tema, en cierto modo.”

(El otro y su doble. Graham Greene. Conversaciones con Marie-Francoise Allain. Traductor: Basilio Losada. Luis de Caralt Editor, 1982)

Graham Greene, como buen periodista, fue un hombre poco dado a conceder entrevistas aunque encuentro por casualidad y en una de esas batidas dominicales por el Rastro de la capital tinerfeña un libro de entrevistas con, precisamente, Graham Greene.

No sabía de su existencia así que fue toda una sorpresa encontrarme un ejemplar en  condiciones de un libro que fue editado en 1982 por Caralt, y en el que se recoge la extensa conversación que a lo largo de varias semanas mantuvo con Marie-Francoise Allain.

El libro tiene sin duda gran interés para los que nos confesamos seguidores del autor de El revés de la trama, El americano impasible o Nuestro hombre en La Habana, pero también debe ser leído como una ejemplar entrevista donde su autora además de ganarse la confianza de un Greene bastante suelto y con entusiasmo por contar cosas, revela claves que hasta ese momento permanecían ocultas por ese, quiero entender, compromiso que mantuvo el escritor a lo largo de su vida y que en parte mantiene tan viva su producción literaria.

Una producción que, a mi juicio, es una de las más interesantes y conmovedoras del siglo XX.

Graham Greene es un escritor extraño que, además de estar peleado con su país y con lo que representaba, fue otro católico converso que sacrificó su vida al arte de escribir. Primero destripando los hechos como periodista y más tarde estudiándolos con despiadado espíritu crítico cuando navegó por la marea de la ficción.   

Creo que la primera novela que leí de Graham Greene fue Nuestro hombre en La Habana, un cruel divertimento sobre espías que transcurre en la capital cubana a finales de los años cincuenta y literatura aparentemente sencilla que John le Carré intentó imitar en la que hasta la fecha es una de sus mejores novelas: El sastre de Panamá.

Menciono a le Carré porque a lo largo de la lectura de El otro y su doble es inevitable que piense en él y lo compare con Greene. Gana la apuesta, no iba a ser menos, el señor Greene aunque esto no mengua los extraordinarios e intensos momentos que pasé y pasaré leyendo al creador de Smiley, solo que me irrita ligeramente que algunos no terminen de considerar serio a un escritor tan serio y, afortunadamente tan poco británico, como Graham Greene.

En la extensa entrevista que mantiene con Marie-Francoise Allain el hombre que escribió esa gran novela romántica que es El fin del romance arroja mucha luz sobre su persona y muestra, ya se dijo, claves que obligan a entender un poco más su poderosa obra.

El libro camina, en este sentido, por un sendero que va más allá del autor y de sus libros, y consigue lo que parecía imposible, que vuelva una vez más a reconocer al escritor que tanto me dijo y que tanto me dice.

El entusiasmo es tanto que me invita a que relea sus novelas y sus también sobresalientes relatos porque Graham Greene fue un escritor que se movió muy bien por los territorios del cuento. ¿No recuerdan El ídolo caído?

Pero lo interesante, lo atractivo, lo que hace realmente actual esta larga y provechosa entrevista es que muchas de las reflexiones que propone Greene son perfectamente entendibles hoy en día.

Su visión del mundo y su relación con los otros, así como el daño que la pluma de un intelectual pudo ocasionar al Haití que representó Papa Doc como a los Estados Unidos, país que le cerró las puertas tras confesar que había militado un par de semanas en el Partido Comunista, obliga a pensar que a veces y por breve que sea, la voz de un escritor puede oírse más alto y estremecer los cimientos de su tiempo. Y el que vendrá.

En el libro, Graham Greene recuerda con humor las razones que lo llevaron a militar en el Partido Comunista: viajar gratis a Moscú para conocer el paraíso socialista.

Al final no viajó a Moscú porque sus camaradas sospecharon que tenía otras intenciones así que el individualista que fingió querer dejar de serlo les dijo adiós y se dedicó al periodismo, el espionaje y a la literatura.

El mundo ganó entonces a un excelente narrador y perdió, afortunadamente, a otro ortodoxo comunista.

“El pánico es algo momentáneo. El miedo es otra cosa. Uno se acostumbra a él, y en definitiva resulta terriblemente aburrido.”

Saludos, cosas del factor humano, desde este lado del ordenador.

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