Una joya olvidada por el tiempo: El día de los forajidos

Si hay un género cinematográfico que me reconcilia con el cine es el western. De vez en cuando, y cuando creía que había descubierto casi todo lo que ofrece este tipo de películas, mis castigados ojos se encuentran casualmente con joyas desconocidas que funcionan como una flecha de luz que atraviesa la tiniebla. Una de estas joyas es El día de los forajidos, que dirige un cineasta al que la crítica considera menor vaya uno a saber por qué.

André de Toth cuenta con varias películas que forman parte de esa filmoteca que me ha ayudado a ir por la vida. Y sumo hoy al estante esta obra mayor de un director al que quieren considerar menor.

En todo caso, si uno bucea en su filmografía encontrará títulos que ya son clásicos del cine y en los que exploró casi todos los géneros como el terrorífico en la estimable Los crímenes del museo de cera (1953),  el policíaco en Pitfall (1948), el bélico en su cruda, violenta y salvaje Mercenarios sin gloria (1968) y el western, que casi monopoliza su trabajo tras las cámaras y género en el que legó grandes obras como El honor del capitán Lex (1952), Cazador de forajidos (19549 y El día de los forajidos (1959), entre otras.

Se tratan la mayoría de ellas de producciones de mediano presupuesto, cintas que contaban con guiones muy sólidos y actores con presencia como Gary Cooper, Randolph Scott, con el que trabajó en varias ocasiones y Robert Ryan, que es el protagonista de El día de los forajidos.

Escrito por Philip Yordan, El día de los forajidos puede considerarse como un western atípico por su escenario, los grandes espacios naturales desérticos están cubiertos en esta ocasión por una nieve que no anuncia nada bueno, y la preocupación que se tiene por mostrar el carácter de todos sus personajes, comenzando por el que interpreta un rudo y casi pétreo Robert Ryan, pasando por un siempre gigantesco Burl Ives, que en esta ocasión asume el papel de un capitán del ejército que ha desertado de la milicia para ganar dinero junto a un grupo de canallas bandoleros.

Muy bien urdida, la película cuenta más historias de las que se pueden apreciar en pantalla y cambia radicalmente su línea argumental en la segunda mitad. Es decir, lo que hacía sospechar al espectador iniciado iba a tratarse de un filme centrado en contar las hostilidades que enfrentan a un grupo de granjeros con un ganadero, se diluye cuando irrumpe en ese pueblo perdido en la nieve un grupo de bandidos capitaneados por Ives.

Pero hay más relatos metidos en este relato. Entre otros, el amor frustrado que siente Ryan por la mujer de uno de los granjeros, que interpreta la actriz Tina Louise, quien aporta a su interpretación una gama de matices que traduce en miradas y movimientos corporales más que en la fuerza de los diálogos, y romance condenado no por la violencia sino por un sentido de lo práctico que coloca a esta mujer muy por encima de otros personajes femeninos en películas del oeste rodadas en aquellos años.

La visión de El día de los forajidos me desconcierta y descoloca. Y me hace reconciliar con el cine, un arte que hoy confunde su capacidad para conmover y hacer pensar al espectador en función del negocio. Al observar el filme es inevitable, en este sentido, preguntarse cómo se ha retrocedido tanto intelectualmente al mismo tiempo que se  agradece a un género tan norteamericano como es el del oeste la fuerza que en ocasiones guardaban estas películas. Una fuerza que todavía hoy se conserva.

El hombre que estuvo detrás de las cámaras de este clásico imprescindible del cine, André de Toth, forma parte además de ese ilustrado grupo de cineastas que llevaron un parche en el ojo. Ya saben, los formidables Raoul Walsh, John Ford y Fritz Lang. Y sin temor a que se me caigan los anillos, por películas como ésta y su original y cínica Mercenarios sin gloria debería de estar sentado en compañía de tan ilustres cineastas.

Si el entusiasmo me acompaña, otro día hablaremos de otro director al que la crítica considera menor vaya uno a saber por qué: Rudolph Maté.

De momento, háganme caso por una vez y no se pierdan El día de los forajidos.

Saludos, las cosas del cine, desde este lado del ordenador.

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