Basado en hechos reales

Viernes.- Coincido con un amigo en TEA Tenerife Espacio de las Artes para ver White God, del cineasta Kornél Mundruczó, no confundir con la película de Samuel Fuller White Dog, aquella que adapta la novela de Romain Gary. No tengo más información de la película de Mundruczó salvo la que he recogido por Facebook, donde alguien sube el tráiler. Un tráiler inquietante en el que una niña, montada en bicicleta, es perseguida por una jauría de perros con muy malas pulgas. Así empieza esta película que luego pasa a un matadero en el que observo como destripan a un ternero. La imagen hace revolver las tripas. 

Sin embargo, de pronto –y pienso en un primer momento que será cosa del director– los diálogos comienzan a repetirse hasta que te das cuenta que algo va mal…. Se encienden las luces y alguien tiene la gentileza de informarnos que la copia de White God está defectuosa.

Con las luces encendidas se produce un diálogo de sordos entre los espectadores. De hecho, una señora propone verla en silencio y con subtítulos.

- Pero cómo vamos a verla muda.- exclamo.

- ¿Sabe usted húngaro?- dice.

- Pues no he tenido el gusto.- respondo desconcertado.

Una voz  llama a la calma y propone que se repartan invitaciones para la sesión de las nueve y media pero no se asegura que se arregle la copia. Otro exige que nos devuelvan el dinero.

Soy de los que apuesta por la devolución, aunque hay gente que se queda en la sala, dispuesta a ver la película con esos diálogos que se repiten como un eco. Algo realmente majareta.

Sábado.- Veo la versión de Joseph Von Sternberg de Crimen y castigo, una adaptación muy poco fiel de la novela de Fiódor Dostoyevski. Lo mejor de esta película del año 1935 son los diálogos y la interpretación de ese tremendo actor que fue Peter Lorre. Lorre, Lorre, Lorre… hoy nadie daría un duro por un actor con esa presencia tan cercana a la de un batracio lovecraftiano.

Domingo.- Se nota que ha llegado el verano. Lo digo porque se puede caminar cómodamente por el Rastro de la capital tinerfeña que se disemina por los alrededores del mercado de Nuestra Señora de África. El inconveniente es que apenas hay pocos puestos, y por lo tanto pocas cosas que pescar si lo que buscas son libros usados.

Tengo la suerte, no obstante, de toparme con una edición de los años sesenta de Las praderas del cielo, de John Steinbeck aunque el que me la vende me advierte que desconfía de la traducción. Le agradezco el aviso.

Ese mismo día leo en la prensa local una entrevista con el nuevo director insular de Cultura del Cabildo de Tenerife, José Luis Rivero Plasencia, pero poco o casi nada dice el entrevistado que recién estrena el cargo, lo que resulta lógico por otra parte.

No obstante, casi parece que parte a Siberia lo que me hace recordar Mis chistes, mi filosofía, de Slavoj Zizek y en una historia que cuenta de la difunta República Democrática Alemana:

“Un obrero alemán consigue un trabajo en Siberia; sabiendo que todo su correo será leído por los censores, les dice a sus amigos: “Acordemos un código en clave: si os llega una carta mía escrita en tinta azul normal, lo que cuenta es cierto; si está escrita en rojo, es falso”. Al cabo de un mes, a sus amigos les llega la primera carta, escrita con tinta azul: “Aquí todo es maravilloso: las tiendas están llenas, la comida es abundante, los apartamentos son grandes y con buena calefacción, en los cines pasan películas de Occidente y hay muchas chicas guapas dispuestas a tener un romance. Lo único que no se puede conseguir es tinta roja”.

Y eso todo… O casi todo.

Saludos, otra semana, desde este lado del ordenador.

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