El desbarajuste según Ferran Planes

Todo lo que olía a Estado en España estaba podrido, corrompido.”

(El desbarajuste, Ferran Planes. Traducción: Carlos Manzano. Editorial: Libros del Asteroide, 2013)

El desbarajuste de Ferran Planes (1914-1985) es un libro extraño. Y no porque se escribiera y publicara en catalán a finales de los años sesenta tras ser depurado por la  censura franquista, sino porque lo firma un excombatiente del Ejército republicano y confeso nacionalista catalán.

Otra rareza de estas memorias es que comienzan por el final, parte en la que narra su exilio en Francia; continúa con sus recuerdos sobre la Guerra Civil como teniente del Ejército republicano y terminan con su peculiar interpretación del nacimiento, desarrollo y muerte anunciada de la II República que, parafraseando a José Ortega y Gasset, no era eso, no era eso.

Escrito con un agradecido sentido del humor, El desbarajuste explica cómo vivió un hombre corriente estos tres periodos claves de la Historia de España sin hacer sangre ni cargar las tintas con resentimiento. Se tratan de unas memorias sobre la supervevencia en tiempos de desbarajuste. Las experiencias de gente ordinaria que cuentan historias que nada tienen que ver con las batallas del abuelo.

Para Ferran Planes las batallas del abuelo son batallitas que han adulterado el pasado, que todo lo disfraza de épica, y que no tienen gracia y sí demasiados cadáveres repartidos entre las dos España. También de una tercera que contó entre sus filas con hombres y mujeres que, actualmente, comienzan a ser reconocidos tras años de silencio, de ninguneo consciente entre los que la ganaron y los que aún hoy se arrogan el derecho de haberla perdido.

El desbarajuste es un testimonio, pero no uno más de los que se han escrito sobre aquellos hechos, que muestra las cotidianas penalidades del exilio pero también las idas y venidas de su protagonista por una Europa ocupada y saqueada durante la Segunda Guerra Mundial –Ferran Planes trabajó en la construcción de la línea Maginot– y sus problemas con el ejército alemán, a los que pinta como ingenuos soldados antes de que descubran que es un rojo y no un facha español, y que lo anima a huir a la Francia de Vichy donde el militante de Ezquerra Republicana antifascista, antianarquista y anticomunista declarado, hace un poco de todo en una retaguardia que está obsesionada por el pan.

Propone El desbarajuste un conjunto de reflexiones en las que un veterano de guerra nos cuenta su historia. Historias que pueden ser cuestionadas pero como advierte el autor “no os contaré toda la verdad, pero os prometo que nada de lo que os contaré será mentira.

El tono que adopta Ferran Planes se inclina más hacia la picaresca que a la memoria histórica, lo que singulariza un relato en el que si algo importa es la rabia de vivir por encima de todas las cosas. Y esa rabia se adquiere cuando lo único que importa en situaciones tan extremas es comer.

Hacerse con algo de pan.

Su visión del Exilio, la Guerra y la II República sirve de marco para un relato en el que destacan los hombres que han sido sometidos involuntariamente al peso de la Historia.  Y unos hombres que pese a todo siguen siendo hombres. 

Los golfos, y aparecen muchos golfos en este libro, son tipos a los que el desbarajuste ha estimulado pero hay otros, los canallas, que en vez de un abrazo prefieren asesinar en nombre de una fe, de una ideología

El libro de Ferran Planes desubicará a los que esperan una lectura tendenciosa y manipuladora sobre aquellos tiempos que están tan empeñados que recordemos tendenciosa y manipuladoramente, pero sorprenderá a los que buscan encontrar un testimonio subjetivo de los hechos que marcan la memoria de este viejo y agotado país que es España.

Interesante resulta la mirada de Ferran Planes cuando escribe sobre este país, país que  aprendió a conocer durante la Guerra.

Describe a los andaluces como gente que sabe reírse de sus desgracias y pueblo que le pone música incluso a los entierros, y a los madrileños como obstinados resistentes cuando lo del no pasarán… aunque al final pasaran los que no tenían que pasar.

Pone de manifiesto el absurdo de la Guerra cuando evoca los combates aéreos que se libran en el cielo mientras en tierra y como jefe de una batería apenas lanza un tiro contra el enemigo. Y renuncia a hacerse el héroe y lo cuenta con cruda honestidad, al arrancarse “cobardemente las insignias de teniente rojo que, paradójicamente, eran de color dorado“  al ver desfilar a las victoriosas tropas nacionales por la plaza Mayor de Guadix.

Y añade: “Estábamos acostumbrados a mantener los puños cerrados y costó un poco estirar la mano.”

Y añade:

Solo las piedras de la calle y los que estaban escondidos lloraban”.

Si por algo destaca El desbarajuste es por transmitir humanidad. Un mensaje que se palpa en las dos primeras partes de un libro, las del Exilio y la Guerra, en la que explica con ironía en qué consiste el arte de sobrevivir.

El pan nuestro de cada día.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

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