Aventuras y desventuras de un bailaor flamenco en el país de los soviets

Así como entre las personas decentes no se deja vivir a los ladrones, entre los ladrones no es posible ser persona decente, y terminé robando tanto y tan limpiamente como mis camaradas veteranos.

(El maestro Juan Martínez que estaba allí. Manuel Chaves Nogales. Prólogo: Andrés Trapiello. Editorial: Libros del Asteroide, 2007)

Nunca tantos agradeceremos tanto la recuperación que un pequeño grupo de entusiastas está realizando en torno a la obra del escritor y periodista Manuel Chaves Nogales, uno de los máximos representantes de lo que ya se conoce como tercera España porque nunca fue ni de derechas ni de izquierdas sino un hombre de firmes convicciones republicanas y democráticas en un país que no entiende de términos medios.

Los relatos que se recopilan en A sangre y fuego se han convertido ya en un referente para entender lo que significó la Guerra Civil Española para lectores libres de prejuicios ideológicos. Este libro ocupa su mirada en retratar cómo afectó aquel desbarajuste a los hombres y mujeres ordinarios de su tiempo. O lo que es lo mismo, a esas víctimas silenciadas y sin derecho a recuperar su memoria histórica fruto de un enfrentamiento entre hermanos y vecinos que defendían –unos y otros supuestamente– objetivos diferentes pero coincidentes en un modelo de convivencia vertical basado en el miedo a la autoridad. Al ordeno y mando.

Las mismas claves se leen en su imprescindible El maestro Juan Martínez que estaba allí, crónica de viva voz, la del Juan Martínez del título, durante los años de la Revolución Bolchevique, y de la que es involuntario testigo este bailaor flamenco que recorre una Europa en llamas tras el estallido de la Primera Guerra Mundial.

En este libro, Manuel Chaves Nogales le da la palabra y será a través de su protagonista cómo obtendrá el lector su peculiar visión sobre primero la Rusia zarista, la Rusia revolucionaria y la guerra civil que con similar arrojo, y también sentido del absurdo, enfrentaron a blancos y bolcheviques. Las dos facciones en las que se dividió esa sociedad durante aquellos años que conmovieron al mundo y que Chaves Nogales nos relata en primera persona, la voz de Juan Martínez, un español que junto a su inseparable compañera Sole, intenta sobrevivir en un mundo que se desmorona.

El maestro Juan Martínez que estaba allí es un libro que, pese a los años transcurridos, respira una actualidad que despierta el ánimo devorador de la lectura. Sus páginas se leen así con una velocidad de vértigo… Es la historia de un hombre, Juan Martínez, que a veces pone la piel de gallina y en otras asoma la sonrisa. Una lección de humanidad con la que el héroe –Juan Martínez no deja de ser un héroe por su capacidad de levantarse pese a los golpes recibidos– que se enfrenta a unos y a otros procurando en todo momento mantener la dignidad.

Porque dignidad hay mucha en este libro que algunos califican de novela y otros de testimonio, pero también miedo y una asombrosa capacidad para sobrevivir incluso en los momentos más aberrantes y salvajes, esa cólera que ha contaminado el espíritu de un puñado de hombres que son capaces de cualquier cosa en nombre de una idea.

La descripción de cómo funciona la burocracia bolchevique resulta, en este sentido, tremendamente kafkiana y el odio desatado de los blancos brutal. Se tratan de cuadros que obliga a evocar lo que años más tarde se desencadenaría en las tierras de España y experiencia de la que dio cuentas el mismo Chaves Nogales en sus historias de A sangre y fuego.

Lo que importa, viene a decir Nogales, es el hombre. Y no esas ideologías que animan a cortar cabezas bajo la promesa de un mundo mejor. Cruenta lección que algunos –con independencia de sus ideas–  defienden todavía.

Y todo ello narrado por un Chaves Nogales que no deja de ser la voz que filtra lo que relata Juan Martínez, y que sabe impregnar en cada una de sus palabras reflexión afilada para la anécdota, audaces giros del lenguaje y contraste sobre los primeros años de la dictadura del proletariado en Rusia.

Una Rusia en la que sus habitantes no encuentran lugar en el mundo salvo los que han cultivado el sentido de la oportunidad y otros el de la barbarie. Un sistema que en nombre de los campesinos y los obreros, los humillados y ofendidos, no valora para nada la vida del otro y que se muere de hambre.

Desfilan por las páginas del libro innumerables horrores que obligan a desconfiar de la bondad humana y a pensar que, efectivamente, el hombre es un lobo para el hombre, como cuando Martínez narra las decapitaciones de judíos por legiones de cosacos y las ejecuciones de ciudadanos –algunos de ellos ejemplares– por el aparato de la Checa, una factoría del horror revolucionario ante la que tiene que lidiar, como dos toreros, Juan Martínez y Sole para evitar el hacha de los verdugos. Verdugos rojos y blancos.

El maestro Juan Martínez que estaba allí tiene que entenderse así más que como testimonio sobre la guerra como un manifiesto antibélico que muestra hasta donde podemos ser capaces de llegar para sobrevivir. En el caso de los protagonistas, forzados a entregarse a la corrupción para que no lo maten sus “amigos”, el mercado negro y la falsificación.

Y todo este drama, relato de pesadilla, de horror extremo, aliñado para que no se indigeste con un sentido del humor que desarma pero que al mismo tiempo hace que se asuma esta vivencia en el infierno. Infierno que va de Leningrado a Moscú, y de Moscú a Kiev y Odesa, ciudades en la que el protagonista no deja de vestir su frac e irse de gira o trabajar como croupier mientras todo a su alrededor estalla en pedazos.

Y ello sin perder en ningún momento, y frente a la esquizofrenia de estar trajeado ante los blancos y ser un pordiosero frente a los rojos, coherencia.

La coherencia de “los hambrientos” porque la guerra, subraya Martínez/Nogales, no la provoca tan famélica legión.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

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