Memorias de un perro sarnoso: El asunto N’Gustro

“Y no es precisamente que me ande con chiquitas. La experiencia me ha enseñado que con las intelectuales, todas las maniobras de aproximación deben iniciarse a nivel espiritual y con labia. ¿Quiere meter en el bote a una intelectual? No se le ocurra meterle mano. Pondrá el grito en el cielo. Lo que se debe hacer es observar un tiempo de silencio, sin tocarla ni nada parecido, a tres metros de distancia, es la distancia adecuada, y luego preguntarle, sin mover ni un dedo ni nada, algo bastante concreto, sexualmente hablando, pero todo dentro de un marco muy intelectual.”

(El asunto N’Gustro, Jean Patrick Manchette. Traducción: Janine Muls de Liaràs. Editorial Laia, 1975)

Estas son las memorias de un tal Butron Henri, un anarco fascista que en los años sesenta se lía en una oscura conspiración para asesinar, en territorio francés, a un representante de izquierdas de un país africano. Butron Henri, extremadamente individualista, seductor a su manera e hijo de perra sin conciencia, graba su historia antes de ser asesinado por la reacción para la que trabaja. Recuerdos demoledores, desconcertantes, cargado de un humor soterrado y sin asomo de épica que escribe –no creo que a regañadientes– uno de los mayores escritores europeos de la segunda mitad del siglo XX.

Po su nombre lo conocerán los iniciados. Los que no, están tardando en hacerse con algunas de sus novelas. Baste decir que lo agradecerán.

¿Nombre?

Jean Patrick Manchette.

Los especialistas de la novela criminal, aunque los cursis digan noir, colocando el acento en la o, dirán que es uno de los creadores del polar. Otros, entre los que nos encontramos, diremos solamente que Manchette es un escritor a secas que utilizó la novela criminal para hacer con ella lo que le venía en gana. Vamos, que el género se le quedaba muy corto. Y en El asunto N’Gustro, que es el título que reseñamos y se inspira vagamente en el caso Ben Barka, eleva al cubo esta reflexión. Porque aquí, aquí, crimen hay al principio y al final, y descripción social poca, salvo la de un grupo de chalados y buscavidas. Gente de bien o de mal, según se prefiera, acostumbrada a sacar pasta, parné, dinero, a multimillonarios y militares de países africanos que solo tienen una idea en la cabeza: cazar rojos y cepillarse blancas en París.

No lo decimos nosotros sino el deslenguado de Butron Henri. Un personaje desalmado, un facha que coquetea con la prensa de izquierda si cobra por contar su historia. Una historia fantástica en las que rememora su experiencia como soldado en la Argelia francesa antes de regresar a Francia y repartir leña con sus camaradas de derechas contras los camaradas de, precisamente, esa izquierda que paga por su historia.

Y parte de la novela, que está narrada en primera persona por Butron Henri, se ríe del sesenta y ocho, ridiculiza a los popes del existencialismo y la nouvelle vague con ventosidades sonoras y, comenta deslenguado, bastante olorosas.

¿Un personaje repugnante? Si leen El asunto N’Gustro sin pellizcarse la nariz terminarán por entender a este jeta que no entiende de ideologías. Y que si termina en la extrema derecha y no en la extrema izquierda es por casualidad y causalidad porque el lector tiene la sensación de que milite en el bando en el que milite será siempre el mismo hijo de puta. Repartir leña y cachetones no entiende de ideologías.

El caso N’Gustro se asume entonces como una salvaje novela de humor. Un humor rocambolesco, delirante, en ocasiones políticamente incorrecto. Una lectura agradable, vamos, para pasar estos calores que adormecen el alma.

Será cosa que su protagonista, el tal Butron Henri, es un canalla redomado que no esconde que es un canalla redomado. Y esa sinceridad aplastante, esa manera tan personal y repugnante de observar la realidad que lo rodea, lo que desarma al lector pero engrandece a tan, insistamos, detestable personaje.

Jean Patrick Manchette se formó, antes de dar la vuelta como un calcetín a la novela policial francesa, sobre todo por la literatura policiaca norteamericana. Y si hay un autor negro estadounidense que marca –al menos en ésta y otras de sus historias– su obra se llama Jim Thompson, que fue uno de los grandes especialistas en contarnos relatos de hijos de perra en primera persona. Solo que Manchette lo adapta a la Francia de su tiempo.

Se ha traducido, y bien muchas veces, a Manchette en español. Yo me encontré con sus novelas hace tiempo en editoriales como Bruguera y Laia, hoy lo reedita RBA e incluso Anagrama, que publicó este año Caza al asesino, aunque en los ochenta la titulara Cuerpo a tierra. Cosas de la reciente versión cinematográfica, una película que protagoniza Sean Peen y Javier Bardem a las órdenes de Pierre Morel.

Ya le dedicamos en este mismo su El Escobillón.com un artículo a Manchette. Autor que ha sido versionado al cine y al cómic, pero es en los cómic donde se respira su grandeza si es ilustrado por Jacques Tardi. Tardi es compatriota y conoce el universo enloquecido de Manchette. Un autor que cuenta con un puñado de novelas imprescindibles.

A mi encantan la realista Volver al redil, la fantástica De balas y bolas, la gótica La lunática en el castillo, la terrorífica Fatal y la anarquista Nada (llevada al cine por Claude Chabrol) y, no iba a ser menos, la salvajemente divertida El asunto N’Gustro, entre otras.

Leer a Manchette deja k.o.

Y no por agotamiento sino porque quieres recibir más. Zumba que te zumba a derecha y a izquierda.

Solo un problema, y que se froten las manos los loqueros, leer a Manchette provoca adicción.

Así que es una lástima que muriera tan joven. Su máquina de escribir enmudeció al cumplir los 53 años. Sucedió en junio. Hace ahora veinte años.

“Los que querían convencerme, Jacquie, Anne, más tarde otros, jamás cayeron en la cuenta: me creían semejante a ellos, y ellos se creían semejantes a todo el mundo. Todos sus razonamientos se aplicaban a la gran masa. Y a mi la gran masa me importa tres pepinos. Butron Henri es el único que me interesa, y no será la gran masa quien le saque las castañas del fuego. ¿Qué podría yo tener en común con los tipejos que pencan en las oficinas y en las fábricas?”

Saludos, dejad que los cadáveres se bronceen, desde este lado del ordenador.

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