Tradición contra modernidad

Las cosas como son: la estrella en una película de James Bond es el actor que interpreta al agente con licencia para matar. En la serie, el director y los guionistas pasan a un discreto segundo plano para dar mayor protagonismo también a los villanos y a las mujeres que transitan por el destino cinematográfico de 007.

Un 007 al que Sean Connery imprimió de viril encanto; Roger Moore dotó de cierto sentido del humor parvulario; George Lazenby de fracaso y Timothy Dalton y Pierce Brosnan de aroma proletario y burgués, respectivamente mientras la criatura creada por Ian Fleming exigía en mudo silencio renovación, una nueva lectura que tras cuatro películas ha personificado Daniel Craig con una nota razonablemente alta para los seguidores de tan legendario como machista personaje.

El anuncio, sin embargo, de que Craig deja tras Spectre de vestir el traje de Bond abre de nuevo el interrogante sobre quién continuará explotando las posibilidades de un personaje que, y así se entiende con cierta amarga ironía en Spectre, ha envejecido como un roble, pero envejecido al fin y al cabo, en estos días donde lo que prima son los jóvenes y sus nuevas y revolucionarias tecnologías, más cuando se aplican a la información porque –y de eso se trata– Bond, aunque no lo parezca, es un agente secreto.

Un agente secreto que nació durante la Guerra Fría, aunque Ian Fleming, cansado pronto de enfrentar a 007 contra rusos y chinos, sustituyó con Spectra a estos ejemplares enemigos del mundo libre.

La nueva película Bond, Spectre (Sam Mendes, 2015) rastrea sobre los orígenes de tan siniestra organización y propone una original revelación sobre su mentor, Ernst Stavro Blofeld, que interpreta en esta película y con estudiado histrionismo Christopher Waltz, que aporta de más sustancia a un personaje marcado por su complejo de superioridad y que en otras películas Bond fue interpretado por Donald Pleasence, Telly Savallas y Charles Gray.

Como ya sucedió con la fallida Skyfall, Spectre propone una revisión sobre el universo Bond y analiza a su contrincante por excelencia.

Blofeld es el opuesto de 007 aunque en contra de los otros Blofeld cinematográficos no trabaja tanto para dominar el mundo sino para consumar una larga y acariciada venganza que no vamos a revelar por si alguien se decide a ver esta película. Una película que como vehículo de acción resulta más contenida que las anteriores protagonizadas por Craig, pero que cuenta con escenas (la que transcurre en Méjico DF o una bronca pelea en un tren que circula por el desierto del Sahara) de alto voltaje y que se encuentran en una historia en la que priman también diálogos, algunos de ellos muy ingeniosos, y el ya tradicional reposo del guerrero.

Es decir, en Spectre se reúnen muchos de los elementos que ya son marca del universo Bond, solo que contextualizados en un filme que mira más hacia los sesenta, la edad de oro literaria y cinematográficamente del personaje. Un hecho, huelga decirlo, que agradece el espectador iniciado.

Y es que si tiene alguna objeción Spectre dentro del universo Bond es que resulta un filme que está dirigido a espectadores conocedores de ese universo.

En este aspecto, es probable que el neófito se quede con la boca abierta al no traducir las claves que pueblan el metraje de la película y en la que se recuerda otros títulos de la serie como Al servicio secreto de su Majestad (Peter Hunt, 1969) uno de los filmes menos recordados de 007 pero que, a título personal, consideramos uno de sus trabajaos más estimables no ya por la magnífica canción compuesta por John Barry e interpretada por Louis Armstrong (We Have All the Time in the World) sino por su intento de humanizar al espía con licencia para matar.

Como sucede con otras películas que se estrenan en estos tiempos inciertos, otro lastre que pesa sobre Spectre es su excesivo metraje así como la debilidad de la historia una vez quiere contar algo más que el prometido –y por otra parte ansiado– enfrentamiento entre 007 y Blofeld.

El resto, por otro lado, cumple a rajatabla con la ecuación que dio tanto éxito a las novelas y películas que se han escrito y rodado sobre el personaje.

Un héroe de acción que con el paso de los años ha ido perdiendo el gusto por una existencia hedonista no carente de peligros en favor de una lealtad que tal y como la interpreta Daniel Craig es aproximada a la de un perro pit bull.

El Bond de Craig es músculo, un profesional que actúa y luego, si cabe, piensa.

O un asesino, como no se cansa de repetir en toda la película, antes que definirse profesionalmente como espía.

Un individualista frío pero con sentido del humor que resulta muy incómodo en un mundo tan vigilado como el nuestro. Quizá eso explique que el Bond de Spectre me haya parecido un depredador que además de estar pegado a sus multimillonarias tradiciones, al final del filme recupera su plateado Aston Martin, hoy parece ser consciente de que está en vías de extinción.

Saludos, fine, desde este lado del ordenador.

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