Vaya par de gemelos

Las crónicas narran que Londres fue una fiesta en los años sesenta y que en esa fiesta en la que se mezclaban celebridades, casposos aristócratas y burgueses que despertaban a la música pop, también contó con sus peculiares gángsteres, los más populares los Kray, hermanos gemelos nacidos y criados en uno de los barrios más inhóspitos de la capital y que han dado origen a dos películas: la primera de ellas dirigida por Peter Medak, y protagonizada por Gary y Martin Kemp, ambos miembros fundadores de Spandau Ballet, y ahora Legend, una cinta que firma Brian Helgeland y que protagoniza Tom Hardy, quien en un tour de fource, asume el papel de Ronald y Reginald Kray aunque el esfuerzo resulte fallido o, más que una coherente doble interpretación, una parodia, un remedo en ocasiones insultantemente aficionado de un quiero pero todavía no puedo de un actor que, al menos, aspira a que su carrera vaya más allá del apreciable atractivo físico que lo ha forjado como estrella.

En cuanto al relato, y aún admitiendo las licencias que el guionista se permite con respecto a la historia original, Legend no deja de ser otra película de y con mafiosos que continúa explotando la estela de quien ha hecho de este subgénero escuela: Martin Scorsese.

Resulta por ello inevitable observar en las escenas teñidas de violencia y en las fiesteras la mano del director de Uno de los nuestros, a quien imita sin rubor toda una nueva generación de cineastas que no se ha dado cuenta que, pese a que el calco quede bien, si no hay una historia ni personajes convincentes detrás el filme se desmorona, por mucho que se cuide la ambientación de aquel legendario Swinging London.

Y esto, a nuestro juicio, es lo que ocurre con esta nueva aportación al cine negro y criminal de Helgeland, quien drenó de sustancia un clásico del género como es A quemarropa en Payback, pese a que sí que aprobase y con nota tras los guiones de películas como Mystic River y L.A. Confidential, basadas en sendas obras de Dennis Lehane y James Ellroy, dos de los más grandes cultivadores actuales de la novela policiaca en los Estados Unidos de Norteamérica y en gran parte responsables de su revival.

Ya hemos dicho que la actuación de Tom Hardy como los hermanos Kray no va a pasar a la historia, pero destacamos que no pasará a la historia porque el espectador tiene casi siempre la sensación de que sea ora Ronald, ora Reginald, quien está detrás de ambos caracteres enfermos es, precisamente, Tom Hardy.

En este sentido, flaco favor se hace al observar la película en versión doblado porque borra con total premeditación y alevosía el que presumo ha sido también trabajo vocal del actor. Pero ya estamos curados de males, y asumimos con estoicismo el riesgo de ver un filme doblado porque viviendo en donde estamos –siete islas rodeadas por el mar de la infelicidad y la ignorancia– lo insólito, lo extraño, sería lo contrario cuando no debiera de ser. No, no debiera de ser.

Pero en fin, que así son las cosas.

Narrada en off por la primera esposa de Reginald Kray, y papel que interpreta Emily Browning, Legend no parece encontrar su lugar en el mundo, su centro en la tierra, ese pilar a través del cual aguantar todo el peso de una narración que si bien pretende detenerse en la apasionada historia de amor, titubea cuando araña la relación entre los dos hermanos (gemelos pero muy diferentes) y se decanta por contar muy por encima los negocios sucios y turbios que mantuvieron el nivel de vida de los hermanos y de los suyos a lo largo de aquella década tan loca. Parece, es más, que Helgeland pasa de puntilla por estos asuntos porque da por supuesto que el espectador conoce cómo trabajaba esta organización, pero eso puede resultar así en Inglaterra y se me apuran en el Reino Unido pero no más allá de sus fronteras… aunque los escobilloneros nos declaremos ciertamente iniciados en la tormentosa vida de los Kray.

Con todo, no me emociona ni me pone tierno Legend, y no creo que sea por la actuación de los actores que hacen lo que buenamente pueden, sino que achaco la culpa a una dirección que se limita a mostrar en pantalla lo que ya hemos visto tantas veces en esa misma pantalla grande: la ascensión y caída de un reyezuelo (en este caso hermanos gemelos) del crimen, a quien se presenta en sus dos mitades: la que encarna el glamour y otra la violencia.

Esto me hace concluir que es una lástima que con material tan esquizofrénico Helgeland haya sido incapaz de dotar a la película de otra consistencia, lo que hubiera facilitado reflexiones al menos más inquietantes que las que propone en esta convencional y larguísima y rutinaria crónica del crimen que es Legend.

Saludos, tarareo Hollywood Boulevard, desde este lado del ordenador.

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