Los caprichos de la suerte, según Pío Baroja

“En la cárcel había hallado a un hombre que era profesor de un colegio al que se acusaba de haber fabricado pólvora para los rojos. Este hombre creía que su socio y amigo, que colaboró en esta fabricación, se había escapado al extranjero y, basándose en esa idea, le había acusado de ser el único que fabricaba las pólvoras. Estaba tranquilo ya, después de haber hecho esta declaración que le descargaba de la máxima responsabilidad, y le alegraba haberse librado del mochuelo, cuando unas semanas más tarde vio que al compañero le traían detenido. Se quedó espantado. Entonces se metió en la celda y al día siguiente le encontraron muerto, ahorcado con un pedazo del cinturón. Había escrito, durante la noche, una retractación de cuanto había declarado, exculpando a su compañero. Pero aquel rasgo de hombría de bien del suicida al otro no le sirvió de nada, porque, sin tener en cuenta la exculpación in articulo mortis del amigo y consocio, lo fusilaron.”

(Los caprichos de la suerte, Pío Baroja, Espasa, 2015)

Una de las grandes noticias culturales del año pasado fue el anuncio de la publicación de Los caprichos de la suerte, un manuscrito hasta ese entonces inédito del escritor Pío Baroja que por varias razones no se había editado. Una de ellas, según explicaba su sobrino, Pío Caro-Baroja, es que se temía que el texto fuera víctima de la despiadada censura franquista, aunque cuando la familia emprendió la edición de toda la obra del escritor, apareció primero en 2006 Miserias de la guerra y después, mientras José-Carlos Mainer preparaba la biografía de Baroja, la edición de estos Caprichos que cerraba la trilogía de Las saturnales, o las novelas que el celebrado autor de El árbol de las ciencias dedicó a la Guerra Civil española.

Si fue una buena noticia esta publicación, no lo resulta tanto su lectura tras haber transcurrido tantos años de silencio, almacenada en una carpeta a la espera de ver una luz que, mucho nos tememos, el mismo Baroja hubiera evitado.

El escritor pretendió con estos textos en los que se mezcla realidad y ficción imitar, aunque probablemente sea más acertado decir que rendir homenaje, a Goya y sus celebradas estampas sobre los desastres de la guerra, aunque estos caprichos no cuentan con la intensidad ni la penetración psicológica que definieron los hechos que el mismo Baroja narraba en su mucho más cruda e intensa Miserias de la guerra.

Los caprichos de la suerte es como mucho un esbozo de lo que pudo ser, un borrador en el que se intuye un plan, por lo que el lector, y sobre todo el lector al que gusta leer a Baroja debe estar avisado que se trata de un libro en el que si se puede sacar algo en claro es que se trata de un preliminar literario. De un boceto en el que el escritor iba a trabajar de continuo para limar formas, destacar personajes y adaptar los cuadros en los que se mueve media docena de personajes objetivamente barojianos para componer una  novela en la que la vida fluye con la misma naturalidad con la que se pasan las páginas, y en la que los protagonistas actúan al dictado –parece–  de una improvisación que maneja al fin y al cabo los hilos de la existencia.

Pío Baroja pretendía cerrar con este libro su trilogía sobre la Guerra Civil, pero el resultado que llega ahora con la forma de libro resulta a ratos muy deslavazado ya que, sospechamos, el autor no había dado –o no había encontrado– el final definitivo a estos textos que, pese a todo, respiran a ratos la tremenda energía que caracteriza a las mejores novelas del autor;  novelas, si se nos permite, que alcanzan su punto álgido cuando las dedica al mar como a las memorias de un hombre de acción llamado Eugenio de Aviraneta.

Advierte José-Carlos Mainer en el prólogo de Los caprichos de la suerte que se está  ante un Baroja al final de su carrera y de su vida, y que eso explica que a esta novela le falte “una última mano”, ya que a veces tiene “aire de esbozo vertiginoso y otras de atropellada memoria de agravios y a menudo se trueca en una tertulia donde ya se ha hablado de todo…”. Pero cuenta ocasionalmente con el destello que ilumina muchas de las obras maestras del escritor, aunque es eso, un destello que solo permite observar –y de paso también disfrutar–  de un estilo que se forjó desde sus orígenes en una sencillez aplastante, que huyó de la pedantería y de lo barroco, y con la que describió el ir y venir de sus protagonistas, alguno dominado por ese pesimismo barojiano que ya es marca de la casa, y otros por un nihilismo que, a resulta de lo que escribe, parece –por salvaje– tan inevitable como sombríamente español.

Lo que nos llega de Los caprichos de la suerte está estructurado en seis partes, partes que llevan los títulos de Escapatoria hacia el mar, Valencia la roja, En París, En el suburbio parisiense, Charlas de invierno e Historias de aquí y allá.

El mejor fragmento, a nuestro juicio, es el primero, Escapatoria hacia el mar porque en él describe la agonía de la huida de quien será uno de los protagonistas de este esbozo de novela, Elorrio, de oficio periodista, y en el que se vaticina lo que pudo ser pero que, finalmente, no fue.

En cuanto a los capítulos que se desarrollan en París ofrecen un retrato fatigado de una serie de personajes que están a la deriva, todos ellos españoles salvo un tal señor Evans, de nacionalidad británica, al que los lectores de este ciclo de novelas recordará por ser el protagonista de las Miserias de la guerra, novela a trozos en la que Baroja procuró reflejar el ambiente de descomposición y terror que dominó Madrid durante los primeros meses de la guerra, y en las que grupos anarcosindicalistas y comunistas repartían a diestro y siniestro lo que calificaban como “justicia revolucionaria”.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

One Response to “Los caprichos de la suerte, según Pío Baroja”

  1. Luis Manteiga Pousa Says:

    Si lo piensas en profundidad, no se si en esta vida todo es cuestión de suerte, o casi.

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