La costa de los ausentes, una novela de Santiago Gil

Santiago Gil es un escritor que maneja, y con mucha soltura, una serie de constantes que dan solidez, cuerpo, a su obra. La existencia, este paso breve por la vida, es una de ellas y en torno a esta idea se sostiene su última novela hasta la fecha, La costa de los ausentes, un libro en el que tampoco renuncia a otras de las claves de lo que ya podemos denominar como universo literario de Gil como son el desasosiego y el poso de tristeza que deja tras de sí.

La costa de los ausentes está dividida en tres partes, la primera de ellas está narrada de manera casi convencional, cuenta la historia de una mujer que además de intentar encontrar su lugar en el mundo, también quiere enfrentarse a esa amarga realidad que es la existencia. Esa existencia que tiene fin y que en este segmento, extraordinariamente lírico, parece que identifica con un mar revuelto omnipresente como es el que más que acariciar, azota la costa de Famara… aunque hay otros pueblos y ciudades dominantes en una novela más que urbana, reflexiva. Más que de posibles, de imposibles éxodos a territorios en los que se fue feliz, o al menos vivió con sus desgracias la protagonista, una exitosa galerista, Nieves Rivero, y otros personajes de la novela que, sin embargo, se dan de bruces contra la cruda realidad. Esa realidad que ni nos quiere ni nos odia.

Santiago Gil juega con otras claves en la segunda y tercera parte de esta novela. Y si bien a título particular es la que menos nos entusiasma, sí que pone de relieve que estamos ante un escritor más preocupado por las formas y el estilo, que por indagar en el corazón de sus personajes. Una tarea, cabe señalar, que sí explota y con nota en una primera parte en la que vuelca lo mejor que lleva dentro como narrador.

Resulta insólito, al menos en las letras que en la actualidad se escriben a este lado del océano Atlántico, la variedad de registros en las que se mueve el autor de La costa de los ausentes, y la capacidad que tiene en algunas de sus mejores páginas (y esta novela cuenta con algunas de esas mismas páginas) para emocionar y conmover a un lector como quien ahora les escribe. Es decir, que se deja llevar cuando Gil se decanta por su aliento poético o se inclina hacia su narrativa. Una narrativa que va mucho más lejos del sujeto verbo y predicado, ya que a veces la impregna con frases de chispeante viveza y esas reflexiones que también has compartido pero que has sido incapaz de expresarlas con palabras.

En este aspecto, y si lo ubicamos en esa hipotética Generación 21, Santiago Gil es el escritor mejor dotado –en este variopinto y afortunadamente inclasificable grupo– en el empleo de la palabra con método quirúrgico para hurgar en las heridas. Para la protagonista de esta novela, resignadamente dolorosas y que la fuerzan a buscar sosiego para obtener la certeza, dice uno de los personajes de esta novela de espíritus varados, “de que efectivamente estamos viviendo la vida que nos pertenece.”

¿Alguien da más?

Saludos, sale el sol, desde este lado del ordenador.

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